Hace ya varias décadas que por omisión los dominicanos admitimos que cualquier persona puede “educar” a nuestros niños y jóvenes. Craso error. La misión era expandir la cobertura escolar, inscribiendo cada día a más niños en la escuela. Por otro lado, para hacer cupo a los más jóvenes, teníamos la varita mágica de la promoción automática que evidentemente es de la competencia de cualquier hada: para promover automáticamente no es preciso ser maestra. Ni siquiera nos preocupábamos mucho por fomentar la asistencia asidua de maestros y alumnos, pues las estadísticas solo reflejan el número de matriculados y la tasa de promoción, y ese era el enfoque del sistema. La baja retribución y el desprestigio de la profesión alejaban a los mejores prospectos de nuestras escuelas. Por carambola algunas personas de vocación profunda y con formación adecuada ingresaban a la carrera docente, pero muchas se desanimaban al carecer del estímulo de una comunidad educativa en ebullición. Los resultados de esa actitud despreocupada de la sociedad y los gobernantes están a la vista de todos y se reflejan en los pobres resultados de las evaluaciones de nuestros escolares. Sus efectos perdurarán todavía por mucho tiempo, a pesar del 4%, si no nos enfocamos en atraer mejores maestros a las aulas.
Necesitamos mejores maestros para elevar la calidad de los aprendizajes de nuestros escolares, pues no podemos compensar sus carencias con paliativos como mejores materiales y software educativos, elementos que también son necesarios en manos de excelentes maestros. Tenemos que reconocer que las lagunas de conocimiento de muchos educadores no son solo en teorías y técnicas pedagógicas. Esos gigantescos agujeros negros se originan en la desastrosa educación básica que les tocó a los de su generación, y es precisamente lo que pretendemos cambiar. No es su culpa ni pueden ellos dar lo que no recibieron, pero tampoco se resuelve con un paño con pasta de capacitación. Tenemos que buscar una solución salomónica que no castigue a los docentes de pobre desempeño por su deficiente formación básica, ni a los alumnos que merecen mejor fortuna que la de la mayoría de los actuales maestros.
La solución ha de ser costosa. Por negligencia de la sociedad y los gobernantes, creamos una gigantesca hipoteca social. La mejoría en las condiciones de trabajo del magisterio no produce mejores maestros espontáneamente. Es solo una herramienta de incentivo para atraer mejores candidatos a la docencia y retener los buenos maestros en las aulas, y tenemos que utilizarla estratégicamente. De una manera u otra tenemos que acelerar el reclutamiento y la formación de nuevos maestros para sustituir a los que no se pueden capacitar por su muy deficiente formación básica. A la mayor brevedad posible debemos jubilar a los educadores que no logran un buen desempeño, porque no podemos seguir sacrificando a una nueva generación de niños y jóvenes por los errores del pasado. Tampoco debemos castigar a las víctimas de ese triste pasado de la escuela dominicana durante casi medio siglo y que terminaron siendo docentes. El gasto para jubilar a esos miles de docentes es tan necesario como la inversión en aulas y libros, y debe presupuestarse en el 4%, mientras se reduce paulatinamente el ritmo de inversión en infraestructura.
No hacemos nada con retirar de las aulas y del sistema educativo a las personas que no pueden dar profesionalmente lo que nuestros niños merecen si no los sustituimos con maestros bien preparados para su misión. Esperar que los mejores estudiantes lleguen por su cuenta a los institutos pedagógicos y facultades de educación resulta un proceso muy lento y costoso. Tenemos que ser proactivos en elevar el nivel de los candidatos al magisterio. Eso significa comenzar temprano, seleccionando a los mejores alumnos antes de pasar a la educación media, enamorando y dando a los adolescentes meritorios todas las facilidades para que se dediquen en cuerpo y alma a la tarea de prepararse para ser dignos educadores.
En otras ocasiones hemos escrito sobre el modelo de los equipos deportivos con sus academias de béisbol y fútbol que atraen a prospectos para sus respectivos deportes; mucho más antiguos son los seminarios menores de la iglesia católica que hacen la misma función al acompañar en su educación académica a los adolescentes que muestran interés por el sacerdocio. Un programa atractivo de enseñanza complementaria y acompañamiento para los mejores prospectos para el magisterio bien vale la pena, pues no todo el mundo califica para ser maestro y debemos asegurarnos de identificar a tiempo y apoyar decididamente a los mejores prospectos en su educación pre universitaria. Partiendo de nuestra particular situación histórica de un enorme déficit de maestros competentes, la inversión en un programa de esta naturaleza es un elemento esencial para una autentica transformación de la escuela dominicana.