El período de transición que vivimos, de un gobierno que concluye a uno que se inicia, parece poco común en la historia democrática dominicana.
La Junta Central Electoral, tan vendida como eficiente y transparente durante varios años -a un elevado costo para el país- todavía no oficializa los resultados de las elecciones, ni cuenta con todas las actas y los datos de un proceso que se realizó el 15 de mayo, hace un mes y una semana.
El gobierno saliente, que rechazó cualquier diálogo sobre el llamado Pacto Fiscal antes de las elecciones, ahora expresa por vía del Ministro Administrativo de la presidencia, que existe un clamor en todo el país por la realización de un Pacto Fiscal.
Los economistas hablan de la insostenibilidad fiscal, de un déficit fiscal del mismo nivel que en el año electoral 2012, y de la necesidad de aumentar los ingresos públicos para la sostenibilidad del gasto y la inversión oficial.
Pero el gobierno habla del crecimiento de la economía, de la increíble estabilidad de la inflación, del control de la tasa de cambio y de la gran vocación que tienen los bonos soberanos que emite el Estado para sostener el presupuesto nacional.
Otros economistas dicen que ya llegó al 21% de los ingresos del Estado el monto que se tiene que pagar cada año solo por los intereses de la deuda pública, y que para el 2017 se espera que ese porcentaje aumente al 25%, lo que nos coloca en una desprestigiada lista de países altamente endeudados con serios problemas de estabilidad.
El presidente electo, en funciones de presidente que se “despide”, hizo una campaña electoral sin acudir a los espacios de debate, discusión o presentación de lo que haría en un segundo mandato. Los discursos formales los presentó en las proclamas que hicieron los partidos aliados y su propio Partido de la Liberación Dominicana. No hay un programa de gobierno.
El país debe atenerse a lo que ha sido la obra de gobierno de Danilo Medina (2012-2016), y prepararse para las sorpresas que nos depare el destino con un presidente que ahora se enfrenta a una situación que no había manejado en el pasado: tendrá oposición, tanto dentro del PLD como en un partido que decidió hacerle frente desde ya: el Partido Revolucionario Moderno, que reclama una reforma electoral y política antes de la toma de posesión del 16 de agosto.
Pese a los números del Banco Central, sobre crecimiento de la economía y otras bellezas de la macro estabilidad que vivimos, los precios de los supermercados, el precio de los combustibles, de la energía, lo que se compra en colmadones, no resiste mucho análisis. La carestía de la vida y la falta de dinero circulante representan un agobio permanente para todo el que no se sustenta en el presupuesto público con base en un ministerio o en una superintendencia.
La oposición sigue con sus reclamos electorales. Políticamente nadie represente ni se duele de la gente de pie, una gran parte de las cuales parece haber votado por el PLD o sus aliados, y por tanto por la continuidad del presidente de la República. Danilo Medina, que representa la esperanza de esa gran masa de dolientes, ha vuelto a sus visitas sorpresas, a su laconismo administrado por la dirección de Prensa del Palacio Nacional, como si estuviéramos en junio del 2012, preparando lo que sería el nuevo gobierno, a la salida de Leonel Fernández del poder.
La impresión que queda es que el gobierno le tiene una olla hirviendo a Leonel Fernández, despreocupado de los reclamos de la oposición y de las expectativas que ha generado un triunfo electoral con el 62% de los votos. Hay que cuidarse de la autofagia.