La democracia en América Latina y en otras regiones acusa debilidades o se deteriora con relativa facilidad. Muchos procesos sociales y políticos están poniendo a prueba los liderazgos institucionales y al propio sistema democrático, ya sea por protestas populares, por reclamos de mejores condiciones de vida, por vicios de los sistemas electorales o por los pujos autoritarios que se manifiestan con crudeza y hasta vergüenza con más frecuencia de lo deseado.

Los liderazgos políticos se han degradado. Los pueblos escogen presidentes de dudosas convicciones, pragmáticos, oportunistas, continuistas, corruptos, a los que les importan poco los procedimientos y la calidad del sistema democrático.

El actual presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, ha roto todos los parámetros de formalidad del sistema político capitalista. Estados Unidos era el ejemplo a seguir en el modelo de democracia occidental, antes, pero con Trump en el poder ya no lo es, y el prestigio del pasado se ha ido por las cañerías. Las demás potencias que compiten con Estados Unidos tienen ventajas comparativas en su expansión, porque los atropellos son tan groseros que ya Estados Unidos no tiene razones para vigilar la calidad democrática de nadie.

El deterioro democrático de Venezuela, por ejemplo, comenzó con el chavismo y se profundizó con Nicolás Maduro con elecciones fraudulentas y con la ruptura de las instituciones formales, como la Asamblea Nacional Legislativa, arropada por la Asamblea Nacional Constituyente. Un abuso impúdico y regresivo a las cavernas políticas, inimaginables hace apenas unos años.

Nicaragua, con la dictadura de Daniel Ortega, ha roto igualmente los parámetros democráticos, ha reprimido, asesinado y golpeado todas las tendencias políticas, incluyendo el sandinismo que no les afecto a su gobierno autoritario y personalista.

Honduras pasa por una profunda crisis política y moral, con un presidente que se reeligió abusivamente y que tiene relación con carteles de las drogas, según varias denuncias. Un hermano de Juan Orlando Hernández fue condenado en Estados Unidos, por vínculos con carteles. En Honduras ha habido crímenes políticos horribles, como el caso de la líder ambientalista Berta Cáceres. Guatemala ha pasado por una crisis democrática recientemente, con la expulsión de los líderes de la Comisión Internacional Contra la Impunidad (CIGIC), impulsada por las Naciones Unidas y encabezada por Iván Velásquez.

Recientemente en Colombia ha habido protestas, como las ha habido en Chile, por medidas gubernamentales que han debido ser rectificadas. Lo mismo ha ocurrido en Ecuador, con una fuerte crisis política en que se ha exigido la renuncia del presidente Lenin Moreno. El reciente proceso electoral de Bolivia, que ha culminado con una cuarta reelección de Evo Morales -que la oposición ha definido como fraudulenta- vaticina una profundización de los problemas de ese país.

Retorno previsible del peronismo en Argentina, tras la frustración generada por el gobierno de Macri, más la radicalización hacia la derecha de Brasil, con  Jair Bolsonaro, y las incógnitas que representan gobiernos como los de El Salvador y el nuevo presidente en Guatemala, nos colocan en perspectiva preocupante. Con esos asuntos vigentes nadie se pondrá de acuerdo para ayudar a Haití, en donde hay crisis gubernamental, protestas y falta de institucionalidad extrema.

Nos toca cuidar nuestra democracia, que no es sólida pero tiene ventajas y facilidades que nos permiten una industria turística exitosa, y que los demás nos vean y nos sientan como uno de los países de mayor prosperidad y estabilidad de la región. Debilidades tenemos, carencias e inequidades, y es probable que podamos superar estos problemas en el corto plazo, pero estamos obligados a continuar fortaleciendo las instituciones, para que nuestros pasos hacia la prosperidad sean más seguros y democráticos.