La frontera siempre dará de qué hablar. Siempre. Esta vez, las aguas del río Masacre riegan una disputa inflada que no merecería servir más que para alentar el mejor de los entendimientos.
Si revisáramos el prontuario de contenciosos que ha signado las relaciones entre Haití y la República Dominicana, es seguro que encontraríamos alineados a ellos un sinfín de intereses oprobiosos a cada lado de la zona limítrofe.
Lamentablemente, ha existido mayor ánimo de pleitear que de armonizar, cuando la realidad geopolítica de las dos naciones obliga a entenderse aun por encima de idiosincrasias, cultura y consideraciones flamígeras que no soportan ningún serio escrutinio.
Con un gobierno haitiano tambaleante en medio de una situación social poco menos que incendiaria, y un país como el nuestro en medio de una pandemia y con la imperiosa necesidad de recuperarse económicamente, alentar conflictos como el que rodea el Masacre es una mala idea.
No ignoramos que un caso como el de la especie pueda y deba ser objeto de estudio pormenorizado por las autoridades pertinentes, habida cuenta que entraña temas de recursos y territorio. Mas la ocurrencia del asunto no debería instrumentalizarse con fines perversos ni maniobras seudo nacionalistas.
El Masacre y con él las múltiples diferencias que han surgido en nuestra frontera, característica común a todas las fronteras del mundo, solo debería dar pie a negociaciones maduras entre ambos pueblos. Un problema como la utilización de las aguas de ese río, no siendo en este momento un grave conflicto, ha de convertirse en un motivo más de pacífica convivencia a través de un diálogo fructífero.
Los gobiernos están en el deber ineludible de sopesar con buen criterio la necesidad de extraer el mayor provecho de sus relaciones exteriores por medio del intercambio amistoso de pareceres que llevan a que los pueblos se beneficien mutuamente de los acuerdos pactados.
¿Por qué no estimular a que, lejos de insuflar animosidades, el caso del Masacre sea no más que otro tema en una agenda bilateral que precisa de buena voluntad y visión de largo plazo?.
Atrás debe dejarse la cháchara patriotera que alienta el odio visceral, inoculando una filosofía venenosa que para nada contribuye a la comprensión en la diferencia. Al entendimiento en la diversidad.