Los personajes que entran en la historia se convierten en iconos y como tales forman parte de la polémica pública. Están sujeto al análisis de sus actuaciones, a la crítica de su memoria y -muchas veces-, como es el caso de Antonio Imbert Barrera, pasan a formar parte del festín del “demonio público”.
Y tienen razón los que han criticado duramente el editorial del pasado miércoles 1 de junio, de Acento, en que se analizaba solamente la relevancia de las actuaciones de Antonio Imbert Barrera en el tiranicidio de Rafael L. Trujillo Molina, y se dejaba a un lado sus actuaciones políticas posteriores.
Y fue intencional. Con la muerte de Antonio Imbert Barrera quisimos destacar, de manera parcial, los hechos del 30 de mayo de 1961, tomando en cuenta la coincidencia de la fecha histórica con la fecha del deceso del héroe nacional.
La historia no es una materia exclusiva de los historiadores. Hay historiadores dominicanos que no abordan la historia a partir de los personajes particulares, o protagonistas, sino partiendo de los procesos sociales y políticos.
Es cierto que Antonio Imbert es un personaje polémico, por sus decisiones luego de la hazaña del 30 de mayo. El golpe de Estado contra el gobierno constitucional del profesor Juan Bosch, su presencia determinante en el Gobierno de Reconstrucción Nacional, muy adherido a los Estados Unidos y a Elías Wessin y Wessin. También se discute su paso por la administración pública, tanto en el Consejo de Administración de la mina de oro Rosario Dominicana, como en el Ministerio de las Fuerzas Armadas.
Incluso se le señala como participante de la llamada Operación Limpieza, posterior a la guerra de abril y a la intervención militar de los Estados Unidos en 1965.
Son muchos los personajes polémicos de la historia dominicana, y especialmente los que surgieron con el nacimiento de la democracia dominicana en 1961.
Las querellas y quejas entre duartistas y sanchistas son memorables, en especial porque se le atribuyen flaquezas en sus actuaciones posteriores a la declaración de separación de Haití y al juramento Trinitario. Es bien conocido el el más notable de los anti-héroes dominicanos, Pedro Santana. O los zigzagueos y conducta antidemocrática de Buenaventura Báez durante una parte de su gestión al frente del gobierno dominicano. Recientemente fue publicado, y premiado, un libro de defensa furibunda de Báez.
Y qué decir de Lilís,el hombre que fuera alumno encumbrado de Gregorio Luperón, que se convirtió en dictador. Otro anti-héroe, o de Horacio Vásquez, que habiendo rechazado la reelección, y habiendo sido parte de los ejecutores de Lilís, se inclinó por aupar por todos los medios posibles su propia reelección y permanencia en el poder.
Con Antonio Imbert Barrera ocurre lo mismo: hay sentimientos encontrados, hay indignación, hay rechazo a sus decisiones y acciones políticas luego de la gesta del 30 de mayo. Para algunos estuvo en el 30 de mayo por razones personales, y no patrióticas, para otros es un héroe nacional, sin discusión.
Como colofón anotamos aquí un mensaje recibido, del sociólogo Carlos Castro:
Hola Fausto:
El editorial respecto a Imbert Barrera, no parece que salió de tu pluma ni de tu forma crítica-comedida de ver las cosas públicas. Sí lo escribiste tú, lo sentí sin entrega ni compromiso, sin ese ojo de anfibio que tú tienes, “de quien también sabe ver debajo del agua.”
El tema Imbert y los supuestos héroes del 30 de mayo, es un banquete para “cientistas” que sepan leer los sucesos y el hecho. Esos héroes, Imbert en específico, son dignos de una gran interrogante: “¿Cuáles héroes nos gastamos?: unos “Trujistas” resentidos que mataron a Trujilo. En su misión no hubo ni hay un solo indicador que no sea: Una trama de carácter pasional-personalista. Estuvo marchitada la dignada de ellos, y por accidente, la muerte del chivo hizo más digno a este pueblo.
En estos casos, siempre agradecemos la crítica y la alimentamos, porque sólo con esa visión cuestionada podemos acercarnos a la verdad histórica. Si es que esa verdad existe.