(* Reflexiones sobre una conversación entre jóvenes y adultos)

Como suele ocurrir en las redacciones de los medios de comunicación, en medio de los afanes cotidianos surgen temas para las tertulias informales de cada día.

Este lunes llamó la atención de periodistas de Acento.com.do el tono insistentemente pesimista y derrotista con que ciudadanos comunes y corrientes suelen comentar la realidad social dominicana.

Esto no sólo es palpable en las calles, en las plazas, colmados y vehículos públicos. También en el mundo virtual, los internautas que suelen escribir comentarios y participar de los debates reflejan el mismo pesimismo y desencanto generalizado, sobre todo cuando tocan temas de justicia, corrupción, impunidad, abusos de autoridad, etc.

Uno de los periodistas señaló que ha observado con preocupación una especie de tendencia al desencanto social, a la apatía, a pesar de que la sociedad dominicana tiene muchas razones para participar, reclamar, protestar y exigir.

Los pueblos suelen soltar toda su ira de manera repentina cuando se les pisotea y se les burla por tanto tiempo, cuando los que ejercen el liderazgo político y económico disfrutan a sus anchas de privilegios y los exhiben sin pudor mientras la mayoría apenas sobrevive

Otra de periodista, joven por cierto, observó que el movimiento juvenil que tomó una fortaleza impresionante a finales del año 2012, terminó por apagarse, ya porque algunos de sus líderes pasaran a convertirse en dirigentes de partidos tradicionales o porque aceptaran algún nombramiento en el Gobierno.

¿Es cierto que como sociedad hemos perdido la capacidad de reclamar nuestros derechos?

¿Qué no podemos rebelarnos contra las injusticias?

¿Que simplemente dejamos pasar los problemas sin exigir a los responsables de gobernarnos que cumplan con lo que estrictamente manda la ley?

A veces, cuando una sociedad, todo un pueblo, parece languidecer, surgen acontecimientos que le motivan a despertar, a tomar el control de su destino.

Lo ideal fuera que esa reacción no conllevara a una irrupción violenta, sino a un cambio ordenado y pacífico con metas claras en la justicia, el bienestar y la participación de los sectores tradicionalmente excluidos.

Lamentablemente, no siempre es así. Los pueblos suelen soltar toda su ira de manera repentina cuando se les pisotea y se les burla por tanto tiempo, cuando los que ejercen el liderazgo político y económico disfrutan a sus anchas de privilegios y los exhiben sin pudor mientras la mayoría apenas sobrevive.

Por el contrario, una sociedad más optimista, más consciente de sus derechos ciudadanos y más próspera, es más productiva e impulsa el crecimiento económico y el bienestar general.

Sobre estas realidades debían meditar los dirigentes políticos, los altos funcionarios del Estado, los legisladores, alcaldes, regidores y la cúpula del sector privado.