El ligero incremento en la positividad del COVID 19 a tenor con la apertura de clases debe llamarnos a reflexión en torno a la necesidad de prevenir, sin que necesidades vitales, como la educación, queden afectadas por un eventual rebrote.

Ante la inevitable e imperiosa realidad que supone convivir con el coronavirus, la población toda debe contribuir a que tanto la prevención como el incremento en los niveles de vacunación se hagan efectivos de inmediato.

La docencia presencial en las escuelas no debería trastornarse por la ocurrencia de casos aislados, previstos por demás. No obstante, elevar la cantidad de ciudadanos vacunados se antoja indispensable para garantizar el año escolar y otros procesos sin mayores contratiempos.

Naturalmente, es menester también mantener una vigilancia constante y  una revisión puntual de los protocolos que permita una experiencia escolar cercana a la normalidad de los tiempos pre pandemia.

Es revelador el que pese a los notables  esfuerzos del Gobierno, todavía existen provincias que, como la de Santiago, no han alcanzado cotas satisfactorias de inoculaciones.

Habiendo dosis suficientes y una bien habilitada red de instalaciones para suministrarlas, solo la desaprensión y falta de conciencia podrían explicar el que todavía no se haya vacunado una apreciable cantidad de personas en determinadas provincias.

Es este un momento en el que las autoridades bien podrían lanzar nuevas  iniciativas que propendan a incentivar el interés por la vacunación hasta materializar las expectativas trazadas.

Más que alarmarnos por posibles rebrotes, sin que ello implique descuido, debemos preocuparnos por hacer énfasis en la prevención constante e incentivar de mil modos a que se vacune la parte de la población aun renuente o no bien motivada a hacerlo.