El papa Francisco acaba de obligar al cardenal Angelo Becciu a renunciar, tras una investigación sobre prácticas de corrupción que se imputaban al prelado, uno de los más influyentes en El Vaticano.
Francisco ha dado muestras una vez más que no está dispuesto a tolerar vicios ni delitos en el seno de la Iglesia Católica, pese a las resistencias internas que prefieren el silencio para evitar los escándalos.
Nadie debe de sorprenderse porque se hable de corrupción en la ciudad estado sede del papado y centro del gobierno de la Iglesia Católica Romana, de presencia e influencia mundiales desde siglos. Ya el reconocido periodista y escritor británico David Yallop afirmó que El Vaticano es el lugar proporcionalmente más corrupto del mundo; un pequeño territorio lleno de escándalos de corrupción económica, tráfico de influencias, vínculos con clanes de la mafia y con políticos sin escrúpulos.
La corrupción ha echado raíces en países gobernados por la derecha, por la izquierda, en democracias liberales, en dictaduras y en las monarquías.
¿Y qué decir de las administraciones de gobiernos de países que se han considerado como los ejemplos a imitar?
Resulta que hasta los países nórdicos europeos, con todo y su Premio Nobel, han sido escenarios de grandes casos de corrupción.
El doctor Rodrigo Borja ofrece una explicación didáctica sobre los efectos de la corrupción sobre las sociedades:
"La corrupción gubernativa —que lamentablemente es un signo de los tiempos— erosiona la autoridad, afecta la credibilidad de los órganos del poder y se convierte en una de las acechanzas más peligrosas contra la gobernabilidad democrática de un pueblo porque corroe los valores ético-sociales sobre los que se apoya la organización comunitaria. La sociedad, entonces, puede entrar en una suerte de <anomia, es decir, de descomposición global, de ausencia de normas éticas y jurídicas e, incluso, de referencias morales para el comportamiento de las personas, de modo que no puedan distinguir lo lícito de lo ilícito, lo bueno de lo malo, lo permitido de lo prohibido" (Rodrigo Borja. Enciclopedia de la política. P. 176. Ed. Fondo de Cultura Económica, México, 1997.)
La responsabilidad histórica de las mujeres y hombres que hoy administran el Estado dominicano o ejercen cualquier función pública por designación o eleccion es grande…
El hecho de que sea un malestar que no respeta ideologías, niveles de desarrollo ni ubicación geográfica de los países, no quiere decir de ninguna manera que sea una especie de sino fatal al cual, de forma ineludible, haya que acostumbrarse y adaptarse a vivir con su presencia y efectos.
Es cierto que muchos gobiernos y gobernantes que generaron grandes esperanzas en sus pueblos y en regiones completas terminaron en el descrédito, en la infamia, sembrando dolorosas desesperanzas dentro y fuera de sus países.
Pero en la lucha por adecentar la convivencia en sociedad, en la administración pública y en el ejercicio de la política no vale bajar la bandera y declararse cansado o derrotado.
En el caso de la República Dominicana han sido muchos los momentos históricos de grandes esperanzas, seguidos de profundas frustraciones y desilusiones.
Apostamos con todas nuestras energías al triunfo de la integridad, pues un gobierno íntegro se engrandece, y fortalece el aval que le viene dado por el mandato de su pueblo, por la Constitución y las leyes, para gobernar con justicia y rectitud y nunca doblegarse ante influencias y poderes económicos que suelen jugar al cohecho con sus pares: los corruptos de la política.
La responsabilidad histórica de las mujeres y hombres que hoy administran el Estado dominicano o ejercen cualquier función pública por designación o eleccion es grande, muy grande.
Sobre ellos están puestos los ojos del país, que se niega a asistir a una nueva derrota de la esperanza.