El arquitecto Alejandro Montás, director de la Corporación del Acueducto y Alcantarillado de Santo Domingo (CAASD), ha insistido en su reclamo de que la capital dominicana debe prepararse para hacer frente con equidad e inteligencia a la sequía que nos afecta y que ha reducido significativamente la provisión de agua potable a los hogares y sectores del gran Santo Domingo.

El reclamo y las advertencias del director de la CAASD no deben caer en saco roto. Hay sectores y comercios que se comportan con irresponsabilidad al desperdiciar el agua potable, utilizándola en negocios de lavado de vehículos o en jardinería, además de otros usos dispendiosos, que bien pudieran utilizar otro tipo de agua, distinta de la que está destinada al consumo humano.

Cada vez que Alejandro Montás habla de que 70 u 80 sectores de la capital estarán sin agua como consecuencia de la sequía, es un dato firme, claro, que debe animarnos a conductas de ahorro de agua, para evitar que nos pase lo que ya están sufriendo otros países, en donde han tenido que aplicar duras políticas de racionamiento, que incluye hasta raciones de agua limitada para la ducha o para la higiene de los hogares.

Peor ocurre en países que ya están en guerras violentas por el agua. Como media isla, y como hemos disfrutado de ríos caudalosos que nos han servido para abastecernos de agua potable y hasta agua para energía eléctrica, seguimos con la mala costumbre de derrochar el agua. Y esa es una mala costumbre a la que debemos ponerle fin. El país produce agua, potabiliza millones de galones de agua, tarea que nos cuesta cientos de millones de dólares. Los costos de los acueductos son elevadísimos, pero resulta que cada día que pasa es más elevado el costo de producir agua potable, y el agua resulta un bien cada vez más escaso.

Las preocupaciones por el cambio climático no son un mero discurso. El compromiso debe establecerse entre las autoridades y los ciudadanos conscientes, con el propósito de defender el agua de que disponemos. Y defender el agua significa no solamente proteger las fuentes de los ríos, cuidad su higiene, sino también destinar para el uso adecuado el agua de que disponemos. Las prácticas dispendiosas son muy comunes y hace falta identificarlas. Las que se observan en la higiene personal, en la cocción de los alimentos, en las regaderas de agua para jardines y para evitar el polvo de las calles, así como en los negocios que se dedican al lavado de automoviles.

La CAASD debe insistir en buenas prácticas, y debe recibir el apoyo colectivo en su empeño de cuidar la poca agua de que disponemos. Es su compromiso, pero también es el nuestro.