El caso de Brasil merece una reflexión. Es un gran país, con un ex presidente de procedencia obrera, que tuvo la más alta popularidad, que es el responsable de la elección de la actual presidenta Dilma Rousseff. Un país indignado por la corrupción, que tiene el precedente de haber protagonizado un proceso de impeachment contra Fernando Collor de Mello en 1992, a quien destituyeron de la presidencia del país por corrupción, y que también tuvo como presidente a uno de sus intelectuales más renombrados, Fernando Henrique Cardoso.

El Partido de los Trabajadores, el de gobierno en Brasil, se encuentra en una grave crisis de imagen y de credibilidad. Varios de sus líderes han sido apresados por corrupción y expulsados de la organización. Las investigaciones sobre corrupción en Petrobras, la empresa petrolera oficial, también ha salpicado a la dirigencia del gobierno y a destacados empresarios del sector privado.

La popularidad de la presidenta, que fue de las más altas hace apenas un año, se encuentra en el suelo y hay manifestaciones masivas que reclaman la renuncia de la señora Dilma Rousseff.

Luiz Inácio Lula da Silva, el ex presidente y gran líder del PT, tiene ahora una situación precaria. Solamente ofreció señales de que podría volver a optar por la presidencia del país y las consecuencias no se han hecho esperar. Un juez intentó procesarlo, ahora un miembro del Ministerio Público dice que debe ser investigado.

Antes de salir de su gobierno el señor Lula creó una fundación sin fines de lucro, con carácter político, y parece que eso le ha creado muchos dolores de cabeza. Como ocurrió con la creación de la Fundación Global Democracia y Desarrollo en la República Dominicana, del ex presidente Leonel Fernández, recibió abundantes donaciones de empresarios que estuvieron ligados a su gobierno.

La fragilidad institucional de Brasil de ahora, con un gobierno que tiene el agua al cuello y con una presidenta que podría no llegar a finalizar su gestión , era algo impensable hace algunos meses. El liderazgo de Brasil en la región y en el mundo ha comenzado a ser cuestionado. La idoneidad de su sector privado, especialmente en la construcción y metalurgia, está siendo acorralado, y precisamente son los propios brasileños los autores de esta debacle.

Brasil está teniendo resultados económicos desastrosos en la actualidad, a pesar de la pujanza de otros años. Su Banco Central acaba de informar sobre el peor resultado en 14 años en su superávit fiscal primario, con un descenso de 44.78% en los primeros seis meses del año.

Se entiende que la presidenta Rousseff no ha podido aplicar las reformas institucionales y económicas que tenía programadas para su segundo mandato por las maniobras y obstáculos de la dirección de su propio partido. El desempleo crece, la economía está a la baja, la crisis moral se apropia de los brasileños, y si no hay algún esfuerzo unitario en los próximos meses para buscar una salida  a la crisis, la presidenta del país podría saltar por los aires estrepitosamente. Incluso es algo que podría ocurrir antes de que concluya este año.

Un signo fatal es el ataque que se produjo esta semana, con un artefacto, contra la fundación del ex presidente Lula. Inimaginable. Los órganos judiciales, los oficiales, los partidos, los grupos empresariales parecieran no coincidir. La desorientación es cada día mayor y por tanto se cierra el círculo a la actuación del gobierno. Más bien pareciera que el gobierno necesita del auxilio de grupos que le ayuden a levantar la moral.

La política es cambiante en América Latina. Los políticos se envalentonan y descuidan sus relaciones, sus responsabilices, su compromiso ético y permiten que las ambiciones se desaten, sin medir las consecuencias. Pareciera que esto le está pasando al ex presidente Lula, a la presidenta Dilma Rousseff y a los demás líderes del Partido de los Trabajadores. Es lo que ha pasado a líderes políticos en muchos lugares, incluyendo los líderes destacados del Partido de la Liberación Dominicana, entre los cuales hay quienes salieron de la presidencia creyéndose superamados y superdotados, quienes crearon fundaciones parecidas a la de Lula, y desearon permanecer controlando la política pública. Un problema ha sido los aliados que se han buscado, los personajes de los que se han rodeado y los sirvientes que han puesto a responder por ellos.

Ningún poder es permanente, y menos en un esquema democrático. A veces no importa lo encumbrado que esté un presidente o un líder político, si tiene mala compañía y guarda para sí acciones negativas, de alguna forma salta a la vista y se coloca en una racha negativa, como está pasando con los líderes del PT de Brasil.