La campaña electoral transcurre con los candidatos a los puestos electivos haciendo actividades tradicionales, como siempre hicieron los viejos líderes políticos, visitando los barrios, haciendo lo que se denomina mano a mano, saludando a las personas en las calles, mostrándose como un mercadeable y canjeable, sin oferta firme de los planes que tienen para realizar en las alcaldías, en el Congreso Nacional o en la presidencia de la República.
Esa es la campaña que gusta a los políticos. Hay que hacer poco esfuerzo para conquistar a los votantes. Se trata de votantes que se conforman con un apretón de manos o que aceptan darle el voto a cualquiera que le brinde la oportunidad de una “ayuda” mensual para su familia, sin trabajar, olvidando que el dinero que recibe es precisamente parte de los fondos del presupuesto de toda la nación.
El otro esfuerzo, el de ponderar las tareas por delante, el de medir las consecuencias, hacer los estudios y presupuestar las acciones de esas actividades implican un gran compromiso, y una seriedad por encima de lo que comúnmente se conoce. Presentar una candidatura implica tener unas propuestas, para el cargo que sea. Porque a las posiciones públicas se va a servir. Es los que enseñaron siempre las normas de la democracia y los políticos democráticos dominicanos.
Ahora el criterio ha cambiado. Las posiciones públicas son una oportunidad para sacar ventajas. Son un chance único para hacerse rico sin muchos sacrificios, acumulando cobrando peajes por obras otorgadas de grado a grado, o facilitando oportunidades a negociantes locales o internacionales.
Llegar a un puesto en el gobierno es una oportunidad para resolver el problema de por vida, suyo y de su familia, y de cuantos partidarios se lancen a defender las actividades políticas del candidato, sin importar si tiene capacidad, si tiene propuestas, si tiene intención verdadera de servir.
Por eso debatir con los demás aspirantes es una pérdida de tiempo y un riesgo. Cualquier tema puede tener doble filo y cortar, o podrían ser muy evidentes las contradicciones entre el discurso y los hechos, o se estaría empoderando a la ciudadanía a un ejercicio crítico que no conviene. Esa es nuestra realidad electoral de hoy y por eso la campaña da la impresión de ser tan aburrida.
Se tiene la idea de que hay discusiones, o de que existen diferencias sobre los temas que abordan los candidatos. Pero no es así, en el fondo no existe una discusión real, pese a los esfuerzos de las academias, de algunos medios de comunicación y entidades de la sociedad civil.
¿En qué difieren los candidatos sobre los temas relacionados con las regulaciones urbanas para el uso del espacio público en las ciudades, en qué difieren sobre la manera más económica y ecológica de disponer de los residuos sólidos, en qué difieren sobre la recuperación de los espacios públicos para beneficio de ciudadanos y familias, en qué difieren sobre la forma de mejorar y aprovechar el recurso agua?
Son muchas preguntas. Y lo mismo aplica sobre la agenda legislativa, vinculada con las circunscripciones o las comunidades ¿Cómo piensa un diputado que podría llevar los temas que interesen o beneficien a su comunidad, y que el Congreso esté en condiciones de oírle? En el sentido en que se ha desarrollado el Congreso, la legislación es nacional y los temas que interesan a la presidencia son los que de verdad tienen cabida. El ejercicio legislativo pensando en la ciudadanía es tímido.
Lamentablemente, por esas razones la campaña electoral es pobre y seguirá siendo pobre, con un resultado previsible igualmente pobrísimo. Se trata de un simulacro de democracia electoral, poco estimulante y poco o nada fructífero para la real democracia, que reside en el soberano.
Esa, y no otra, es nuestra realidad. Que nos aproveche.