Steven Levitsky y Daniel Ziblatt son dos autores con mucha fama en la actualidad. Han estudiado por más de 20 años las debilidades del sistema democrático en Estados Unidos y en el mundo, pero el año pasado publicaron un libro que está creando marcada preocupación sobre la calidad de la democracia en Estados Unidos y en todas partes del mundo. El libro se titula “Cómo mueren las democracias”.
Han dicho con muchísima claridad que ahora las democracias no mueren por golpes de Estado, ni por la presencia del fascismo o el comunismo o las usurpaciones del poder. Las democracias mueren ahora atacadas desde dentro, por vías de procesos electorales fraudulentos o regulares, en particular con la presencia de elementos advenedizos, pichones de autócratas, que corroen desde el poder las instituciones de la democracia. “En la actualidad -dicen los dos autores- el retroceso democrático empieza en las urnas”.
Pero el retroceso no para en las urnas, sigue en los tribunales, en las labores legislativas, en los medios de comunicación, y prácticamente le vendan los ojos a la población que no se entera cómo va perdiendo las instituciones democráticas. La corrupción se instala y la impunidad se establece como parte de la normalidad del sistema político. “La población no cae en cuenta inmediatamente de lo que está sucediendo. Muchas personas continúan creyendo que viven en una democracia”, cuando en realidad están en un lugar muy diferente. Es lo que ha pasado en muchos países de la región, comenzando por Venezuela, Nicaragua, Boilivia, que son ejemplos recurrentes en el libro de Levitsky y Ziblatt.
El nobel de economía de los Estados Unidos, Paul Krugman, dice esta semana en un artículo publicado en The New York Times, que en su país ha habido una renuncia del Partido Repúblicano con sus compromisos democráticos, y que ese país marcha hacia una disolución de sus valores políticos del pasado.
“Levitsky y Ziblatt aseguran que, cuando los políticos tradicionales abdican de su responsabilidad ante un líder que amenaza la democracia, suele ser por una de dos razones: ya sea porque creen equivocadamente que puede ser controlado o porque están dispuestos a seguirle la corriente en vista de que la agenda del líder coincide con la suya —es decir, creen que les dará lo que quieren—.”. Y normalmente resulta lo contrario. Por errores parecidos surgieron dictadores como Mussolini y Hitler, en los años 30 en Europa, y en los últimos años líderes autócratas como Hugo Chávez en Venezuela, que terminaron destruyendo el sistema político.
“Es así como los autócratas electos subvierten la democracia, llenando de personas afines e instrumentalizando los tribunales y otros organismos neutrales, sobnornando a los medios de comunicación y al sector privado (u hostigándolos a guardar silencio) y reescribiendo las reglas de la política para inclinar el terreno de juego en contra del adversario”, dicen Steven Levitsky y Daniel Ziblatt.
El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo publicó recientemente su informe sobre la calidad de la democracia dominicana, y las conclusiones son parte preocuparse. “El sistema de partidos, aunque no ha colapsado, está debilitado por las persistentes luchas personalistas”, dice este informe, y concluye en que las casi dos primeras décadas del siglo XXI “se observó una disminución del apoyo a la democracia en la población dominicana”.
El camino que llevamos no augura el fortalecimiento democrático, sino su debilitamiento. Y nos lo dicen desde fuera y desde dentro. Y todo tiene que ver con los liderazgos postizos, de nuevo cuño, que no son democráticos y en el fondo, representan modelos muy alejados de los maestros de la político que iniciaron el nacimiento democrático luego de la dictadura de Trujillo.