El Partido de la Liberación Dominicana necesita evaluar su desempeño electoral del 2020. En 1996 se convirtió en una maquinaria electoral, cuando ganó la primera elección presidencial con el doctor Leonel Fernández como su primer presidente del país, luego de que el profesor Juan Bosch creara esa fuerza política en diciembre de 1973.

Perdió la elección presidencial de 2000, pero desde entonces jamás sucumbió ante unas elecciones hasta el año 2020. Hubo elecciones presidenciales en el 2004 y las ganó, elecciones congresuales y municipales en el 2006 y las ganó, elecciones presidenciales en el 2008 y las ganó. Elecciones congresuales por seis años en el 2010 que también ganó. Ganó las presidenciales del 2012, las del 2016, presidenciales y congresuales. Fue tal su éxito que el Senado la República estaba prácticamente lleno de peledeístas: de 32 senadurías 29 eran de esa organización política, mientras que en la Cámara de Diputados su mayoría era apabullante.

Llegó la elección municipal de febrero 2020, trasladada al 15 de marzo, y las perdió, y llegaron las elecciones presidencial y congresual del 17 de mayo, trasladadas al 5 de julio, y también las perdió las dos. Algo ha ocurrido en esa organización que debe comenzar a revisar y a reflexionar sobre su futuro. El líder de la entidad, Danilo Medina, dijo estar convencido que el PLD ganaría estos procesos. Salió personalmente a promover su candidato presidencial, pero eso no fue suficiente. Parecía un líder solitario, que se creía fortalecido con los baños de pueblo que se daba, y se crecía en sus discursos. Pero nada de eso funcionó.

El PLD fue siempre un partido de organismos. Y se convirtió en un partido de un líder. Primero fue Leonel Fernández, tres veces presidente de la República, y luego fue Danilo Medina, dos veces presidente de la República. Uno y otro se atribuyen los triunfos del pasado del PLD. Leonel abandonó el partido en octubre pasado, cuando denunció que Danilo lo engañó imponiendo a Gonzalo Castillo, su ministro de Obras Públicas, como candidato presidencial. El poder de la presidencia podía hacer eso, y probablemente más.

Danilo previamente quiso una ley de partidos que le permitiera controlar la voluntad de la mayoría del partido con primarias abiertas. Hubo que hacer maniobras inauditas y aprobar una ley que permitiera las primarias abiertas y también cerradas. Luego quiso que se modificara la Constitución de la República, para postularse nuevamente, como lo hizo en 2016, pese a que la Constitución se lo impedía. Leonel no se fue del partido, pero mantuvo distancia.

Al final el PLD se dividió, y Leonel se fue con una parte pequeña del partido, mientras Danilo se quedó con el grueso, incluyendo el Comité Político y el Comité Central, porque tenía a su servicio, siempre disponible, el aparato del Estado y la nómina pública. Danilo estimuló a siete precandidatos a que buscaran la nominación presidencial del PLD, pero al final de ese proceso sacó una carta de la manga, para incluir a Gonzalo Castillo, el ungido. Fue Danilo que lo denominó "un penco de candidato”, y solo ese concepto funcionó como una maldición, como un estigma que Gonzalo jamás pudo desprenderse de él.

Leonel Fernández fue la piedra en el zapato del PLD y sus aspiraciones para retener el poder. Lanzó las más duras críticas y descalificaciones contra Gonzalo y contra Danilo. No bajó a Danilo de encabezar a un grupo mafioso, y a Gonzalo de ser una persona inepta y sin posibilidad de pensar o articular pensamientos o ideas, La oposición del PRM no tuvo que preocuparse mucho por Gonzalo. El candidato del PLD demostró tener serias limitaciones comunicacionales, aparte de ser cabeza de un grupo empresarial privado sin transparencia, que dependía y sigue dependiendo principalmente de los acuerdos comerciales con el Estado.

El PLD se precia de tener expertos electorales, estrategas que han ganado muchas elecciones. Esa experiencia no sirvió para superar los desafíos de este proceso, pero tampoco les permitió ver la realidad, y el Comité Político fue una estructura que casi siempre hizo ruedas de prensa para hacer denuncias. No fue propositivo. Auspiciaron una campaña electoral de bajísima calidad, estimulada por anuncios (esteroides) de baja estopa, básicamente campaña sucia, abordando asuntos personales, o tratando de acusar a la oposición de vínculos con el narcotráfico o con otros negocios turbios. Utilizaron al Ministerio Público de forma burda en este propósito. El uso del coronavirus como parte de la campaña fue otra estrategia fallida, pese a que tardaron tres meses imponiendo cuarentena para que Gonzalo Castillo se destacara. Y no lo logró, aparte de proyectar una imagen de candidato amarrado de pies y manos por el presidente Danilo Medina.

El sistema político dominicano necesitará del PLD por mucho tiempo. Es parte del proceso democrático, pero ha llegado el momento de que se revisen no solamente las estructuras partidarias, sino el esquema de mando, y la capacidad de esa vieja guardia que controla al partido, obsoleta y desfasada, que entiende poco de los nuevos tiempos.

Si quieren revisar un proceso exitoso, políticamente, que miren lo que hizo el Partido Revolucionario Moderno, fundado en 2015, que se propuso un nuevo liderazgo, y escogió a José Ignacio Paliza, de menos de 40 años, como presidente, y a Carolina Mejía, de menos de 45 años, como secretaria general. En 2016 escogieron a Luis Abinader, de menos de 50 años, como su candidato presidencial, y para las elecciones del 2020 lo reiteraron. Que lo piensen, y se renueven, probablemente sin Danilo Medina y sin el viejísimo politburó que lo controla.