Aunque las encuestas proyectaban al ultraderechista Jair Bolsonaro, candidato del Partido Social Liberal (PSL), como el candidato con mayor intención de votos para los comicios celebrados este domingo en Brasil, los resultados han mostrado que podría terminar convirtiéndose en gobernante en la segunda vuelta electoral.

A distancia resulta chocante, inexplicable, que un candidato que se declare abiertamente machista, misógino, racista, homofóbico, autoritario, represivo y violento, haya logrado seducir a un porcentaje importante del electorado de Brasil.

En efecto, las proyecciones de las autoridades electorales dan como ganador de la primera vuelta a Bolsonario con más del 46%, superando por mucho a los demás competidores.

En segundo lugar ha quedado Fernando Haddad, del Partido de los Trabajadores (PT), con apenas poco más del 28 %; Ciro Gomes, del Partido Democrático Laborista (PDT), se ubica en tercer lugar, con más del 12 %. De los demás candidato ninguno ha alcanzado el 5%.

Es gente que divulga sin ambages su discurso de odio, casi siempre con tintes de alarma apocalíptica. Buscan llenar de miedo a los pueblos, hacerles creer que están a punto de perder su país, que la democracia ha fracasado y que por tanto es necesario un régimen de fuerza liderado por un "hombre duro"

Lo ocurrido en Brasil, el gigante de América Latina, con 210 millones de habitantes, y un territorio de 8 millones 515 mil 770 kilómetros cuadrados, no es un caso aislado. El discurso de odio está en la cresta de la ola en estos momentos en todo el mundo.

En los últimos años, en decenas de países, prácticamente en todos los continentes, se vive una ola de propuestas políticas extremistas en las que pactan y convienen todas las corrientes de fanáticos: Nacionalistas, racistas, xenófobos, religiosos fundamentalistas.

Es gente que divulga sin ambages su discurso de odio, casi siempre con tintes de alarma apocalíptica. Buscan llenar de miedo a los pueblos, hacerles creer que están a punto de perder su país, que la democracia ha fracasado y que por tanto es necesario un régimen de fuerza liderado por un "hombre duro".

Claro que no es tan simple como decir que se trata de los "malos" contra los "buenos", así, en blanco y negro.

A estos ultraderechistas, que han desempolvado los discursos del extremismo nacionalista europeo de la primera mitad del siglo XX, les ha servido como punto de partida el hecho de que muchas propuestas de gobiernos, tanto de conservadores como de centro y de izquierda (moderada y radical) han terminado en profundas frustraciones, fracasos, desilusiones.

Los líderes y gobiernos que prometieron redención, no han materializado las promesas de bienestar y justicia, se han tornado represivos y se han corrompido de manera alarmante. Incluso han exportado sistemas de corrupción.

Un pueblo decepcionado primero y luego atemorizado por la propaganda puede ser confundido y engañado.

Por suerte, en el caso brasileño todavía el candidato Bolsonaro no ha ganado la presidencia, solo la primera vuelta electoral. Habrá que esperar el 28 de octubre.

No obstante, tendría que pactarse una gran alianza electoral entre todos los partidos que compitieron este domingo contra Bolsonario, y dejando atrás sus diferencias unirse para poder impedir que Brasil lleve al gobierno a un político con claras intenciones dictatoriales.

Ojalá que este pueblo hermano se libre de este peligro.