Nadie habría pensado durante los años duros de la Gerra Fría (decenios 50, 60 y 70) que el mundo de hoy asistiría a situaciones tan absurdas, extrañas y contradictorias en la política y la economía mundiales.

Esto a juzgar por lo siguiente:

La potencia número uno de la democracia occidental y de la economía de mercado, Estados Unidos de América, hoy reniega de todo aquello que practicó y, en gran medida, impuso a muchos países.

Quién diría que el país que combatió durante casi un siglo la intromisión del Estado en la economía y los mercados cerrados, hoy encierra su economía, aumenta los aranceles a las importaciones y presiona a sus propias empresas para concentren sus fábricas e inversiones en territorio estadounidense.

Pero, más extraño todavía, quién diría que la única potencia mundial que continúa reivindicando el socialismo real, el comunismo y el pesamiento de Marx, Lenin y Mao, la República Popular China, vendría a ser ahora la abanderada del libre comercio, el mismo comercio libre y la apertura de mercados que impulsaron Ronald Reagan y Margaret Thatcher.

Esta corriente de pensamiento, que se ampara en el más absurdo de los nacionalismos,  se ha expandido sobre Europa y las Américas

Es decir, el más poderoso gobierno de un partido comunista único alienta y defiende el intercambio comercial fluido, libre y abierto, mientras el más poderoso de los gobiernos capitalistas aboga por las barreras arancelarias, el encierro de los mercados y el nacionalismo económico.

Es en este momento que países de profundas tradiciones de defensa de las libertades, como Inglaterra y Francia, asisten al surgimiento de liderazgos y discursos que representan todo lo contrario. Alemania e Italia, los países que sufrieron directamente los horrores del nazismo y del fascismo, hoy viven con espanto el resurgimiento de grupos y voces que elogian ese pasado de oprobio.

Esta corriente de pensamiento, que se ampara en el más absurdo de los nacionalismos,  se ha expandido sobre Europa y las Américas.

República Dominicana ha recibido parte de esa influencia. Observemos qué ha comenzado a aparecer en algunas encuestas sobre preferencias políticas.

Brasil, el país latinoamericano que tras recuperar su democracia formal en 1986 después de una represiva dictadura militar, parecía encaminarse hacia su desarrollo definitivo, ahora corre un serio riesgo de llevar al gobierno a un exmilitar que reivindica la tiranía, que expresa sus odios sin rubor y que se ha aliado con el segmento más fanatizado del fundamentalismo evangélico.

Lo peor es que esto ocurre en tantos países al mismo tiempo en que la apatía cunde entre un número importante de jóvenes y adultos.