En medio de la pandemia de Covid-19, cuando la incertidumbre nos paralizaba casi a todos, la administración del presidente Luis Abinader tomó la decisión de realizar el año escolar utilizando los medios de comunicación disponibles, manteniendo los contactos directos de los maestros con los alumnos, y llevando la docencia a través de canales de televisión y emisoras de radio.

La aprehensión era razonable. Nunca había ocurrido algo así, salvo los casos de la educación radiofónica en distintos países de América Latina, y en el caso particular las Escuelas Radiofónicas Santa María, que se habían iniciado al finalizar los años 60, copiando la experiencia de la colombiana Radio Sutatenza.

No hay dudas sobre la controversia que podría generar esta decisión. La idea era llevar la docencia presencial a la televisión y a la radio, realizar el seguimiento virtualmente, con asistencia profesoral limitada, pagar la transmisión y adecuarse a los estudios de audiencia que presentaran las empresas contratadas, además del difícil problema de la comprensión de los contenidos a través de medios no tradicionales, y de las dificultades de energía eléctrica en casi todo el país.

La decisión fue valiente, y en ese sentido hay que reconocer la consistencia del ministro de Educación, Roberto Fulcar, y todo su equipo, además del apoyo que le brindó -para evitar la pérdida del año escolar- el presidente Luis Abinader.

Estaba de por medio la licitación para la obtención de los dispositivos digitales que se entregarían a profesores y estudiantes. El país invirtió miles de millones de pesos en ese proceso. Los dispositivos no estaban disponibles a tiempo. Los contenidos para los dispositivos tampoco estaban preparados. Eran muchos los intereses en juego. El sistema educativo privado, con todos los intereses que tiene, más los negocios colaterales, incluyendo planteles alquilados, libros de textos, desayuno escolar, el negocio mismo de la educación… Sin contar la presión de los padres y madres de clases medias y altas, que exigían el retorno a la educación presencial.

El ministerio de Educación hizo lo correcto, y por sus actuaciones ha recibido los embates de quienes siempre hicieron y han hecho negocios con la educación. El modelo cambió subrepticiamente y la pava ya no pone donde ponía.

Se trata ahora de evaluar los resultados. En medio de la peor pandemia que recordemos en el país, con empresas y negocios de servicios cerrados, incluyendo hoteles y centros turísticos, con las universidades impartiendo docencia por la vía digital, que aún mantienen, además de la incertidumbre sobre el momento para volver a la “normalidad”. El país está en una desescalada y en la eliminación de las barreras de contactos. Ya lo hicieron Israel, España, Estados Unidos, Francia, y han tenido que volver a aplicar nuevas medidas. Las variantes nuevas del virus siguen siendo riesgosas y generando incertidumbre. Pedir al ministerio de Educación mejorar la calidad de la educación, pasar la nueva prueba PISA y entregar resultados más alentadores que los 8 años de Danilo Medina con el 4% dedicado a educación, es un exceso. Los resultados de la última prueba PISA nos colocaron en el ultimo lugar de todos los países sometidos al ese estudio.

El año escolar fue realizado pese al Covid. El año escolar se mantuvo con participación y debate de todos los sectores que quisieron poner su granito de arena. Se estandarizó el contenido educativo, hubo igualdad para todos los estudiantes, con contenidos revisables y actualizables, con alcance a nivel nacional. En cada rincón del país los estudiantes, de todos los niveles se conectaron, recibieron su docencia, y los padres y madres asumieron nuevos roles que en el pasado no asumían frente a la educación de sus hijos e hijas. La televisión y la radio rindieron un papel que nunca antes habían entregado. El contenido educativo aumentó significativamente y se redujo la cháchara, el contenido vacuo, para realzar una responsabilidad olvidada en gran parte de los medios de comunicación. En la televisión se alcanzó mensualmente a 3 millones de espectadores, con 134 millones de contactos. Se impartieron 15 horas semanales de clases, con un costo promedio por mes por estudiante de 55 pesos con 29 centavos, y un costo unitario por hora transmitida de 0.86 centavos por alumno. El ministerio de Educación tuvo un costo mensual de 800 millones de pesos por las transmisiones de los canales de televisión. El costo por las 155 emisoras de radio fue 361 millones de pesos.

Hay que evaluar los resultados del año escolar. Hay que recibir los sentires de estudiantes, maestros, madres y padres y toda la comunidad educativa. El sacrificio ha sido mayúsculo, pero algún aprendizaje hay que sacar de esta experiencia. Las universidades seguirán con la virtualidad. ¿Podría seguir el ministerio de Educación con la virtualidad? Esperemos los resultados de los estudios. Esperemos resultados de calidad vs costos, aprovechamiento del tiempo, efectividad de TV vs radio, la preparación de los maestros para el nuevo desafío. No es necesario salir con hipótesis aventuradas y precipitadas. La educación dominicana ha estado mal en su calidad y en sus contenidos. Dos pruebas PISA son el mejor testimonio de que al ministerio actual no se le puede pedir lo imposible, lo que no han podido hacer otros con todos los recursos y sin pandemia. La racionalidad en este caso manda un análisis objetivo y desinteresado.

Por los documentos que hemos recibido, tanto la radio como la televisión están ya preparadas para el próximo año escolar seguir ofreciendo docencia por esas vías, a mejores y más módicos costos para el sector educativo oficial.