El COVID 19 surgió en China al final de 2019, se informó a la Organización Mundial de la Salud (OMS) el 31 de diciembre de ese mismo año, traspasó fronteras con rapidez, el 11 de febrero de 2020 era bautizado con el nombre que le conocemos, el 11 de marzo era declarado pandemia, cinco días después aparecía el primer caso en República Dominicana, y hoy este enemigo biológico de la humanidad convoca al mundo y a nuestro país a la única fórmula capaz de derrotarlo hasta que aparezca una vacuna: el distanciamiento físico entre los seres humanos para romper la cadena de contagio, lo que paradójicamente solo se puede lograr a través de la unión en un mismo propósito de todos los dominicanos.

El nombre de la enfermedad de este virus le viene dado por la unión de tres elementos: CO de la rama de virus pertenecientes a CORONA, descubierta en 1968, VI para identificar que se trata de un virus, D, que viene de desease – enfermedad en español- y 19, el año en que se originó, para completar COVID19.

Este enemigo mortal llega en un momento de debilidad de seres humanos, sociedades y países, donde desde hace tiempo pocos piensan en la sustentabilidad en todos los planos: políticos, ecológicos, económicos, institucionales y la mirada es mas enfocada en los intereses inmediatos sin importar el costo que haya que pagar. Pensábamos que la naturaleza iba a cobrar tanta indolencia a través del cambio climático, de grandes catástrofes naturales como desaparición de las playas y costas, terremotos, huracanes, entre otras, o que la ambición de los seres humanos nos conduciría a una guerra que cambiaría la faz de la tierra.

La guerra que llegó fue de naturaleza biológica, sin importar que fuera provocada intencionalmente o por causa de la inmundicia esparcida por todo el mundo debido a la desatención de los gobiernos, que contribuye a la generación de estos virus y sus mutaciones. Los responsables de ambas posibilidades son los mismos, que prefieren gastar los recursos públicos en campañas electorales, en armamento, en obras suntuosas, en gasto público innecesario, que compran la gobernabilidad con corrupción y que para tales fines endeudan a los países, incluyendo el nuestro, sin tomar en cuenta que reducen nuestra capacidad de tomar prestado para enfrentar tragedias como la que ahora nos abate.

En nuestro país, hasta el 30 de marzo, teníamos 1,109 casos positivos de COVID 19, en una cifra claramente subestimada por la incapacidad manifiesta de aplicar las pruebas a todos los que la solicitan. Los números oficiales, de nuevo hasta el 30 de marzo, indican que solo se ha aplicado la prueba a 3,311 personas si sumamos los casos confirmados, fallecidos, recuperados y descartados, para un ínfimo 0.03311 % de la población. ¿Cómo podemos aislar personas y cortar la cadena de contagio si no sabemos quiénes están contagiados y quiénes no?

Enfrentamos en estos momentos, y así seguirá en cada vez peores condiciones y por tiempo indefinido aún, una saturación de las facilidades médicas, tanto de clínicas y hospitales, camas, equipos, medicamentos, médicos, residentes, enfermeros, espacios para aislar, materiales de protección. No hemos llegado aún al pico de la enfermedad y el gobierno se debate entre medidas para lograr el distanciamiento de la población y la preservación de empleos, para evitar un colapso simultáneo de la salud y la economía. Esta tragedia, por lo menos, permitirá que todos podamos comprender cómo enfrentan los problemas de salud, sin necesidad de virus, la parte más pobre de la población, que es la mayoría, con un sistema sanitario crónicamente deficiente.

Los retos que enfrenta el país son enormes y requieren, exigen, demandan de la unidad de todos los dominicanos, sin excepción, comenzando por nuestros líderes políticos, empresariales, sociales, laborales, deportivos, religiosos. El ejemplo debe venir desde quienes nos gobiernan, y abrir sus comisiones de trabajo a los técnicos de la oposición. Los candidatos deben canalizar sus ayudas con altruismo, despojados de cualquier interés electoral, a través de los organismos existentes o creados para tales fines, para que esa ayuda pueda aprovecharse con eficiencia. O ¿es que esa ayuda está condicionada a tratar de obtener el favor del electorado?

El gobierno debe ir preparando una modificación al presupuesto, pues el aprobado ya ha quedado desfasado. Debe ser un presupuesto de guerra, marcado por la austeridad, sin gastos que no sean estrictamente necesarios, comenzando con la publicidad pública, que debe ser exclusivamente institucional y dedicada a informar y orientar sobre el COVID19.

La unión de los líderes políticos debería comenzar por un pacto político que defina un nuevo calendario electoral, que fortalezca el control del gasto, pues la corrupción, en cualquiera de sus variantes, en estos tiempos, se convierte en un crimen de lesa humanidad.

Los empresarios deben aprovechar las facilidades que el gobierno ha aprobado para preservar los empleos, aportando también su cuota de sacrificio pues nadie puede pretender salir ileso de una tragedia que obliga a la solidaridad. No se trata de pedirles que vayan a la quiebra, pues las empresas deben estar listas para, en el momento posible, continuar o reiniciar la producción y reactivar la economía.

Acento hace un llamado a que el distanciamiento sea solo físico, y que nuestros líderes se unan y ejerzan su liderazgo para unir a la sociedad en los mismos propósitos, claramente calculados entre todos, que nos ayuden a resistir con estoicidad el sacrificio que ya hacemos y nos queda por hacer, prestando atención sobre todo a los más necesitados.