El clientelismo político es algo de lo que se habla con frecuencia, pero que nadie está dispuesto a enfrentarlo ni a denunciarlo con la fuerza y la voluntad suficientes. El clientelismo aparece como una ventaja que otorga el político con poder, para conseguir el voto del ciudadano. Y nada más. Sin embargo, lo que está detrás del clientelismo es muchísimo más dramático.

El clientelismo utiliza generalmente las políticas públicas para doblegar la voluntad de los ciudadanos. Además de que desvirtúa el obligatorio trabajo del gobierno en políticas sociales, y desvirtúa las políticas sociales, también mutila la capacidad de exigencia que pudiera desarrollar la ciudadanía que recibe la aparente ventaja económica.

Los políticos clientelistas siempre están dispuestos a dar, y a aparecer como que son ellos los que auspician las dádivas. Claro, se hace con los fondos del Estado, sea a través de programas sociales disfrazados, sea a través de nominillas, canastillas o cualquier otra modalidad, en la que siempre el protagonista es el que entrega la dádiva.

Oxfam, que tiene oficinas en la República Dominicana, publicó hace unos meses un informe titulado “Privilegios que niegan derechos: desigualdad extrema y secuestro de la democracia en América Latina y el Caribe”, en el que aborda la tragedia del clientelismo como una retranca para el combate a la pobreza. Este informe dice que el clientelismo encuentro su caldo de cultivo en los contextos de pobreza y desigualdad, “y lo utiliza para captar el apoyo político de las poblaciones más desfavorecidas a cambio de espejitos”.

Se trata de un fenómeno que crece por la existencia de desigualdades económicas, por la falta de conciencia de derechos de la ciudadanía, y por las relaciones de poder existentes en contextos como América Latina y el Caribe. Un caso concreto, la República Dominicana.

El clientelismo transforma a la ciudadanía en clientela que no reclama derechos, sino favores.

El clientelismo desvirtúa el proceso democrático, haciendo que el voto no represente posiciones sobre a qué sociedad se aspira o a qué políticas públicas se prefieren. Esto sepulta la voz de la ciudadanía.

El clientelismo prioriza políticas que consigan un rápido crecimiento político, en vez de políticas que realmente combatan la pobreza y la desigualdad. La priorización de los programas de rápido rendimiento político es una forma del uso político de los recursos del Estado para asegurar la continuidad política y no la garantía de derechos. El clientelismo genera dependencia y no capacidades.

El clientelismo impulsa la contratación de funcionarios políticos según su adscripción política y no sobre la base de sus capacidades, lo que a su vez resta efectividad a las políticas públicas.

Se analizan los datos de los países con más adhesión al clientelismo político, registrado en el Barómetro de las Américas del 2010.

Se preguntó si un funcionario o candidato le ofreció algo a cambio de recibir apoyo en las elecciones, y la respuesta mostró que este comportamiento es habitual en la región. Y en particular, la República Dominicana ocupa el primer lugar de toda América Latina y el Caribe, con un 18% de las respuestas que resultaron positivas. En Chile la respuesta fue de apenas un 3.5%. Todos los demás países de la región registran índices muy por debajo de la República Dominicana.

En este proceso electoral que vivimos ahora los dominicanos se tendrá la oportunidad de observar como seguirá creciendo el clientelismo político, y como el costo de las inversiones de los candidatos seguirá aumentando, a costa del Estado esencialmente, porque este es precisamente el momento más floreciente para el clientelismo político y electoral. Es nuestra tragedia que pocos ven, y que tocaba las bases del sistema democrático.