El poder es atractivo y seduce. Atrae en especial a los que buscan poder para ejercerlo y aprovecharse de sus beneficios, aunque existen sus contadas excepciones. Hay muchos que lo pregonan a lengua suelta, y repiten la soberbia y petulante sentencia de que “el poder es para ejercerlo”.
Uno de los lugares más atractivos de ejercicio del poder en República Dominicana está en la embajada de los Estados Unidos, donde los funcionarios tienen la corrosiva costumbre de escribirlo todo. Así ha quedado demostrado en los cables de Wikileaks, que los embajadores y sus subalternos anotaban todas las conversaciones, incluyendo las relevantes con el presidente de la República.
Y como un templo del poder real y fáctico, lo que anota la embajada norteamericana sobre los líderes políticos, funcionarios, empresarios y sociedad civil está sellado por la sinceridad de lo que se informa a los superiores, y que no tenía visos de ser materia de controversia pública sino 30 o 40 años después.
Lo que escribieron Hans Hertell, Robert Fannin, Lisa Kubiske, Larilyn Zak, Charles Manta, Linda Watt o cualquier otro encargado de la embajada norteamericana, no tenía como destinatario a ningún dominicano ni mucho menos afectar las aspiraciones de líderes que actualmente luchan por escalar en el entramado de los poderes del Estado. No hay razones para mentir. Los ex embajadores no querían conquistar el apoyo de nadie. Sencillamente se cumple con la misión de informar y decir lo que hay tras bastidores en la sociedad dominicana, en su Estado, en su política, y cómo eso encuadra o no con los intereses de los Estados Unidos.
Lo que informó Jorge Subero Isa sobre lo que ocurre en la justicia dominicana lo hizo como parte de un diálogo. Un diálogo con el poder fáctico o sus representantes. Lo que dijo Leonel Fernández lo hizo en un diálogo con representantes de la embajada norteamericana, como parte de las relaciones entre las dos naciones.
Lo dicho por Víctor Céspedes o Carolina Mejía ocurrió en circunstancias parecidas. Igual que lo expresado por Morales Troncoso o por los empresarios que acusaron a Felucho Jiménez o a Andrés Van der Horts o a Reinaldo Pared Pérez o a Víctor Gómez Casanova.
Los escribientes de la embajada reciben información confidencial, privilegiada, y las transmiten como simples transcriptores. En muchos casos son percepciones, en otros frases sueltas o chanzas, como las de Leonel sobre la familia Serulle. Es más dramática la sinceridad del Presidente al reconocer la corrupción en las Fuerzas Armadas y admitir que si va muy rápido cambiando a los militares hasta se podría poner en peligro la presidencia de la República.
Una característica común, de los que han hablado y se conoce lo que dijeron hasta este momento, y de los que hablaron y aún se desconocen los cables, es que han cometido el pecado de la lengua. Se les ha ido el freno de la prudencia y han hablado más de lo debido con quienes no han debido. Y todo eso ha sido puesto por escribo y enviado al Departamento de Estado. Y el castigo que se recibe ahora, al darse a conocer antes de tiempo estos cables, es –para decirlo en palabras más o menos cristianas—el castigo de la lengua (enojo, mentira, blasfemia, maledicencia).
¿Quién puede considerarse libre del castigo de la lengua? Si se revisara, a conciencia, el pecado es muy común aunque el castigo no lo sea tanto, porque los secretos se siguen guardando. Todo el mundo es depositario de secretos. Y esos diálogos ocurrieron en momentos de intimidad, de protección, de resguardo y generalmente dentro de las oficinas del centro de poder que es la embajada de los Estados Unidos.
Como dice el proverbio árabe "el hombre es amo de lo que calla, y esclavo de lo que dice”, por lo que sobran el enojo, la mentira, la blasfemia, la maledicencia contra Wikileaks, el Grupo SIN y Acento.com.do. Cada quien cargue con su propia cruz por lo que haya dicho.