Carlos Castro, sociólogo y profesor de la UASD, ha tratado de hacer sus propias definiciones del dominicano. Como siempre, es posible ubicar al dominicano en un niño alegre, juguetón, chistoso, parlanchín y bailarín. Lo que dice el sociólogo en su primera aproximación es lo siguiente:

Un dominicano, es ante todo un muchacho grande, juguetón en todo pero inmaduro en la dificultad. 

Poco a poco se va adentrando en un reconocimiento más íntimo y más realista. Es verdad que el profesor, psiquiatra, Fernández Sanchez Martínez, escribió un libro sobre la psicología del pueblo dominicano. y que Antonio Zaglul escribió varios libros analizando la conducta simpática del dominicano. Pero Carlos Castro insiste en hacer supurar un poco la llaga de nuestros dolores:

Rara vez rabioso pero inflexible cuando le tocan su doble moral. Rara vez tacaño pero no le gusta que lo engañen como él sería capaz de engañar a otro.

Son muchas las lecturas que podríamos hacer. Para un turista un dominicano es un personaje activo, simpático, que baila merengue y bachata, y que tiene un don especial para mover la cintura.

Otras cercanías que hace Castro:

Es un león en todo pero más lento que una caravana de babosas cuando debe resolver un problema. Incapaz de admitir que es incapaz. Auténticamente deficiente pero un Dios en la pretensión.

Lo que diga un antropólogo, o un sacerdote, o un líder campesino sobre lo que somos, o lo que diga el ministro de turismo en una disertación en Alemania, es harina de otro costal. La propaganda y la valoración cultural pueden ser valiosísimas.

Carlos Castro insiste en poner acentos diferentes:

Cuando se trata de cumplir deberes, finge no distinguir lo acordado con lo que le vino en ganas hacer.  Experto en inventar excusas. Un maestro confundiendo “la con la vaselina”: “un artista de las mentiras”.

Es un problema, porque el sociólogo insiste en definirnos a partir de nuestras partes incómodas, ocultas, que no nos gusta mostrar abiertamente en público. Hay que ser de aquí para sabernos con una identidad menos idealista, más cercana a la calle y a la tristeza. Rico o pobre, el dominicano se define por sus costumbres, su alimentación, sus modelos exagerados, tipo los que nos mostraba Freddy Beras Goico en ciertas ocasiones:

El dominicano se parece a la isla: “demasiada belleza en tan poco espacio…” Demasiado vivo para ser tan joven. Demasiado ambiguo para ser tan único. Demasiado torpe intelectualmente para ser tan vasto emocionalmente. Demasiado puro para ser tan promiscuo. Demasiado relajado para ser tan violento. Demasiado teórico para leer poco. Demasiado “creyente” para delinquir tanto. Demasiado moralista para ser tan voluptuoso y borrachón. Demasiado pulcro y limpio para comer frituras en cualquier tarantín. Demasiado “sabelotodo” para ser tan vacuo. Demasiado gustoso para ser tan conservador.

Ahora que estamos en crisis, que seguimos en cuarentena, ahora que el presidente Danilo Medina hizo tantos elogios a los dominicanos por su buen comportamiento en este proceso, digamos en realidad algunas cosas cercanamente realistas, un poco alejadas de la promoción política.

Insistimos con Carlos Castro y su sociología de la pobreza, para definir al dominicano que somos cada uno de nosotros:

Sin importar color ni clase social, es marrullero, chapucero, ingeniosamente charlatán. “Considera que la palabra en sí es acción.” Es lúdico en el desorden. Un poeta de la arbitrariedad, la dispersión y el caos. Tenso y torpe cuando hay que cumplir reglas y procedimientos. Violento e irritable cuando se le exige. Ambiguo cuando debe rendir informe. “Un  sí puede ser un no y viceversa.” 

Esta crisis nos está ayudando a redefinirnos, como ciudadanos dominicanos, de una república impactado y evolucionada, que anda buscando vivir la nueva era de la modernidad o la globalización, con la covidianidad de la que nos habló el presidente Medina el domingo en la noche.