Concentrar la atención en un regidor provinciano promotor de la corruptela para descargar sobre él rayos y no menos centellas–merecidas por demás—tiene el riesgo de desviar una atención que debe concentrarse, eso sí, en el conjunto de la clase política dominicana.

Excepciones aparte, el caso del regidor higüeyano Leonte Torres Jiménez es apenas la punta de un iceberg purulento en la que se expresa un severo déficit de ética en la conducción de los asuntos públicos que ya viene siendo hora de que sea triturado sin más.

Y un buen comienzo lo sería recoger las palabras de la Directora de Ética e Integridad Gubernamental, Milagros Ortíz Bosch, en las que proclama que las confesiones nauseabundas del edil de La Altagracia sean ejemplarmente sancionadas por la Justicia.

Hasta que no se castigue a los políticos que traicionan la confianza depositada en ellos a través de las urnas o bien por designación, no existirá una referencia que disuada de manera firme a cometer actos de corrupción.

Las crudas expresiones del regidor de la Fuerza Nacional Progresista lo son porque la mayoría de los especímenes políticos que son de su catadura suelen envolver sus oscuras pretensiones con discursos repletos de demagogia y marketing.

Hace falta no solo un estatuto de consecuencias para quienes delinquen desde el Estado, sino también un lucha frontal e integral  para transformar una cultura política que se ha transmitido por generaciones.

Es menester que junto a la coerción y la sanción penal se desarrolle todo un programa de concienciación que vaya más allá de la mera campaña.  Que se propague en la escuela, en el hogar y en cada rincón donde ciudadanas y ciudadanos hacen vida para que se internalice una conciencia plena sobre el origen, uso y no abuso de los cargos y los dineros públicos.

El regidor aquel no ha hecho más que vociferar en público lo que es una extendida práctica en privado. Y a veces no tanto. Votado a través de un minúsculo partido que no es Fuerza, representa un Nacionalismo ultra decimonónico y no es para nada Progresista, este edil refleja la podredumbre de un sistema de partidos que requiere de una urgente purga.

Entrando en la tercera década del siglo XXI, el país no merece que sus partidos recluten candidatos como si estuvieran recogiendo estiércol humano en los bajos fondos o simplemente recolectando basura en este o aquel muladar.

Después de todo este escarceo maloliente, cabe preguntarse: ¿Qué busca un partido colocando de candidato a una persona que va al cargo a "buscársela"?