En un sistema más o menos democrático, en gran medida el éxito de un político en su carrera hacia el poder reside en convencer a la mayoría de los ciudadanos de que ambos anhelan, esperan y luchan por las mismas causas.
Al político, tanto al que ha sido confiada la administración del Estado como al que aspira a recibir ese mandato de parte de sus conciudadanos, le acerca más a la condición de democrático su disposición a tener en el pueblo a un interlocutor permanente.
Esa comunicación horizontal del liderazgo con la ciudadanía, que a veces podría tornarse difícil, dura, y otras veces armoniosa y talvez agradable, debe ser una condición inherente a una democracia.
Mal puede un político en el gobierno o en la oposición hablar en nombre de la ciudadanía sin antes consultarla –utilizando alguna vía- y cerciorarse de qué piensa la población sobre el asunto a tratar en nombre de la colectividad.
Los pueblos no ceden su apoyo a los líderes de manera incondicional y permanente. La gente aprendió a reclamar y a castigar los engaños e incumplimientos.
Quien proceda de manera unilateral, sin más referencia que su convicción o la de sus más cercanos, inexorablemente perderá el apoyo de sus conciudadanos y se irá convirtiendo en un desconocido para su propia gente. Es así en esta época más que en ninguna otra.
Algo debe de enseñarle, de mostrarle de decirle a un político el hecho de perder el favor de la mayoría de un pueblo que antes le favoreció.
No porque se use la palabra pueblo, no porque se autoproclame alguien representante de un pueblo, debe darse por sentado que se trata de una verdad incontestable. Los pueblos no ceden su apoyo a los líderes de manera incondicional y permanente. La gente aprendió a reclamar y a castigar los engaños e incumplimientos.
Los políticos y sus ambiciones pasan, y los pueblos permanecen. Y los líderes que no comprendan cuando una circunstancia no les favorece, cuando su pueblo les está diciendo que no se siente representado por ellos, lamentablemente han perdido el sentido de la realidad, de su presente y de la historia.
Como dijo el poeta: “Con una frase no se gana un pueblo”.
Ojalá nuestros líderes políticos, del gobierno y de la oposición, sirvan más, y se sirvan menos del pueblo.
Estas reflexiones, a propósito de estos tiempos de luchas electorales, más que políticas, de ambición de poder, más que vocación de servicio público. De tozudez y autoengaño, más que reflexión y madurez para entender cuando hay que avanzar, cuando es necesario detenerse y cuando es impostergable el retiro.