Originalmente escrita para las familias de nuestro centro educativo, luego modificada para llevar el mismo mensaje a todas las familias del sector educativo privado.

Son tiempos difíciles, estamos conscientes. Tan conscientes que como equipos docentes nos mantenemos en comunicación en todo momento, tratando de acatar todas sus sugerencias, de corregir sus quejas, de aclarar sus dudas y de servir a todas las familias como lo hacíamos antes de esta pandemia. La realidad es que esto no es posible. No podemos hacer lo que hacíamos antes, pues el mundo ya cambió. Por más que deseemos volver a nuestros salones de clases, a conversar con nuestros estudiantes, abrazarlos en los pasillos, decirles que salgan rápidamente del baño que sonó el timbre, ya no lo podemos hacer. Hemos pasado todos, sin preparación alguna, sin aviso, sin un “chivo” o una notificación, a una modalidad totalmente virtual, en un abrir y cerrar de ojos. Lograr que toda una comunidad educativa se adapte a la nueva “normalidad” ha sido un reto difícil, pero no imposible.

Justo este fin de semana socializábamos entre colegas que, si nos fijamos, uno de los únicos sectores que ha permanecido abierto en nuestro país, contra viento y marea, prestando sus servicios, estando ahí para nuestras familias, en especial nuestros estudiantes, es el sector educativo privado. Hemos aunado esfuerzos, nos mantenemos en constante comunicación con directores de otros centros educativos, haciendo lives en Instagram, reuniones y talleres por Zoom, webinars… todo con el fin de compartir buenas prácticas que nos han servido a algunos y de aprender unos de otros en este nuevo mar que nos hemos visto obligados a navegar sin mapa, brújula u opción.

Son tiempos difíciles, nos consta. Es por esto que nos preocupamos por nuestras familias y damos un seguimiento constante, muchas veces a través de nuestras familias delegadas. Es por esto que nos interesa escucharlos, saber sus opiniones, que les recordamos una y otra vez que estamos dispuestos a aclarar cualquier duda que surja en el camino. Lo hacemos con la misma disposición y el mismo amor de siempre. Esto, a pesar de que el mundo haya cambiado, no ha cambiado en nosotros. No cambiará, pues es lo que nos mueve como sector. Es lo que nos identifica como maestros. Ese don de servir, de estar presentes, de acompañar, de solidarizarnos con el otro, de recibir a todos donde están, tal y como son, de educar desde el amor, la justicia, la integridad y la verdad.

Para muchos la realidad es que no nos vemos físicamente desde ese jueves de marzo que nos despedimos para entregar nuestro plantel escolar a la Junta Central Electoral para las elecciones municipales extraordinarias, pero continuamos haciéndonos sentir. Enviando circulares, publicando en nuestras redes, retándonos a compartir con nuestras familias, a escucharnos, a conocernos, a aprovechar este regalo que nos ha hecho la vida. Ver la pandemia como un regalo no es tarea fácil, lo sabemos. Especialmente cuando muchos estamos suspendidos de nuestros trabajos, cuando hemos perdido seres queridos, cuando no habíamos estado más de tres horas al día en promedio de lunes a viernes con nuestros hijos, y de repente lo estamos las 24 horas del día, siete días de la semana, cuando muchas veces no nos tocaba cocinar, ni fregar, ni limpiar, cuando no podemos abrazar a nuestros padres y abuelitos, cuando nos embarga la ansiedad, la tristeza, la preocupación constante por el futuro… cuando encima de todo esto tenemos que trabajar desde casa (y además esperamos mantener la calma). Es válido no hacerlo. Es válido pedir ayuda. Es válido no tener todo bajo control. Tengámonos paciencia, no queramos hacer todo al mismo tiempo, pues inevitablemente haremos unas cosas mejor que otras y otras no podremos hacerlas solas.

Son tiempos difíciles, pero, si hacemos una pausa, nos damos cuenta de que, a su vez, son tiempos hermosos. Tiempos en los que se nos ha exigido que hagamos un stop involuntario, que se nos exige que vivamos el aquí y el ahora, que le hemos dado un respiro a la naturaleza pues hemos reducido el daño que hacíamos voluntariamente a nuestro planeta. Tiempos en los que nos vemos obligados a reconocer privilegios. Somos, definitivamente, un sector privilegiado. Para la mayoría de los estudiantes dominicanos, la educación formal ha sido interrumpida por falta de acceso a los recursos necesarios para su continuación. Esta pausa obligatoria nos pide que abramos los ojos. Nos pide que estemos, de manera consciente, aprendiendo unos de otros. Se nos está exigiendo que desaprendamos todo lo que creíamos saber para volver a aprender lo que verdaderamente es importante, el cariño, la solidaridad, la empatía, la compasión, los abrazos, las caricias, las palabras de aliento. Se nos ha hecho claro que no necesitamos estar al último grito de la moda ni tener un carro más nuevo para ser felices, puesto que la felicidad, hemos visto, es estar en salud y con nuestros seres queridos. ¡Qué regalo! ¡Qué regalo haber podido hacer esta pausa, navegarla de la mejor manera posible, alentándonos unos a otros, importantizando aquello que teníamos olvidado! ¡Qué regalo estar con nuestros hijos, saber de dónde vienen sus respuestas, sus comportamientos, sus reacciones! ¡Qué regalo estar con nosotros mismos, escucharnos en silencio y priorizar eso que nuestros corazones verdaderamente anhelaban hace tiempo! Cantar canciones viejas, expresarnos amor (aunque sea a distancia), bailar al son del vecino, aplaudir al artista que nos regala su arte al final de la calle…

Sabemos que son tiempos difíciles, y estamos aquí con ustedes en todo momento. No nos hemos ido a ninguna parte, estamos acompañándonos, soñando, impulsándonos, reinventando esto que conocíamos como educación. Familias, sonará extraño viniendo de una educadora, pero aquí va: lo académico puede esperar. ¡Sí! Lo académico puede esperar. Esos contenidos del currículum pueden esperar. Las tareas, las reuniones por Zoom, el trinomio cuadrado perfecto, las preposiciones, el verbo to be, la genética de Mendel, todo esto puede esperar. ¿Qué no puede esperar? El amor. Dice Silvio Rodríguez, cantautor y poeta cubano, que el amor es una “prenda encantada,” una “extensa morada,” un “espacio sin fin.” Hagamos de nuestros hogares esa extensa morada, esa primavera que no puede ser limitada a un jardín. Regalemos esa prenda a todo el que la necesita, muy especialmente a aquellos que viven bajo nuestro techo. Recordemos a nuestras amadas nanas, que dan tanto por nuestros hijos y nuestros hogares. Llamemos para saber cómo están, brindemos ese arte del amor a todo el que lo pide a gritos. Esta es la gran invitación de este confinamiento en el hogar: brindar un “amor sin antifaz.”

Los abrazos no pueden ni deben esperar. Las demostraciones de afecto, una disculpa sincera, el apoyo entre los miembros de la familia, el estar, a veces en “silenciosa compañía” como invita Viviana Baldo, no puede esperar. Aceptarnos y recibirnos en el hogar tal y como somos, apreciar y entender quiénes son esos niños o esos jóvenes que han crecido en un abrir y cerrar de ojos y que gran parte del día puede que no estén de acuerdo con lo que decimos o les pedimos, no puede esperar. Este es el regalo que nos ha hecho la vida; el regalo más grande y hermoso del siglo, el regalo que no podemos desaprovechar.

Tal y como hemos expresado anteriormente, estamos aquí para ustedes y sus hijos. Es nuestro deber, pero más importante aún, es nuestra vocación. Sea en junio, en agosto o en septiembre, haremos, como siempre hemos hecho, lo necesario para nivelar y balancear esos contenidos académicos que por x o por y ahora no pudieron completarse. Prioricemos tanto la salud emocional de nuestros hijos como la nuestra. Prioricemos las competencias que pueden adquirir en casa, prioricemos este momento para aprender unos de otros. Aprovechemos este gran regalo, llevémonos de Silvio, brindemos “amor de humanidad,” aquel que sana todo aquello que “urge sanar.” Seamos sol y calor para otros. Todo lo demás, nos consta, no es urgente; puede esperar.