Todos los gobiernos dominicanos han tenido expertos en búsquedas de préstamos para hacer negocios con adquisiciones.
Se compran hospitales llave en mano. También escuelas, universidades y mercados de productores, como el Merca Santo Domingo.
Se compran modernos equipos para centros de salud que nunca terminan de instalarse.
Se compran radares para preservar el espacio aéreo dominicano.
Se compran vagones de trenes.
Se compran autobuses modernos.
Se compran automóviles para sustituir los tiestos del concho vehicular.
Se compran semáforos.
Se compran camiones y volquetas para los ayuntamientos.
Se compran servicios para cambiar la cédula de identidad y electoral.
Se compran servicios de modernización para el INDRHI y para el Ministerio de Agricultura.
Se compran armamentos para la Marina de Guerra, para la Fuerza Aérea, para el Ejército Nacional, para la Policía Nacional.
Se compran servicios de señalización de carreteras.
Se conceden autorizaciones, y el Estado se compromete a comprar servicios de cualquier índole. Por ejemplo la emisión de las licencias de conducir o la emisión de pasaportes.
Lo mismo ocurre con los servicios de compra de billetes que circulan legalmente en la República Dominicana.
Generalmente estas compras vienen amarradas a un préstamo, procedente del país que vende y que es el mismo que concede el préstamo. A eso se le llama crédito de exportación. Es una compra mediante factura de un equipo o un servicio. La obligación es comprarlo al país de donde es el banco que concede el préstamo.
Brasil, a través de Bandes, es uno de los países más agresivos en la concesión de este tipo de préstamos. La compra se hace a una empresa brasileña y esa empresa y el banco prestamista se ganan un rollo de dinero. Porque esos préstamos vienen dados sin que haya debate sobre loas tasas de interés, que casi siempre es la tasa libor más un 3 ó 4%. El truco está en el precio de los productos y servicios que venden a la República Dominicana.
Si un tractor cuesta 100 mil dólares, el precio que le colocan es el doble. Y en el gobierno dominicano, cuando se trata de préstamos o créditos de exportación, nadie discute precios.
Existió, en tiempos de Joaquín Balaguer, una dinámica muy socorrida por los gestores dominicanos de este tipo de préstamos.
Se pagaba dinero a gentes de las comunidades que visitaba Balaguer, e Hipólito Mejía, o Leonel Fernández, para que exigieran una carretera en Guayubín, por ejemplo. Cuando el presidente visitaba el lugar, había pancartas y reclamos. Un periodista, previamente orientado, hacía la pregunta al presidente, si el gobierno respondería la demanda de la carretera de Guayubín. Si el presidente respondía que era una prioridad, y que lo incluiría en el presupuesto del próximo año, ese dato se publicaba en los diarios.
Con ese dato, se prepara el proyecto de carretera de Guayubín, se buscaba quien concediera el crédito, lo llevaban al Congreso, donde había legisladores “aceitados”, y el presidente temía que admitir ese proyecto. El préstamo se aprobaba y sólo se entregaba la certificación cuando se pagaba por el servicio.
Era un negocio redondo. El gobierno no ponía directamente el dinero. El proyecto se desarrollaba a sobreprecio, ganaba el desarrollado, ganaba el banco financiador, ganaban los legisladores, ganaban los periodistas, y ganaba el gobierno, porque cumplía con una promesa del presidente.
Así ha crecido la deuda externa dominicana.
Así pudo haberse desarrollado el crédito para la compra de los Tucano. Hubo mucha gente que dijo y clamó por la compra de los aviones para combatir el narcotráfico. Eso se convirtió en una “necesidad nacional”, y el préstamo fue de 93 millones de dólares para comprar ocho aviones que pudieron comprarse más baratos, que pudieron recibirse donados por los Estados Unidos, pero terminó pagándolos el país, a sobreprecio. Casi nadie habla de los Tucano, ni se sabe si hubo efectividad o no en el control de tráfico de drogas. Estados Unidos interviene con frecuencia con naves y helicópteros para perseguir drogas el territorio nacional. De los Tucano se habla poco.
Esa es una vieja historia que deberá recordarse, para que no sigamos accediendo a créditos de exportación, a préstamos onerosos, dolosamente negociados para beneficiar a unos cuantos en detrimento del pueblo dominicano.