La tragedia de la discoteca Pulse, en Orlando, Florida, ha permitido algunas reflexiones que van más allá de la tolerancia que mucha gente pide con la comunidad gay en todo el mundo: El papa Francisco ha llegado a reconocer que la Iglesia debe una disculpa a la comunidad de homosexuales, debido a la postura intransigente que ha mantenido sobre la homosexualidad, cuando muchos advierten que esa institución es probablemente de las más afectadas por la presencia de homosexuales ocultos en sus filas, que se ocultan bajo la sotana del catolicismo.

La información no deja de sorprender. Incluso la forma en que el papa se ha expresado podría generar algún debate sobre lo que realmente quiso decir el papa Francisco

“¿Quién soy yo para juzgarlos?” fue la frase utilizada en un primer momento por el papa Francisco.

La nota divulgada por los medios de comunicación indica que el papa dijo que la Iglesia le debe una disculpa a los homosexuales:

“Los homosexuales y otros grupos marginados por la Iglesia —como los pobres y los explotados— merecen una disculpa, afirmó el domingo el papa Francisco.

Al pontífice se le preguntó a bordo del avión rumbo a Roma tras un viaje a Armenia si estaba de acuerdo con uno de sus principales asesores, el cardenal alemán Karl Marx, que dijo durante una conferencia en Dublín en los días posteriores al letal ataque en Orlando dentro de un club gay que la Iglesia les debe una disculpa a los homosexuales por haberlos marginado.

Francisco respondió con una variante de su famoso comentario "¿Quién soy yo para juzgarlos?" y una repetición de la enseñanza de la Iglesia de que los gays no deben ser discriminados, sino tratados con respeto.

El tema no dejará de ser controversial. La Iglesia tiene muchos años trabajando pastoral, intelectual y teológicamente el tema como si se tratara de un dogma: El rechazo absoluto de la homosexualidad, así como su intromisión en los aspectos de la sexualidad de la mujer, los métodos anticonceptivos, el aborto, la disminución de la presencia de la mujer en la Iglesia, y muchos otros que se relacionan, y que el catolicismo ha llevado hasta las leyes y las constituciones de algunos países, incluyendo la República Dominicana.

Detrás de los católicos, y a veces con más vehemencia, van los grupos evangélicos en sus diversas variantes. Tragedias como la de Orlando, en que se comete un crimen colectivo, son alimentadas por un discurso de rechazo, que se convierte en un discurso de odio y que termina creando horrores injustificados, imposibles de justificar a menos que se haya despojado de cualquier viso de humanidad a quien lo haga.

Poco a poco el papa Francisco da los pasos que le corresponde dar para que el odio desaparezca, y en particular contra un colectivo que se muestra cada día con más valentía y que reclama su espacio. Francisco también habla de los explotados y de los pobres. Grupos a los que se les debe una disculpa por parte de la Iglesia.