El extremismo mostrado contra la diputada Faride Raful demuestra lo lejos que está la República Dominicana de tener un Estado realmente laico.
Aunque nuestra Constitución consagra la libertad de cultos, el derecho de cada persona a profesar la fe religiosa que mejor le parezca o incluso a no practicar ninguna religión o ser ateo, en la práctica todavía en nuestras instituciones públicas pesa demasiado la influencia eclesial, tanto católica como protestante.
Lo ocurrido en la semana que acaba de concluir a la diputada Faride Raful, que ha recibido insultos, amenazas y difamaciones, solo porque expresó su punto de vista sobre una ley absurda y contraria a la Constitución, es una demostración palpable de lo que afirmamos. El Estado laico sigue siendo una quimera en la República Dominicana.
Solo hay que recordar que todavía está vigente un convenio suscrito por el dictador Trujillo con el Vaticano, en 1954, el infame Concordato, que otorga a una de las iglesias privilegios por encima de las demás.
Y nadie debe de obviar que en estos tiempos parece fortalecerse el fanatismo religioso en general, cada día más intolerante, más envalentonado, como ocurre con algunas expresiones del cristianismo evangélico.
Sin en verdad fuera laico nuestro Estado, si propiciara una educación laica integral, que aceptara sin imposiciones discutir todos los puntos de vista, religiosos o no, nuestra ciudadanía se formaría en la tolerancia, en la libertad plena de pensamiento y en el respeto a los demás.
Cuando tengamos un Estado laico, cuando aprendamos a ser libres y tolerantes, entonces el fanatismo religioso, felizmente, será solo un mal recuerdo, y espectáculos tan bochornosos como el montado contra la diputada Faride Raful no sucederían.