Hartazgo es exceso de comida o bebida en su primera acepción o aburrimiento y cansancio por la repetición de lo mismo de manera excesiva y reiterada; en el análisis social, hartazgo es también las estampidas, reacciones y acciones derivadas de una situación que no cambia y que se justifica y se produce cada vez sin que se modifiquen sus razones y procedimientos como si fuera una fórmula eterna que no encuentra su propia salida, un círculo vicioso de la realidad social o un laberinto sin salida en la que nos encontramos en el mismo punto de inicio.

Ante ese hecho que es parte de una conducta humana, se producen reacciones a veces tenues, sugerentes y otras veces violentas y sin regulación. Las estampidas sociales son los hartazgos a que refiere el título del artículo. Estas reacciones se suelen producir cuando menos se esperan o ante situaciones insignificantes que, como expresión de hastío, esperan el momento para detonar. Qué sucede entonces, que sorprende al poder político, a la opinión pública que no veía el acumulo de indignación que determinadas decisiones del poder van generando y quedan sin respuestas ante los resortes del poder fáctico.

El exceso de bebida o comida produce una indigestión, por momento la resolvemos con un medicamente digestivo, otras veces, debemos trasladarnos al hospital cuando es grave el hartazgo. Las acciones del ejercicio del poder aprietan y llega un momento en que ya no se puede más y la tuerca no aguanta más y se rueda o se corre que, traducido a lo social, se produce el estallido por hartazgo contra la demagogia, mentiras, promesas, manipulaciones, insensibilidades del poder, y de los poderes fácticos, cómplices de muchas de esas medidas imprudentes, deshumanizadas o simplemente irracionales.

Mientras los pueblos aguantan, las acciones del poder se producen y terminan con el hartazgo y se producen las confrontaciones sociales entre una sociedad que ya no aguanta más, y el poder que no racionaliza la razón de estado. Poner el oído en el corazón del pueblo siempre debe ser una iniciativa de las buenas prácticas de gobernanza de manera que se pueda medir los alcances del ejercicio del poder y su impacto en la población.

Vemos que hoy es muy común como mecanismo de dominación de las sociedades, la distorsión de la realidad, el manejo de las actitudes y tendencias de la gente y, sobre todo, controlar su percepción de la realidad, cambiando a través de recursos comunicacionales su visión de la misma, su actitud y la manera de asumir esta realidad.

Pero hasta de eso se cansan los pueblos. El hastío se hace más complicado cuando se acumulan diferentes razones para su atomización y una consigna sigue a otras, pues es la resultante de una sumatoria de deudas sociales que un día encuentran un cauce para desbordarse produciéndose el hartazgo de los pueblos.

Hoy América Latina y algunas otras sociedades del mundo como Francia, por ejemplo, viven un hartazgo que conjuga cansancio de la política y de los políticos, del poder dominante, y los liderazgos de todo tipo (partidarios, sociales, religiosos, empresariales y hasta sociales y sectoriales).

Pueblos cansados de promesas históricas, decepciones, desesperanza en el provenir, como también de los modelos de desarrollo vendidos como paraísos, pero en los cuales ellos (los pueblos) no tienen espacio para sobrevivir, y entonces viene el hartazgo contra los partidos y su demagogia, el discurso de la clase dominante justificando el desarrollo y el crecimiento, las bondades de la modernidad y el progreso; pero los símbolos de este despegue económico se confrontan con prácticas políticas decimonónicas y mentalidades de los grupos dominantes propias al siglo XIX.

La corrupción administrativa y la impunidad ejercida por el poder político y los grupos dominantes, son mecanismos de acumulación de riqueza cuyo precio se paga con pobreza, marginalidad e inversión pública decreciente, cada vez más rechazado por los pueblos que en el caso dominicano culminó con el movimiento social de la Marcha Verde, de gran significación en la toma de conciencia de nuestro país.

Esta contradicción entre un modelo desarrollista que empuja la rueda de la tecnología y la inversión infraestructural hacia el futuro, en manos y cabezas que actúan en el pasado, produce un hartazgo mayor de los pueblos que se ven entre una modernidad y una tecnología de punta, pero viviendo en condiciones de pobreza y exclusión propias a la fase de consolidación del capitalismo manufacturero de finales del siglo XIX generador de las revoluciones sociales que más tarde cuestionaron la eficiencia del capitalismo y su optimización económica y de progreso para todos.

El hartazgo de los pueblos latinoamericanos hoy es una vieja y atomizada agenda social que permite avizorar la otra realidad de nuestras sociedades detenidas en un pasado que refleja aun viejos moldes ideológicos coloniales, de incapacidad de asumirnos en el mundo moderno con equidad y desafíos múltiples, con una clase dominante retrotraída aún en un parasitario modelo de acumulación económica que no alcanza a socializar el proyecto de nación para todos.

A este hartazgo sumaríamos los populismos de izquierda y derecha que han hecho mucho daño a la construcción de una democracia participativa e incluyente, sumado a un ejercicio de la política en América Latina que ha tenido dos entuertos traumáticos: el caudillismo y el personalismo de su liderato político. Desde esos centros de poder se vende bondades de desarrollo, progreso y modernidad que cada vez muestran grandes distancias e inequidades insalvables como resultado de procesos centrífugos de sus estructuras sociales.

Bolivia, Venezuela, Nicaragua, Argentina, Colombia, Chile, México, Puerto Rico, Paraguay, Honduras, Perú, Cuba, República Dominica, Haití, Brasil, son los emblemas de la lucha hoy entre democracia y autoritarismo, atravesadas por el eje del populismo, el mesianismo político y la ausencia de un arbitraje social creíble y una nulidad institucional funcional, creando el actual cuadro una crisis social que nos es más que el hartazgo de los pueblos de Latinoamérica ante la incapacidad de sus grupos dirigentes en definir un proyecto de desarrollo integral, participativo, democrático, con equidad, incluyente y eficiente, sin ideologizar sus propósitos, sin discursos demagógicos, sin totalitarismos ni Corporaciones perjudiciales del bien común. Entonces venciendo estos obstáculos, encontraríamos el camino para el despegue de la región Latinoamérica y explicaríamos las razones de estos movimientos sociales o el hartazgo de sus pueblos.