Solo recientemente los dominicanos hemos aprendido a reconocer los valores femeninos. Durante largo tiempo las mujeres permanecieron a la sombra de los hombres. En el caso de doña Elvia ese tipo de proceder fue un ejercicio de discreción durante largo tiempo.
Doña Elvia vivió muchos años de su vida bajo las presiones de la dictadura de Trujillo. Asumió su papel con dignidad y decisión. Esa actitud le valió el reconocimiento y el respeto silencioso de sus conciudadanos.
Después de decapitada la dictadura de Trujillo ella orientó sus esfuerzos a la educación. Fundó un colegio en Puerto Plata, su ciudad natal. Al abocarse a esta tarea doña Elvia fue consecuente con sus principios. Estudió educación en cursos sabatinos que estaban orientados a la preparación de adultos que mantenían otras obligaciones durante los días laborables. En esos años esos cursos solo se ofrecían en los recintos de Santo Domingo. Esto implicaba el largo viaje de Puerto Plata a Santo Domingo cada semana. Esto era salir de Puerto Plata antes del amanecer y regresar en la oscuridad de la noche del mismo día.
No conforme con los laureles recogidos en sus actividades docentes, continuó estudiando casi sin cesar, obtuvo otros diplomas que contribuyeron a hacer de ella un modelo de estudiante, así como de profesional de la enseñanza, ejemplo de superación.
Como si todo lo anterior fuera poco, ella participaba en tareas cívicas en el seno de su comunidad. Aparejado con todas las responsabilidades que contrajo, contribuyó a levantar una familia. La vida la premió con una larga vida. Ese fue un regalo que el destino hizo a sus estudiantes, compueblanos y todos los que la conocieron.
Doña Elvia fue un modelo de entereza. Vivió bajo la dictadura sin flaquezas. Supo pagar con creces los dones que recibió de la naturaleza. Retribuyó el amor de sus congéneres impartiendo clases a adultos a la edad en que la mayoría de las personas se han acogido al retiro.
Nunca es demasiado tarde para reconocer las obras de bien de las personas que han vivido compartiendo el pan de la enseñanza con dedicación, por vocación. Valgan estas líneas en tanto agradecimiento a su empeño.
Hoy toca despedir su cuerpo. Su presencia permanecerá en la memoria de sus coterráneos. Quienes tuvieron la dicha de conocer a doña Elvia no podrán olvidar esa risa franca que iluminó su rostro y se apagaba solo para dar paso a una sonrisa envidiable.
El reconocimiento a su encomiable labor no tardará mucho en manifestarse en hechos concretos. Los munícipes puertoplateños no esperarán largo tiempo para honrar su memoria como merece esta mujer de vida fructífera, ejemplar.
En este momento de tristeza hay que celebrar la vida de doña Elvia. El dolor que se experimenta con su partida es necesario mitigarlo con el recuerdo imperecedero de una existencia que se manifestó impartiendo comprensión, amor. En un caso como el de doña Elvia todos somos deudos.