En partes de India y África, practican una forma particular de cazar monos; una apuesta de la inteligencia contra el instinto. El cazador fabrica un recipiente hueco con una apertura pequeña, fijándolo en lugares donde transitan los primates. Adentro, colocan arroz o alguna fruta. El simio mete su mano y empuña el alimento. Con el puño lleno es imposible sacar la extremidad por el agujero. Pero no está en capacidad de calcular la trampa y no suelta la comida. Finalmente, es atrapado por los cazadores. Con solo abrir la mano pudo haber asegurado su libertad.

Parte de la historia de la humanidad es previsible, produciéndose una y otra vez los mismos dramas sociales. La lucha de clase es uno de ellos. Si el necesario equilibrio entre ricos y pobres no se mantiene, puede romperse dramáticamente. De esa potencial ruptura se ha escrito antes y después de Marx.

Quienes deben ocuparse de mantener ese balance, los ricos y el gobierno, suelen olvidarse de ese deber. Las elites económicas, envanecidas por el poder y la abundancia, pierden de vista los padecimientos del resto, ignorando el malestar colectivo. Actúan como simios incapaces de abrir el puño y calcular el riesgo.

En Estados Unidos, paradigma del capitalismo, el gran empresariado tuvo la habilidad de promover una extensa clase media, mientras practicaban un generoso mecenazgo de carácter social y educativo que les ganó el respeto y la admiración de sus compatriotas. Buenos salarios, sindicatos, obras benéficas, creación de empleo, y discreta participación política, mantuvieron el balance adecuado.

Pasó el tiempo y esos grandes consorcios comenzaron a restringir salarios, pero siguieron acumulando cuantiosas fortunas. Los gobiernos les prodigan favores y toleran sus triquiñuelas. Penetraron groseramente el quehacer político. Al mismo tiempo, se  destaparon estafas de la banca y la bolsa; igual que negocios suculentos a expensas del Estado e inequidad en sus contribuciones fiscales. El “social gap” y tantos privilegios irritaron la ciudadanía. Esto ocasionó – por primera vez en la historia estadounidense – que un líder con ideas social demócratas, el senador Bernie Sanders, fuese visto como un candidato a temer. El equilibrio social llego al punto de inflexión en esa nación. El votante reacciona. Es un fenómeno tan antiguo como inevitable.

Ahora, en la República Dominicana, comienzan a desvelarse trampas en contratos “publico- privados”, y una garra política intolerable de grupos empresariales. Antes, esas graves irregularidades se mantenían ocultas. Ahora no.  De ahí, que comience a gestarse un rechazo agresivo a las oligarquías económicas. Era de esperarse, es la misma historia: si el colectivo percibe que no es el trabajo tesonero y honesto que hace ricos a los ricos, sino tratativas y estafas acordadas con el poder político, el descontento desborda y amenaza la tranquilidad social.

Existe suficiente provocación de las clases gobernantes como para revolucionar la actitud pasiva del pueblo ante los crónicos abusos que afectan el patrimonio público. Alexis de Toqueville, autor de “La democracia americana”, afirmó que las revoluciones, más que conspirativas, son pasionales.

Esas “revoluciones” no son cosas del pasado, surgen inesperadamente. Actualmente, vemos a Perú avocándose a un enfrentamiento de clases de dimensiones imprevisibles. El indio y el pueblo llano se hartaron del “to pa mi y na pa ti”, votando democráticamente por uno de ellos, respaldado, nada más y nada menos, que por grupos de extrema izquierda. Allí tampoco la cúpula financiera supo abrir el puño a tiempo.

Aquí se incuba un resentimiento contra grupos empresariales, acallado por los grandes medios, pero expuesto a través de las redes sociales y los nuevos “comunicadores”. En la actualidad todos podemos acceder a documentos e informaciones que inequívocamente demuestran estafas económicas en perjuicio del patrimonio nacional.

El presidente, esperanza fundamental de esta nación, debe atender el creciente enojo de la gente y evitar ser atrapado -igual que lo hicieran presidentes del PLD- por minorías empresariales que, contrario a épocas pasadas, son hoy examinadas meticulosamente por la ciudadanía. “Ojo pelao”, señor presidente.