El factor religioso ha sido singular en este proceso electoral con coronavirus. Iglesias cristianas de diversas expresiones, católicas y no católicas, han impulsado propuestas, ideas, conceptos y valores que ellos llaman fundamentales, para que los candidatos los asuman y se comprometan.
Los evangélicos y otros grupos no católicos, que durante años mantuvieron un bajo perfil en los asuntos de la política, han asumido la corriente más conservadora del cristianismo, que recorre las Américas desde Estados Unidos hasta el Cono Sur, y hasta se vanaglorian de que deciden triunfos en elecciones.
Incluso, en República Dominicana un candidato a senador firmó un documento en que se compromete a defender los que supuestamente son los valores cristianos en caso de llegar al Senado. Pero resulta que ese candidato, intelectual y académico de prestigio, nunca ha sido conocido por ser un creyente ni practicante de ninguna expresión religiosa. Durante años, sin atender a las voces que presumen de ser apocalípticas, el doctor Pedro Catrain ha apoyado las luchas por los derechos humanos y cívicos de todos los segmentos de la sociedad dominicana, sin excluir a nadie. No sabemos si los partidos que apoyan su candidatura para senador por la provincia Samaná le conminaron a firmar un supuesto documento de compromiso con grupos religiosos que quieren pautar qué debe hacer o no hacer un legislador dominicano. Al parecer, todo se hizo de manera tan improvisada que se coló una s de más en el apellido del candidato.
Veremos notables ejemplos. Por más documentos que se hayan firmado, se impondrán la razón, la ley y el buen derecho sobre los dogmas
Los obispos y los pastores evangélicos emiten documentos, critican con dureza a los candidatos que no asumen sus propuestas. Ellos dicen que son provida y que defienden los derechos ciudadanos de los no nacidos, y que el aborto no puede establecerse, ni las tres causales, tampoco el matrimonio de personas del mismo sexo, ni se puede aceptar los reclamos de las mujeres de decidir la cantidad de hijos que debe tener, ni los servicios de salud sexual que podrían recibir. Es decir, quieren que las mujeres solo sean "ayuda idónea para el hombre", nada más.
Abiertamente proclaman el predominio de los hombres, porque es un mandato divino, y porque las mujeres en la Iglesia son invisibles y carecen por completo de derechos. Tanto en las evangélicas como en las católicas, aunque la Iglesia Anglicana ha reconocido muchísimos derechos que la Iglesia romana no reconoce todavía.
Y hay candidatos que dicen asumir esos dogmas. Afirman, sin sonrojarse, que están de acuerdo con los "valores cristianos", que apoyan las ideas de que las mujeres deben ser solo cuidadoras del hogar, deben respetar las decisiones del marido en materia de sexualidad, y deben ser obedientes para no involucrarse con la interrupción del embarazo en ninguna circunstancia.Nada importa que la vida de la mujer esté en peligro; nada importa que el embarazo sea fruto de una violación e incluso una violación incestuosa.
Y como los políticos que se candidatean aceptan, de palabra, esas propuestas, los cristianos fundamentalistas se sienten satisfechos, se creen que están imponiendo una agenda religiosa en un Estado que se supone laico y democrático o, por lo menos, no confesional.
El problema es que como los candidatos dicen todos que aceptan los preceptos cristianos, los que eligen votar en una u otra dirección, sencillamente dividirán sus preferencias. Otros no asumirán esas ideas, y votarán por aquellos candidatos que les simpaticen, o por la confianza que generen esos candidatos. Y el factor religioso quedará rezagado. Después de las elecciones veremos notables ejemplos. Por más documentos que se hayan firmado, se impondrán la razón, la ley y el buen derecho sobre los dogmas.
Después de todo, el fanatismo que se autodefine cristiano tiene por delante resolver un serio dilema: Si el reino al que aspiran llegar no es de este mundo, ¿por qué tanto empeño por influir y dirigir las cosas de este mundo? ¿Acaso puede más la realpolitik que el altar?