Rafael L. Trujillo, como personaje militar, político, económico y represivo ha tenido la mayor cantidad de páginas de la historiografía dominicana. La dictadura encarnada en la figura del también personaje novelesco, el dictador cruento y perverso, igualmente ha ganado una extraordinaria cantidad de páginas, tanto testimoniales como narrativas, con las más diversas descripciones. Controversial, como ha sido siempre, Trujillo y su régimen son y seguirán siendo objeto del trabajo de los historiadores, ensayistas, politólogos y sociólogos, y de los narradores.

En este caso no se trata de ningún testimonio particular. Alejandro Paulino Ramos sabe que hay que hurgar en los intersticios de la historia para recoger los detalles, hilvanar los testimonios más acertados, desentrañar las historias familiares y personales, acudir a los lugares donde ocurrieron los acontecimientos, y construir la historia de la represión política más cruenta de la dictadura, y de la historia dominicana, y ofrecer como un compendio casi completo de la historia represiva más sangrienta, no sólo de la República Dominicana, sino de todo el Caribe y de toda América Latina, con la más humana y desquiciada dictadura encarnada en la figura de Rafael L. Trujillo Molina.

Algunos políticos e historiadores han recogido la historia de la represión, como el caso de Rafael Chaljub Mejía, quien al relatar los últimos días de la Era de Trujillo, sin proponérselo entregó un relato bastante aproximado de cómo era la represión y la deshumanización de los mecanismos de persecución política y represiva de los días finales de la dictadura. Ese testimonio se recoge fundamentalmente a partir de las narraciones familiares de algunos de los muertos y asesinados por la dictadura, y de las narraciones que se pudieron elaborar en medios impresos clandestinos, o vivencias que se vivieron en algunas de las cárceles y centros de torturas. Esos testimonios están disponibles fundamentalmente en el Archivo General de la Nación, una de las fuentes fundamentales a la que recurre Alejandro Paulino Ramos para este libro. Muchas de esas fuentes son oficiales de la propia dictadura.

En este libro, sin embargo, hay mucho más. Se trata de una revisión y resumen exhaustivos de la represión, el sistema de vigilancia política, y las torturas establecidas en cada uno de los lugares dispuestos por la dictadura y sus esbirros para doblar la voluntad del pueblo dominicano, para torcer las rodillas de valientes hombres y mujeres y convertirlos en guiñapos desmoralizados, basura humana que ni ellos mismos se soportan, y hasta prefirieron la muerte. Esa es nuestra historia y ese es el testimonio y la documentación que nos aporta este excelente documento sobre la vigilancia, la tortura y el control político en el período de más de 30 años que nos azotó entre 1930 y 1961.

Somos uno de los pocos países que jamás creó una Comisión de la Verdad, y es el momento de retomar esa propuesta, ya formulada por el doctor Roberto Álvarez Gil, Ministro de Relaciones Exteriores del gobierno de Luis Abinader.

Un dato fundamental. Pese a que una sospecha, una delación, una detención podrían significar tortura y muerte, tanto propia como de los familiares, los revolucionarios, la resistencia individual y familiar de una gran cantidad de ciudadanos, de todas las clases sociales y estratos cultuales y educativos, se mantuvo viva. La resistencia era por la dignidad, y la mantuvieron en nombre del conjunto de la sociedad que amaba la libertad y la democracia. La dictadura perfeccionó su maquinaria de muerte, todos los mecanismos que se utilizaban en el país y en el exterior, fueron adoptando cambios para ganar eficacia a favor de la dictadura, pero nada de eso evitó que se pusiera fin al régimen de oprobio y de cercenamiento de la libertad. Al final, miles de dominicanos fueron asesinados en los últimos aletazos de la dictadura, pero el dictador, como encarnación de su régimen de terror, cayó y con él se fueron sus asesinos, sus hijos que también se convirtieron en asesinos, y sus torturadores. Todo ello está narrado de manera fiel y con base en datos innegables, recogidos por Alejandro Paulino Ramos.

Al final del libro nos encontramos con dos casos de represión emblemáticos, que afectaron a varias familias, distinguidas y sufridas, con las que el país contrajo deudas imperecederas, por el martirologio que ambos casos implican: Las hermanas Mirabal, y las familias de los héroes del 30 de mayo, perseguidos y asesinados, en este último caso, por las mismas manos de Ramfis Trujillo Martínez, el hijo de la bestia, antes de marcharse del país, para tratar de evadir la responsabilidad contraída por él y su familia con todos los desmanes cometidos contra la sociedad dominicana, en todos los ámbitos. Era una deuda de sangre, profunda e imborrable.

En los últimos años algunos han querido hacer trizas aquellos acontecimientos, y sobre la base de la desmemoria y la carencia de formación de una gran parte de las nuevas generaciones, han querido aupar  y ver con simpatía a personeros descendientes y promotores de lo que fueron las supuestas virtudes de sus ascendientes y en particular del dictador.

Alejandro Paulino Ramos, con la decisión de poner en manos de la sociedad dominicana este libro, asume el compromiso de no olvidar. Está asumiendo la responsabilidad de poner en conocimiento que aquellos años, aquella represión, aquella sangre noble de ciudadanos y ciudadanas de este país, no puede ser olvidada y mancillada con actuaciones ahora, al amparo democrático que la bestia negó al pueblo dominicano, para exaltar virtudes que jamás le adornaron.

La dictadura de Trujillo formalmente inició en 1930, pero desde mucho antes “El Brigadier” tenía ya protagonismo en su represión a sangre y fuego, como jefe del Ejército designado por el presidente Horacio Vásquez. Fue el artífice de la traición al gobierno democrático del presidente Vásquez. Y aunque muchos trataron de abrir los ojos al presidente, enfermo y aferrado al mando, cometió el error de confiarse y aceptar el engaño de Trujillo manteniéndolo al frente del Ejército hasta que se produjo el golpe del 23 de febrero de 1930.

Víctor Medina Benet, en su libro Los Responsables. Fracaso de la Tercera República, narra con lujos de detalles cómo se produjeron los hechos, y en particular, los crímenes y la represión que puso en marcha Trujillo para alcanzar plenamente el poder.

En la página 441 del libro de Medina Benet se hace la siguiente narración:

“Y en medio de este estado de cosas, de terrorismo y de muerte; pisoteados los más elementales derechos del ciudadano, de que es guardián la Constitución del Estado; violados los hogares, llenas las cárceles de víctimas inocentes; con una soldadesca estúpida e insolente, ingería y endiosada, apoderada de la ley y el mando; negada la libertad de pensamiento y la justicia mancillada; gobernada la República por la escoria, lo más execrable de la sociedad, por criminales, ladrones y asesinos; en este ambiente de asfixia política, en esta barahúnda terrorífica que envolvió al país, tuvieron lugar las llamadas elecciones del 16 de mayo de 1930. Fue dentro de este marco de opresión, de este imperio de terror oficial, que el general Rafael L. Trujillo, producto accidental de la intervención militar norteamericana, salió electo presidente de la República Dominicana para el período 1930-1934. El segundo asalto de la lucha era suyo.”.

La brillantez y honestidad con que este funcionario de la embajada de Estados Unidos describe el ambiente que tuvo el país, luego del asalto militar y la mascarada de elecciones que organizó, no deja lugar a dudas.

La represión, el crimen, las violaciones, los abusos jamás se detuvieron. Todo fue un asalto contra la sociedad, sin límites, por la libérrima voluntad del dictador y de sus sabuesos y criminales.

Y este libro recoge cada momento, cada crimen, cada tortura, cada centro de envilecimiento y represión de la dictadura, para torcer la voluntad del pueblo dominicano.

Ahora que hemos alcanzado un momento de luz del proceso democrático dominicano, y que la sociedad, por fortuna, no evidencia riesgo del retroceso, falta asumir el compromiso histórico que aún tenemos con las víctimas de la dictadura de 30 años que nos sacrificó más que a cualquier otro país de la región que también padecieron dictaduras y dictadores. La nuestra fue mucho más cruenta y sanguinaria.

Somos uno de los pocos países que jamás creó una Comisión de la Verdad, y es el momento de retomar esa propuesta, ya formulada por el doctor Roberto Álvarez Gil, Ministro de Relaciones Exteriores del gobierno de Luis Abinader.

El 4 de agosto de 2018, en un entorno académico, el Álvarez Gil dijo lo siguiente: “República Dominicana es el único país de las Américas que, habiendo sufrido una dictadura tan larga, feroz y sanguinaria como la de Trujillo, no ha realizado una calificación a nombre del Estado que reivindique el derecho a la memoria histórica y el derecho a la verdad para las víctimas, sus familiares y el pueblo dominicano”.

Y parece que ha llegado ese momento. Este libro es un empuje importante para que las autoridades autoricen o promuevan una Comisión Oficial de la Verdad, que haga justicia frente a los crímenes, abusos y despojos que se produjeron.

Tal vez con esta Comisión Oficial de la Verdad, comencemos a hacer justicia frente al pasado de oprobio que aún no nos deja en paz.

Fausto Rosario Adames