La rebelión que se ha producido en los Estados Unidos, contra el racismo y el abuso policial, no es sólo por el crimen contra el ciudadano negro George Floyd, sino contra la persistencia de los abusos y contra el discurso racista que se ha mantenido en la Casa Blanca durante toda la administración del presidente Donald Trump, y que ha representado una ruptura con el pasado criente de búsqueda justicia y respeto para las minorías étnicas y demás comunidades marginadas.

Estados Unidos es la gran democracia de occidente y tiene mecanismos de evaluación de la democracia y las libertades en todo el mundo. Estados Unidos emite documentos anuales sobre las libertades ciudades, el respeto a los derechos humanos, la libertad de prensa, países como paraísos fiscales, lucha contra las drogas. Cada uno de esos informes califican a otros países, y jamás al propio sistema político y social de la gran potencia.

Lo que está ocurriendo hoy en los Estados Unidos es para que otros países se pronuncien y califiquen la calidad democrática de esa gran nación, las libertades públicas, el respeto a los derechos individuales, el respeto a la vida, los derechos de las minorías étnicas, religiosas o de género.

Lo que el mundo ha podido observar es una policía abusiva y brutal, que se ensaña contra los ciudadanos por el color de su piel, que domina con instrumentos coercitivos y violentos sin ofrecer la oportunidad para que brinden explicaciones o reclamen derechos. Es lo que ha ocurrido con muchos ciudadanos. Y lo que todos hemos visto en imágenes cotidianas, incluyendo apresamiento de reporteros de prensa que realizan transmisiones en vivo y se les colocan grilletes en vivo frente a todo el mundo.

Tal y como lo acaba de publicar Contratiempo, una revista hispana en Chicago, “condenamos vehementemente los recientes asesinatos de Ahmaud Arbery, Breonna Taylor, George Floyd y tantos más; muertes que reflejan de manera categórica el profundo abismo que existe entre lo que debería ser el modelo de nación que pretende ser este país, y la racista realidad que es su cotidianidad. Nuestra labor nos obliga a recordar que cada vez que somos testigos impasibles, nos quedamos cortos de lo que aspiramos: de que el sufrimiento de nuestros hermanos sea nuestro sufrimiento; su dolor, nuestro dolor; su causa, nuestra causa; y su grito, nuestro grito”. 

Los habitantes de esta isla sabemos del racismo, y hemos sufrido racismo y lo seguimos sufriendo. Pero aquí somos una mezcla, somos negros, mulatos, blancos, y la mayoría es fundamentalmente mulata, como resultado de los acontecimientos históricos que han definido nuestra identidad.

La violencia y los abusos de que estamos siendo testigos en los Estados Unidos nos lleva a solidarizarnos con las minorías oprimidas y acusadas, y a reclamar el respeto que esas minorías merecen, el derecho a la vida que tienen las minorías, porque como dice una muy popular consigna la vida de los negros importan.

Que esta nota sea una expresión solidaria con lo mejor de la sociedad norteamericana, con la libertad, la democracia, el respeto a los derechos humanos, y a la libertad de expresión, y por siempre el rechazo a la dictadura, en cualquiera de sus manifestaciones o como quiera que se muestre ante nuestros ojos. Que la indiferencia nunca sea unida a nuestro nombre.