El presidente Luis Abinader está desarrollando una agenda intensa, con actividades diarias, sin descanso los fines de semana, que abarcan todo el espectro económico y social de la República Dominicana.

Las empresas privadas han percibido el dato de que el presidente quiere impulsar las actividades productivas, estimular la inversión extranjera, la industria hotelera, las zonas francas, y han aprovechado para conseguir la presencia del presidente Abinader en sus instalaciones. Obvio, que cada empresa a la que se desplaza el presidente y la comitiva recibe un espaldarazo que no es posible obtener en otros países y zonas que compiten con la República Dominicana.

Lo mismo ocurre con los ministros del Gobierno, que están compitiendo para conseguir la presencia del presidente Abinader en sus actividades propias. Eso igualmente atrae capital político, empodera a esos funcionarios frente a terceros, y facilita los programas y compromisos estatales en época de crisis.

Si observamos el abanico de actividades a los que se expone diariamente el presidente, notaremos incluso su disposición a tomar la palabra, a pronunciar o improvisar discursos. Lo acabamos de ver en la ampliación del Puerto Multimodal Caucedo, en donde dijo que con ese puerto la República Dominicana aspiraba a que se convirtiera en un hub de todo el Caribe. Esos deseos, esas palabras, son un estímulo a una empresa y a un grupo empresarial presidido por un sultán. El presidente Luis Abinader sabe que su presencia en cada lugar es un aditivo para nuevos negocios, además de un estimulo a la inversión extranjera.

La extraordinaria exhibición del presidente Luis Abinader, y su disposición a hablar y elogiar actividades productivas, nos permite recordar las visitas semanales que hacía el presidente Balaguer a diversos proyectos gubernamentales del país, en donde hablaba y hasta permitía preguntas de los periodistas que cubrían el Palacio Nacional.

A su alrededor se creo un grupo de activistas y promotores de proyectos oficiales, que buscaban préstamos en el exterior, para carreteras, puentes, acueductos y otras obras. Aparentemente, el presidente Balaguer no sabía que cada obra que prometía ya tenía asegurado un financiamiento, con ganancias sustanciosas para los que promovían esos proyectos desde la sombra presidencial.

Entre los periodistas que cubrían el Palacio Nacional se estableció una especie de cuota a cobrar por cada pregunta que hacían al presidente sobre algún proyecto o un reclamo de la comunidad visitada. “Presidente Balaguer, la comunidad de Jumunucú está pidiendo un acueducto. Ha habido manifestaciones y reclamos. Los líderes comunitarios lo han pedido ¿Su gobierno hará ese acueducto o lo dejará para otro período?”. Esa pregunta se pagaba y la respuesta positiva del presidente se utilizaba para pedir préstamos a la banca de exportación e importación o a cualquier entidad entidad financiera. Las palabras públicas del presidente se utilizaban como aval de que el gobierno estaba interesado en levantar esa obra.

El proyecto de préstamo se elaboraba con la garantía de las palabras del presidente. Iba al Congreso Nacional, se aprobaba, como una especie de crédito de exportación. Ahí entraban los apoyos financieros bilaterales, de países como Brasil, España, Estados Unidos. Y todo se debía al peso de la palabra del presidente de la República. Tal vez Balaguer no sabía el negocio que había alrededor de sus atenciones a las comunidades que visitaba.

Claro, ahora es muy distinto. Sin embargo, de sólo pensarlo aterra imaginar que el presidente Abinader siga el ritmo que lleva de exposición pública, discursos, estímulo y empuje a todos los sectores. Se va a agotar, y el agotamiento podría venir acompañado de un desgaste de su imagen y del poder de su palabra. Los estrategas alrededor del presidente deben analizar la forma de administrar, cuidar, proteger la imagen y la palabra del presidente. Sólo la novedad, la popularidad y la escasez de cuestionamientos pudieron protegerlo del desaguisado del lanzamiento de la Marca País, en donde Luis Abinader produjo uno de esos discursos cargado de bondades y buenas intenciones.