Desde que la sociedad opera con el criterio cristiano de que el fin del mundo está cerca, y que Dios nos trae premios y castigos, dependiendo de cómo nos hemos comportado, el futuro es individual y se sustenta en la idea de que Dios es el redentor y salvador, y que dependemos de él.
En este terreno en que habitamos, tenemos que adaptarnos a los cambios en el trabajo, en la tecnología, en la convivencia, nuestra relación con el planeta, la alimentación, la salud, la educación, los avances científicos. Esos cambios nos transforman y nos hacen la vida más fácil. Las comunicaciones han cambiado. El cine lo vemos de un modo distinto, vía streaming, cuando nos place, la música ya no la compramos y utilizamos como antes, ahora contratamos un servicio, el correo tradicional prácticamente ha desaparecido. Hacemos turismo o viajamos y no tomamos en cuenta los hoteles, sino que alquilamos casas o apartamentos. El teléfono celular es una especie de almacén, que tiene capacidades infinitas para hacer lo que antes era imposible. Los libros ya no se cargan físicamente, sino de manera digital, en un móvil o una tableta llevamos miles de libros, sin que nos pese una libra.
El futuro que en los años 80 nos presentaba el cine como algo lejano, ya está aquí. El futuro llegó. Es un futuro liberal, híbrido, feminista y machista. El centro sigue siendo el ser humano, aunque las máquinas, con inteligencia artificial, avanzan más nunca en la historia. Las películas de Stanley Kubrick se nos adelantaron, y cuando las miramos en la actualidad nos parecen parte de una vieja historia de ingenuidad de los más audaces y notables directores de cine, como es su caso.
Lo moderno ahora es inmediato y fácil. Todo tiene que estar “a la carta”, y si es con tecnología, pixeles y movimientos, es bienvenido y se adapta. Niños y niñas aprenden rápido y no entienden el mundo sin Internet, sin las tabletas y móviles que les ofrecen el universo en sus manos. Solo apretar el botón o teclear unas palabras. La modernidad es así. Padres y madres desfasados, con hijos de cinco años que saben más de las tecnologías que ellos, que la entienden mejor. No sabemos cómo lo consiguen. Son otras mentalidades. Nos quedamos atrás y requerimos de ayuda para sobrevivir en este tiempo de transformaciones aceleradas.
Las dietas son parte de las modas. La belleza un ritual que se obtiene con colores y conductas. Las modelos exhiben y llevan el vitiligo como parte de su belleza exterior, y tienen competencia en las transgéneros, que alcanzan éxitos impresionantes. El arte es también parte de las transformaciones, como ya bien ha descrito Vargas Llosa en La Civilización del Espectáculo. Una banana madura adherida a una plataforma con cinta adhesiva puede ser vendido en 120 mil dólares, como acaba de ocurrir en Florida. O un inodoro enchapado en oro macizo le es ofrecido en préstamo a la Casa Blanca para ser exhibido.
Mientras tanto, el agua potable se agota, los terrenos fértiles disminuyen, la población mundial crece, la energía renovable se hace imprescindible, conservar el medio ambiente y reducir los impactos en el cambio climático nos convierte en más civilizados. Nos toca cambiar. Nos corresponde un mundo de equidad y de justicia. Una alianza con el medio ambiente y la producción amigable, que incluya tecnologías integradoras y facilitadoras. Tecnologías que no generen miedos ni sustituyan la vitalidad y creatividad del ser humano. El futuro es ahora y nos toca conservar las utopías de justicia que siempre acompañaron a los líderes y sociedades más abiertas y democráticas.