Ayer, martes 28 de octubre de 2014, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó de manera contundentemente mayoritaria pedir a Estados Unidos que ponga fin al embargo económico que mantiene contra Cuba desde hace más de 50 años.
Esta fue la ocasión número 23 correspondiente a igual cantidad de años, y de manera consecutiva, que se hace este reclamo en la ONU, con sólo dos votos en contra, los de Estados Unidos e Israel. En total, 188 países votaron para reclamar el fin del embargo a Cuba.
En Estados Unidos hay una creciente corriente de opinión que reclama poner fin al embargo a Cuba. Y no precisamente de sectores que pudieran ser calificados como afines al gobierno cubano ni ideológicamente de izquierda. Se trata de personas, medios, empresarios y académicos con visión de futuro, que entienden que los pueblos de Estados Unidos y de Cuba no han obtenido nada bueno de este embargo, rémora de la Guerra Fría.
La decisión de mantener o cambiar el gobierno en Cuba, debe de ser única y exclusivamente de los cubanos, y no de nadie más
Per hay más, como bien señalaba recientemente un editorial del periódico The New York Times, los empresarios de Estados Unidos están perdiendo oportunidades de negocios en un mercado que tradicionalmente suplieron con ventaja frente a otros competidores internacionales.
En estos momentos Rusia, ya convertida en potencia capitalista, y China, que aunque su gobierno insiste en llamarse socialista y de pensamiento marxista, camina a convertirse en la economía capitalista más grande del mundo, están haciendo negocios en Cuba. Lo mismo España, sobre todo en el creciente sector del turismo.
El gobierno de Cuba, con Raúl Castro, ha puesto en práctica un programa de reformas y apertura, que poco a poco empiezan a dar frutos. De alguna manera, los dirigentes cubanos tienen la vista puesta en China, que se proclaman socialistas, pero saben hacer negocios en el más puro capitalismo, y han logrado elevar la calidad de vida de su pueblo, incluso la hazaña de sacar de la pobreza a más de 400 millones de personas.
El pretexto de que Cuba tiene un gobierno marxista, que no es democrático, que viola o restringe libertades a su pueblo, luce un tanto hipócrita si se toma en cuenta que Estados Unidos mantiene relaciones de privilegio con China, cuyo gobierno en la práctica es más represivo que el cubano, no temblándole el pulso para reprimir con fusiles y tanques de guerra cualquier manifestación pública en reclamo de libertad. Ahí están los ejemplos de la Plaza de Tiananmén de 1989, El Tibet, en varios años, y más recientemene Hong Kong, entre otros.
El presidente Barack Obama, que representó para el pueblo de Estados Unidos, y en gran medida para el mundo, un cambio importante en la política exterior de ese poderoso gobierno, está terminando trillando el mismo camino de los más conservadores republicanos, exportando la guerra y empecinándose en mantener el obsoleto embargo a la isla de Cuba.
Ese embargo, si tuvo como propósito debilitar al gobierno de Cuba y precipitar su caída, a principios de los años 60 del siglo pasado, ha tenido un efecto totalmente contrario, dándoles a los líderes cubanos la excusa perfecta para atribuirle a esa decisión de Estados Unidos la causa de cualquier deficiencia o fracaso de política interna, muchas de las cuales ahora admite el presidente Raúl Castro y ha dado señales de que las quiere corregir.
Los efectos negativos que el embargo ha dejado en Cuba los sufre el pueblo cubano, no sus gobernantes, que viven con una holgura muy parecida a la que disfrutan regularmente los burócratas más encumbrados en cualquier sistema de gobierno. Para ellos no hay carencias ni largas filas para comprar lo indispensable, aunque siempre tomen de pretexto el embargo para explicar por qué las bellas tierras de Cuba no producen los alimentos suficientes para alimentar a una población relativamente pequeña para el tamaño de la Perla de las Antillas.
Esos son los frutos odiosos del embargo.
Por otro lado, no corresponde a ningún gobierno extranjero decidir los cambios políticos en otros.
La decisión de mantener o cambiar el gobierno o sistema político en Cuba, debe de ser única y exclusivamente de los cubanos, y no de nadie más. Las intromisiones exteriores, bien lo sabemos los dominicanos, son odiosas, humillantes y dolorosas.
Ojalá que el presidente Barack Obama se animara a poner fin a ese error vergonzoso y altamente costoso de sus antecesores.