Pedro Henríquez Ureña, sin discusión el intelectual dominicano de mayor relevancia en Iberoamérica, es un gran desconocido para la mayoría de sus compatriotas, pese la sonoridad de su estirpe.
Avenidas y centros culturales de importancia llevan su nombre, y, sin embargo, su variada y relevante obra ni siquiera figura como materia de aprendizaje sistematizado en la escuela criolla.
Un verdadero orgullo nacional, Henríquez Ureña es una cumbre de las letras hispanas, y cultivó principalmente el ensayo y la crítica a niveles de pura excelencia.
El inmenso Jorge Luis Borges lo llamó maestro con expresivas mayúsculas. En México, Argentina, España o Estados Unidos es reverenciado como una figura estelar que mora en un Olimpo de elegidos. Pero la mayoría de dominicanos ignora la verdadera dimensión de su ilustre paisano.
Prestigiosas universidades extranjeras han dedicado estudios, inaugurado cátedras y puesto de relieve los atributos del erudito dominicano
Henríquez Ureña, desde su elevado magisterio, forjó talentos, fue guía del pensamiento literario de su época y hoy en día permanece como una autorizada referencia en más de un continente.
Prestigiosas universidades extranjeras han dedicado estudios, inaugurado cátedras y puesto de relieve los atributos del erudito dominicano, mientras que en su lar nativo se conoce más como un rótulo.
Ahora que este martes se cumplen 137 años de su natalicio, rendir homenaje a su insigne figura no debería ser suficiente. Sus notables aportes al conocimiento de las letras le hacen merecedor de que su obra sea conocida por cada dominicano.
Este es el momento. Basta ya de que Pedro Henríquez Ureña sea recordado no más como el nombre de una biblioteca o una avenida.