Las elecciones son un proceso democrático, que consolidación la participación ciudadana como ejercicio de soberanía, y comprometen a los actores políticos al ejercicio de un gobierno afianzado en los compromisos que se contraen a través de los programas de gobierno que se presentan o a través de las promesas que se formulan.

El proceso electoral es también un ejercicio democrático que debe servir de ejemplo, para que las nuevas generaciones que se integran al ejercicio del voto también se comprometen y participen, desde su perspectiva, en la generación de propuestas que les beneficien, que les tomen en cuenta, y que el país no resulte oneroso, por ejemplo con el endeudamiento externo, que se convierte en una carga para las futuras generaciones.

Las elecciones deben servir también para educar en participación y compromiso democrático a toda la ciudadanía. El acto de elegir es un acto responsable y de conciencia. Por tanto la ciudadanía debe saber que este es el momento supremo de decisión patriótica, y que quienes deseen cambiar su voluntad a través del intercambio mercantil, la compra de su voluntad, lo está engañando, estafando en un momento esencial de sus derechos ciudadanos.

Hay países que han establecido sanciones drásticas contra la compra de votos, o contra la entrega de regalos por parte de los políticos. Y el sustento de una decisión como esa es que se intenta robar la voluntad de los ciudadanos y ciudadanas que votan, en su libre albedrío, lo que representa un obstáculo para que la elección funcione en libertad y para que quien vota ejerza su derecho.

Por eso es tan dañino el clientelismo político. Y por ello también hay que admitir que esa práctica ha corroído los cimientos de la democracia dominicana. Una cosa es la política social del Estado, que enfoca las decisiones y el presupuesto del Estado a apoyar la reducción de pobreza, sin tomar en cuenta las simpatías políticas de los pobres, y otra bien distinta es que aspirantes a síndicos, regidores, diputados, senadores, presidente o vicepresidente, se dedique a entregar regalos con los fondos del Estado con intención electoral, para cambiar la voluntad de los votantes.

En la base de la sociedad dominicana, entre los grupos más desprotegidos o vulnerables, hay una desventaja muy grande para poder ser parte del sistema democrático. Entienden que tienen que ponerse una careta frente a los políticos que hacen campaña electoral, y que ofrecen regalos, canastillas, agua potable, tarjetas de beneficencia del Estado o cualquier otra forma de clientelismo. Una vez utilizan un color, y dependiendo de quien sea que se promueva se cambian al color del visitante, para obtener beneficios.

Incluso se sabe que existe una industria electoral, compuesta por motoconclhistas, que cobran por participar en promoción en las calles, a un precio. Y lo hacen para cualquier candidato que lo demande. Los techos de las casas en los barrios se alquilan para colocar vallas, pararse en las aceras de las calles, con un pañuelo o un afiche, cuando un candidato les visita, también tiene un precio.

Y se está dando el clientelismo a la inversa: Los candidatos que visitan los barrios reciben los reclamos de qué ofrecen a las personas visitadas, si votan por él, y reclaman favores. Algunos reclaman hasta alcohol. Es un proceso que ha evolucionado mucho y que se ha metido en las entrañas de la sociedad, en especial los barrios marginalizados y olvidados por las clases políticas y la burocracia estatal.

De ese modo la política y las elecciones se convierten en incosteables. No hay recursos para distribuir entre tanta gente que reclama lo “suyo”, por más dinero del presupuesto que se disponga.

Lo correcto es parar el clientelismo. Detener la forma de conseguir el voto con favores, y retornar a la esencia democrática, de que los ciudadanos se expresen y voten por el tipo de país que desean y no por el candidato que le ofrezcas y le brinde ventajas particulares.

Es nuestro deseo.