Casi todos fuimos alguna vez en nuestras vidas, principalmente durante la niñez, fanáticos de la lucha libre. Por lo tanto, muchos deben recordar el comportamiento inapropiado de los árbitros, en algunas ocasiones, cuando intervenían para favorecer a uno de los gladiadores, por supuesto, como parte del fantasioso espectáculo.

Este deshonesto comportamiento permanece en la memoria infantil de los niños, y también de muchos adultos ingenuos, de los tiempos de gloria del campeón de la bolita del mundo, Jack Veneno. Siempre el fraude era contra él, que era el más noble de los luchadores, al que el árbitro tramposo le atravesaba el pie para que callera a la lona y el rudo pudiera vencerlo, o lo perjudicaba con otros tipos de fraudes, tales como el de simular que estaba distraído, para no sancionar al rudo, en el momento en que éste le echaba ceniza en los ojos, así como el de contar lentamente hasta diez cuando el técnico planchaba al rudo y de forma acelerada cuando era lo contrario.

Haciendo un símil con la advertencia que, por mandato de la ley, debe contener la publicidad de cualquier bebida alcohólica sobre el daño que puede causar a la salud de los consumidores, en los casos antes señalados podemos advertir que la imitación de esta conducta del árbitro de la lucha libre por parte del árbitro electoral, puede provocar que la ciudadanía no confíe en él y ponga en riesgo la integridad de las elecciones.

La Enciclopedia Electoral ACE, considera que “es de vital importancia para el proceso electoral de un país, que la administración de las elecciones se perciba independiente de todos los partidos y del gobierno. Si el OE no goza de esta confianza, el proceso electoral en conjunto y sus resultados pueden ser cuestionados”.

Sin embargo, el celo del árbitro por la consolidación de la percepción de independencia, bajo ninguna circunstancia debe llegar al extremo de convertirse en un elemento de discordia con los partidos políticos y la sociedad civil. La intolerancia de los órganos electorales ante los reclamos de los partidos políticos, lo mismo que la imposición arbitraria de sus decisiones, son dos peligrosos generadores de desconfianza. Por el contrario, la relación fluida, cordial y respetuosa con los mismos, contribuye con el afianzamiento de la confianza en la institución.

Con la confianza contribuye también el grado de neutralidad e imparcialidad con que operen el administrador y el juzgador de los procesos electorales. La parcialización aniquila, irremediablemente, la confianza en el órgano y la credibilidad de todo el proceso electoral, al tiempo que provoca, por vía de consecuencia, el cuestionamiento a la integridad de las elecciones.

Para ser depositario de la confianza de los partidos políticos y de toda la sociedad, se requiere, además, que el órgano electoral actúe con transparencia.  En ese sentido, la citada Enciclopedia Electoral ACE estima que “un proceso abierto y transparente que ponga a consideración pública las decisiones y razonamientos del OE, promoverá la comprensión del proceso electoral e incrementará los márgenes de credibilidad en su administración”.

Como se puede apreciar, ningún árbitro que se comporte como el que en algún momento fue participe de las malas artes contra Jack Veneno, es digno de confianza.