Los escenarios de guerra están cambiando significativamente. Desde hace varios años los países no se enfrentan en guerra convencionales, como ocurría en el pasado. Hemos ingresado a un terreno movedizo en que nada está claro sobre la guerra y nadie está seguro. Los ejércitos convencionales no sirven ni son garantías de triunfo de ningún país.

Moisés Naim en su libro El Fin del Poder lo narra con mucha claridad. Aunque el libro tiene tres años,la hipótesis es válida y sigue siendo actual con los acontecimientos que se han vivido en las últimas semanas y en los últimos meses.

El 13 de septiembre del 2015 Francia fue atacada en su capital, por un ejército no convencional, y decenas de muertos ocurrieron en la capital francesa, dejando al poderoso ejército galo en condiciones vergonzosas para hacer frente a la amenaza terrorista. Francia declaró la guerra a ISIS, que reivindicó los atentados terroristas, pero lo hizo en territorio afgano donde suponía que se encontraban los líderes del grupo terrorista.

La verdad es que no hay un lugar para atacar. Y en enero del 2015 Francia también sufrió en su propio territorio un ataque terrorista que mató a por lo menos 12 personas, casi todas del personal de la revista satírica Charlie Hebdo. Francia se enfrenta a un ejército irregular, que actúa muchas veces en solitario y que causa un daño verdaderamente impresionante, como acaba de ocurrir en Niza, en donde un terrorista solitario, conduciendo un camión causó decenas de muertos en mismo 14 de julio, Día Nacional de Francia.

Del nada sirve la armada francesa para hacer frente a estos grupos. O de poco sirve el ejército de Bélgica para hacer frente a los ataques que sufrió el aeropuerto de Bruselas, a finales de marzo de este año, en que murieron por lo menos 30 personas.

A la misma amenaza se enfrentan países como España, que ya sufrió los atentados de Atocha, Estados Unidos, que ha sufrido varios atentados en Nueva York, Boston, Washington, y que podrían tener conexiones como los crímenes que han ocurrido en Orlando recientemente, con Dallas o Louisiana.

La guerra ha cambiado de fisonomía. La amenaza de hoy ya no viene de países que se enfrentan por la soberanía o por territorio, como ocurrió con la guerra de Las Malvinas, entre Reino Unido y la Argentina. Esos conflictos están replegados a los debates en los organismos internacionales, a negociaciones diplomáticas y no tienen posibilidad de resurgir militarmente.

El mercado de las armas ha cambiado significativamente. Cualquiera tiene acceso a armas de poder destructivo a bajo costo, a misiles como los que ha demostrado tener Hamás y que utiliza frente a Israel, o a los drones cargados con explosivos que causan daños en cualquier escenario y que tienen una divulgación impresionante.

Las guerras tradicionales perdieron vigencia. Ahora se trata de la diplomacia y de la inteligencia, y de las nuevas tecnologías, y en particular del terrorismo y los nuevos escenarios que plantea a los países. Los actos terroristas, por ejemplo, han cambiado el negocio de la aviación comercial y la seguridad en torno a ella. Miles de millones de dólares han tenido que invertir los países para prepararse frente a un enemigo difuso, con bajos costos en sus operaciones, y que tienen personal dispuesto a morir en cualquier circunstancia. Contra un kamikaze nada se puede hacer para evitar que exploten una bomba en una multitud, como ocurrió hace dos años en Boston, en una competencia de atletismo.

La cuestión es qué hace un ministerio de Defensa como el de la República Dominicana en un escenario mundial tan cambiado. Cuáles son las amenazas a las que se enfrente la República Dominicana en materia de terrorismo. Dónde están nuestros puntos débiles, cuáles son las alianzas que hemos forjado, y cuáles decisiones políticas nos exponen a ser objetivo de los grupos terroristas.

Cualquier país puede ser objeto de ataques y ser dañado en sus intereses. Estados Unidos está expuesto hoy más que nunca a ataques terroristas por problemas raciales. Cómo hacer frente a ese problema, si la Policía ni la armada cuentan con recursos para impedir esos ataques. Reeducar a los policías y reducir el número de víctimas civiles por la actuación violenta e irracional de los agentes policiales.

En el caso de la República Dominicana, por ejemplo, ¿se debe seguir invirtiendo en armas tradicionales, que van abandonando por obsoletas los países desarrollados? Esa pregunta es pertinente, tomando en cuentas las dificultades económicas del país y los posibles escenarios de conflictos armados que tenemos. Aquí lo que más se hace es utilizar las fuerzas armadas para combatir el narcotráfico, pero hasta en ese escenario se trata de una guerra perdida.

Por eso, es bueno revisar las estrategias militares dominicanas, sus potencialidades y hacia dónde se dirige la vulnerabilidad dominicana en una situación de violencia como la que vive el mundo hoy día.

No es descabellado pensar en ello.