El taxista Luis Manuel Abreu se llevó el susto de su vida. Tres vehículos repletos de agentes policiales querían sangre y lo buscaron a él en plan de venganza. Querían matarlo, y hasta lo provocaron para fusilarlo delante de su madre, si la convocaba a ella, según el relato que ha recogido Acento.com.do, a través de la pluma de la reportera Lissette Rojas.

La Policía Nacional ha hablado claro: quiere vengarse por la muerte del mayor Víctor Manuel Batista Núñez, asesinado el sábado, mientras investiga la muerte de una pareja en La Puya de Arroyo Hondo.

Precisamente este martes la propia Policía Nacional reportó que la muerte del oficial se produjo en forma accidental, con el arma de reglamento de un compañero de uniforme, el teniente coronel José Restituyo, quien en apariencia guardó silencio sobre la forma en que se enfrentaron a los delincuentes acusados del secuestro de una pareja.

El mayor asesinado murió cumpliendo con su deber y merece todo el reconocimiento social y hasta los honores que la Policía Nacional desee otorgarle. Sin embargo, excusándose en esa muerte la Policía Nacional no tiene derechos para cebarse contra los ciudadanos que realizan una labor o que andan en las calles, por más sospechosos que puedan resultar.

La Policía asesina con alevosía a las personas, sin antes investigar si tuvieron o no participación en actividades delictivas, como ha ocurrido en este caso. La Policía no tiene derecho a matar a nadie. Tiene la autoridad que le brinda la ley para poner bajo prisión, o bajo control, a reducirlo con la fuerza de las armas que le otorga el Estado y la Constitución, pero nunca para matar impunemente como ha venido haciéndolo desde hace mucho tiempo.

El criterio que se ha impuesto en la Policía es que los delincuentes deben ser asesinados, y por eso, la Policía se ha convertido, lamentablemente, en un grupo criminal, escudado en el uniforme, bajo la sombra y protección de la ley, pero sin ninguna autoridad moral. Luego de los golpes a un inocente, la PN descubre que murió por un bala accidental de un compañero de patrulla.

La Policía torturó al taxista, lo golpeó salvajemente. Varios agentes lo tomaron por la espalda, le pusieron un madero en el cuello y querían arrancarle una confesión que era imposible que la hiciera: su participación en un crimen que él mismo dice que desconoce.

Lo más grave del caso es que, conocido el error por parte de la Policía, el ciudadano fue puesto en libertad. Lo llevaron hasta el sector donde reside y le plantaron esta belleza de advertencia: ‘¡Te vamos a soltar, mándate para matarte aquí mismo delante de tu mamá!’.

¿Qué está pasando con los policías, con sus jefes y con las autoridades del país? ¿Por qué se ha perdido el respeto a la vida? ¿No hay otras formas para apresar, reducir a control y someter a la justicia a los delincuentes, sin tener que matarlos? ¿No se recuerda que de la misma forma en que trataron estos policías al taxista Víctor Manuel Batista Núñez trataron otros policías al padre Miguel Tineo, de los Misioneros del Sagrado Corazón de Jesús, y lo asesinaron frente a la residencia de esa congregación religiosa?

Otros correctivos deben ser aplicados. Aunque la Policía Nacional busque vengar la muerte de uno de sus oficiales. Así no se hace justicia.