Mañana se cumplen 37 años del suicidio del presidente de la República Don Antonio Guzmán Fernández. No debe olvidarse que Guzmán Fernández fue el presidente que tomó las decisiones para sepultar la semi-dictadura que se instaló entre 1966 y 1978, los famosos y sangrientos doce años de Joaquín Balaguer.

Antonio Guzmán fue el presidente que posibilitó el retorno al poder del Partido Revolucionario Dominicano, luego del golpe de Estado contra el gobierno del profesor Juan Bosch en septiembre de 1963. La salida de Bosch del PRD dejó ese partido en las manos del doctor José Francisco Peña Gómez. Dos tesis se enfrentaron entonces: La de Juan Bosch de que las elecciones dominicanas no servían, porque eran mataderos electorales, escenarios para el fraude, y la de Peña Gómez, de que las elecciones, con presión internacional, eran la única posibilidad de sacar a Balaguer del poder.

Peña Gómez tuvo razón, pero el PRD llegó al poder y no fue posible realizar todos los cambios que la socialdemocracia había previsto. El propio Peña Gómez se vio marginado del poder, y debió construir una candidatura presidencial que lo llevara al poder, para cumplir con las promesas del PRD. Los propios perredeistas, con el apoyo de fuerzas conservadoras, luego Balaguer y Juan Bosch juntos, impidieron que Peña Gómez fuera presidente de la República. Apenas pudo ser alcalde del Distrito Nacional.

Desaparecidos todos esos líderes (Juan Bosch, Peña Gómez, Joaquín Balaguer, Jacobo Majluta), los liderazgos de los partidos que ellos construyeron quedaron en manos de discípulos que no han seguido sus posturas políticas e ideológicas. Ni en la derecha ni en la izquierda. Todo es hoy pragmatismo, como consecuencia de los nuevos tiempos. Tal vez es razonable que así sea.

La política tiene hoy otros elementos, que no son precisamente los que distinguían a Balaguer, Bosch y a Peña Gómez. El pragmatismo, el poder como recurso para forjar grupos económicos, intereses creados que sostienen fundaciones de por vida, y un auxilio permanente a los prestadores de servicio al Estado, a través de los cuales hay posibilidad de consolidar alianzas, como se debate hoy con los negocios de Odebrecht en la República Dominicana.

La simulación como ejercicio político en su mayor y más alta expresión. Todo el que hace política miente, y no se arrepiente si le descubren mintiendo, porque la ventaja de todo político de hoy es saber mentir, y reiterarse en sus mentiras. Es lo que demandan los nuevos votantes, los millenials y todas las generaciones que han surgido desde finales del pasado siglo y que continúan surgiendo entre los teóricos y analistas.

A los 37 años de la muerte por suicidio de aquel presidente “mano de piedra” ya nadie se acuerda de él y de sus discursos, ni de su obra, ni de su apertura al proceso democrático, ni de sus cambios del aparato militar politizado y balaguerista, y menos del retorno de los exiliados políticos ni de la eliminación de las leyes que prohibían realizar actividades políticas a los comunistas.

Es cosa del pasado, que las nuevas generaciones no consideran importante, pero en la que están montados para hacer un ejercicio de libertad, como el que hoy utilizan para ser tan libres como son.