El establecimiento de relaciones diplomáticas formales con la República Popular China fue un acto de soberanía por parte del gobierno dominicano, y de esto no deben ocuparse ni preocuparse terceros países, salvo la particular protesta expresada por el gobierno de Taiwán, quien en su momento calificó a la República Dominicana como un país que habría vendido la ruptura de relaciones que por más de 70 años mantuvo con Taiwán.
La República Popular China ha devenido en una de las grandes potencias económicas del mundo, luego de los cambios ocurridos en esa gran nación, que abandonó el socialismo de Estado en los asuntos económicos y estimuló el nacimiento de un sector privado muy activo, que ha incorporado a millones de trabajadores y ese enorme país se ha convertido en uno de los más grandes productores y exportadores de bienes y servicios.
Hace 39 años Estados Unidos renunció a reconocer a Taiwán como nación y oficializó sus relaciones con China Popular, y posteriormente la convirtió en la Nación más favorecida en sus relaciones comerciales, favoreciendo que los líderes socialistas chinos abandonaran la ideología socialista y se convirtieran al capitalismo. Eso ocurrió parcialmente. El modelo socialista chino se transformó al capitalismo en el área económica, estimuló el libre mercado, la libre contratación de mano de obra, aunque mantuvo el concepto de partido único y en el ámbito político el Partido Comunista de China ha mantenido el control y fortalecido un liderazgo centralizador y hegemónico.
En América Latina, Centroamérica y el Caribe la República Popular China inició su presencia con las relaciones diplomáticas con países como Cuba y México, y luego países como Brasil, Argentina, Perú, Chile, con economías grandes. Los taiwaneses definieron un modelo de relaciones diplomáticas sustentadas exclusivamente en la cooperación técnica y económica, pero no necesariamente en el desarrollo comercial. Mantuvieron el nombre como República China de Taiwán, pero la República Popular China nunca dejó de considerarlo como una provincia rebelde, parte integral de su territorio.
En mayo pasado el gobierno dominicano hizo lo que correspondía: establecer relaciones formales con la República Popular China y abandonar sus relaciones con Taiwán. La República Popular China ha devenido en una locomotora de la economía mundial, cuenta con 1,370 millones de habitantes, es el centro de producción tecnológico al que acuden las grandes compañías del mundo, incluyendo las empresas norteamericanas, mientras Taiwán es un país desarrollado, con 23 millones de habitantes, con un gran ingreso pércapita, pero desconocido por la generalidad de los gobiernos del mundo. RD era apenas uno de los 18 países que mantenían relaciones diplomáticas con Taiwán.
Al igual que la República Dominicana, Panamá y El Salvador recientemente establecieron relaciones formales con la República Popular China. Ha sido un competente socio comercial, que ha ofrecido inversiones, que sin relaciones diplomáticas formales con estos países, y sin presencia de los gobiernos, ya se había convertido en una fue de importaciones para cada uno de ellos. En el caso dominicano, al momento de oficializar las relaciones se le compraban a China productos valorados en más de 2,500 millones de dólares por año.
Estados Unidos ha protestado el establecimiento de estas relaciones. Lo ha hecho tardíamente. Se queja del crecimiento de la influencia de China en la región. Donald Trump ha desarrollado una guerra comercial con China, y ahora se preocupa que los países a los que ha denominado letrinas hayan accedido a formalizar acuerdos con la potencia asiática.
No hay razón. Pero Estados Unidos se comporta como la potencia que es. Y parece estar dispuesto a utilizar su poder e influencia para impedir que Panamá, El Salvador y República Dominicana ejerzan su soberanía al escoger con quiénes tienen vínculos diplomáticos y con quienes no.
El gobierno dominicano parece confiado en la solidez de las relaciones diplomáticas con Estados Unidos. Es un caso patético. En este momento nadie está seguro de tener a Estados Unidos como socio, ni siquiera sus aliados europeos, y mucho menos sus vecino Canadá o México.
Es una descortesía del gobierno norteamericano retirar sus embajadores de Panamá, El Salvador y República Dominicana. Sus disputas que las lleve con la República Popular China, pero que no las tome con los gobiernos que tienen derecho, por sus pueblos y por sus mejores intereses, a disponer con quiénes se relacionan y con quienes no.