El machismo y la violencia contra la mujer se han acentuado en los últimos años en la sociedad dominicana. Esa es la explicación de los múltiples y frecuentes feminicidios que hemos tenido, y de los abusos sexuales, violencia consentida o apadrinada por algunos factores culturales y religiosos.

Es cada día más notable el odio con que los líderes religiosos, católicos y evangélicos, atacan a las mujeres y denigran los derechos de las mujeres. Cuando alguien habla del derecho a decidir de las mujeres, salen los pastores evangélicos, sacerdotes y obispos a despotricar contra “la ideología de género”, contra el aborto y contra toda la promoción internacional que se hace para que las mujeres salgan del hogar y no atiendan a sus hijos.

La campaña contra las mujeres es cada día más intensa. Medios de comunicación electrónicos, redes sociales, parlamentes en las calles y en los púlpitos de las iglesias se prefiere hablar contra las mujeres, porque al parecer eso es inocuo, como resistencia, y las protestas se reducen a las feministas. Gobiernos como el de los Estados Unidos promueve el rechazo a la mal llamada ideología de género y hasta financia ahora a miles de iglesias evangélicas con fondos que antes iban dirigidos a servicios sociales y de salud.

No podemos alarmarnos de que la violencia machista sea cada vez más abierta y esté expresándose en nuestros rostros con las muertes de mujeres y las violaciones e incestos de menores. Nuestro empeño como sociedad debía ser erradicar la violencia machista. En la medida que los líderes religiosos y sociales promueven más los antivalores, aquellos que hablan de proteger la familia y consolidar el hogar como el centro de nuestras vidas, y que dicen que la mujer está destinada a proteger el hogar y educar a los hijos, la agresión y el odio contra las mujeres crece.

Las mujeres probaron que tienen capacidad, potestad y potencial para hacer las mismas tareas que los hombres. Probaron que pueden recibir mejores salarios. Han llegado a la cima de las empresas, han llegado a la cima de la política en países machistas. Han gobernado, como ocurrió en Israel, Costa Rica, Argentina, Brasil, Nicaragua, Chile, y como está pasando en Alemania con la canciller Angela Merkel. En los países nórdicos han gobernado y gobiernan mujeres. Luego de tantas hazañas reducir el papel de las mujeres a la condición de “reproductoras” de la familia es imposible.

En la República Dominicana la participación de la mujer en la educación es un ejemplo magnífico. Hemos tenido varias mujeres como ministras de educación, pero al mismo tiempo la educación ha dado un giro significativo por el rol protagónico que desempeñan las mujeres. Los mejores índices corresponden a mujeres, y su rol en las empresas, en la política y en la solidaridad es también fundamental. Echar atrás esos avances no será posible, por más ataques y diatribas de los misóginos, que aunque digan amar a las mujeres, en realidad desean sus servicios como procreadoras, servidoras, protectoras en el hogar, en la Iglesia y en cualquier actividad de servidumbre.

Las políticas públicas deben apuntar en una dirección diferente. Los políticos no pueden seguir utilizando a las mujeres como excusas, como completivo para cerrar pactos y hacer creer a las autoridades electorales que respetan las cuotas establecidas. Tienen que convencerse que las mujeres tienen derecho, tienen y demandan la libertad, y que no son mulas de montar de los machistas y misóginos.