BARAHONA, República Dominicana.- Sin camisas, bañados del barro que brota del vientre de la tierra, en la más alta montaña de la sección Las Filipinas, de la comunidad de Bahoruco (no confundir con la provincia del mismo nombre) en Barahona, se encuentran cientos de hombres que cada día penetran a las profundidades del “infierno” en busca del larimar.
El larimar, piedra semipreciosa, muy demandada por los artesanos dominicanos, representa un negocio que involucra a una cadena de actores. Y los mineros que la extraen, en esta comunidad del Sur Profundo, son el primer eslabón en el trabajo, pero no así en el reparto de las ganancias.
Muchos no conocen que hay detrás de esta hermosa piedra que tanto gusta a los turistas que visitan República Dominica, pero desde hace más de 30 años los mineros de comunidad de Bahoruco trabajan exponiendo sus vidas, día tras día, para extraerla desde las profundidas de la cálida tierra sureñá.
“Hay algunos que son de Barahona, que es la provincia a la que pertenecemos, pero el 90% es del pueblo de Bahoruco; después vienen de El Arroyo, Juan Esteban y la Ciénaga”.
Como si fuera un ritual, cuando el reloj marca las 9 de la mañana, más de 20 hombres se introducen como una hilera de hormigas en estrechos huecos que llevan a las galerías subterráneas, reforzadas con maderos rústicos, para cabar y cabar en busca de las piedras de larimar. Uno a uno se deslizan como un experto entre las escaleras rusticas incrustadas a la pared.
“Uno diría que está sepultado vivo, pero yo digo que me siento mejor ahí que en el mar pescando. Aunque hay algunos pescadores que dicen: ¿yo metiéndome ahí?”, expresa Manuel Miguel Franklin, que se dedica a la búsqueda del larimar desde que tiene "uso de razón".
Jóvenes, adultos, fuertes, gordos, delgados, mulatos o negros. Todos hombres fuertes, forjados con el trabajo fuerte. Ágiles para movilizarse por los incómodos vericuetos debajo de la tierra.
Trabajan de menera rudimentaria, apenas con alguna tecnología. Sus principales herramientas son el "pico-martillo" y la pala.
Como si se tratara de una orquesta de percusionistas, sus fuertes brazos levantan y dejan caer los aperos, ya sobre la roca, sobre la tierra, produciendo una especie de ritmo acompasado que pareciera obedecer a una partitura musical. Cada cierto tiempo hacen subir un cubo con arnés hacia la superficie.
“En mi caso yo bajo delante, luego van mis compañeros, y nos vamos separando, ya que estamos todos adentro, entonces empezamos nuestra labor de picar, limpiar y extraer Larimar cuando hay”, explica animado Enó Gómez, un veterano que conoce cada paso de esta dura labor.
Esa es su realidad. Enfrentando todo tipo de peligros permanecen más de 8 horas en las entrañas del cerro pintado por la naturaleza de castaño con áreas un tanto verdes.
“Aquí llegamos nosotros a las 8, ya la planta eléctrica está prendida dándole aire a los hoyos, entonces de 8 y media a 9 estamos entrando…tenemos un horario de salida que es a la 1, le damos receso a la planta, comemos y entramos a las 2 y salimos entre 5 y 30 de la tarde o 6”, explica con serenidad Manuel Miguel, quien muestra un cierto liderazgo sobre sus compañeros.
La falta de oxigeno es un riesgo a tomar en cuenta. Los obreros utilizan una serie de abanicos que a través de tubos amarillos conectados con el exterior hacen circular el aire dentro de la mina. Es una forma de auxilio. Pero esta rústica tecnología no es tan segura, ya que a medida que avanzan hacia lo más profundo, la capacidad de oxigenar va disminuyendo, quedan atrás los conductos.
“Esos son los equipos que se encargan de refrigerar el hoyo, y si no hay energía eléctrica no hay trabajo”, dice Reynaldo Arboleada, señalando los ductos para el aire.
Reynaldo Arboleda es propietario de varios hoyos de la mina, su padre es de los primeros mineros que allí trabajaron, y él al igual que sus hermanos vive de la roca.
“No es como mucha gente lo pinta, en especial los artesanos de Santo Domingo, que sacar el larimar es venir y sacar esas piedras, no…yo quisiera que ustedes pudieran entrar a uno de esos hoyos que están por aquí, para que vean la profundidad”.
Y junto a él nuestras cámaras penetraron a su interior. Emulando la novela de Julio Verne, los reporteros de Acento.com.do viajaron al "centro de la tierra".
Tras caminar unos cuantos metros, cada segundo más acuclillados, llegamos a un orificio donde se encontraba el arnés que nos llevaría a lo más profundo, ahora hacía abajo.
Como remolcados por una grúa y atados al arnés, el cual no es usado por los mineros ya que dicen puede romperse dejándolos caer precipitadamente, descendimos para entonces iniciar la travesía.
Arrastrándonos como “gusanos” en un tobogán rocoso, nos fuimos adentrando dejando de sentir el poco aire que se percibía, cada momento más oscuro. “No hay energía eléctrica, por eso usamos plantas que al mes se gastan 100 mil pesos, 28 mil pesos semanal eso una sola más el dinero del vehículo para transportar ese gasoil”.
“En varios ángulos va una línea eléctrica desde la planta al hoyo; tiene un panel pequeño y un sistema de breakers con varios switches machetes para alimentarlos por parte”.
Cables con 220 voltios de energía que les sirven para usar un martillo eléctrico que los ayuda a avanzar más rápido mientras escavan, exponiéndose a descargas que pueden llegar a matarlos.
“Tenemos luz 220 porque poseemos bombas, grúas y ahora un sistema de una pistola martillo”, explica Luis Féliz, quien administra una fosa. Tras ser preguntado sobre el peligro que representa este voltaje, dice que sí, pero que trabajan "con mucho cuidado".
Con una forma inocente recalca “saben que no deben tocarlo, y el alambre no está regado, sino que está en una sola línea recta, entonces tú te recuestas al otro lado protegiéndote”.
“¡No les pongas la mano a esos cables, porque te mueres!”, grita exasperado Reynaldo a uno de los reporteros de Acento.com.do, antes de recostarse en una de las paredes.
Unas galerías con más de 50 hoyos
Más de 50 hoyos se encuentran en todo el litoral de la montaña ubicada a 750 metros sobre el nivel del mar. Unos con hasta 200 metros horizontales y 300 verticales, cada día más al centro de la tierra.
Empero, esta no es la única cantidad que ha existido. Anualmente es posible la creación de un nuevo túnel, que será explorado por los mineros del larimar hasta donde los deje llegar la naturaleza, y luego es cerrado para seguir con otros.
“Realizar un hoyo se lleva más o menos 1 año, tiene que tener un personal de 20 hombres y tiene que invertirse por ejemplo 1 millón de pesos”, dice Arboleda.
Pero, 1 millón de pesos no es la cantidad máxima que conllevaría el invertir en la mina de Larimar.
“El millón de pesos es solamente en la parte económica, entonces tú te imaginas 20 hombres trabajando por 365 días del año a 500 pesos, tu sumas eso y te da una suma millonaria de 4 ó 5 millones de pesos que usted necesitaría para extraer el Larimar”, asegura Reynaldo Arboleda.
Como expertos explican que la poca seguridad que existe la han emprendido ellos mismos que tras años de trabajo ya conocen las debilidades de la montaña.
“Cada vez que se pica alrededor de 5 ó 6 pies de distancia, hay que colocar lo que decimos caceta o cuadro de madera”, dice Luis Féliz.
Las casetas están compuestas por una madera llamada rumbita. Esta madera se encuentra en la costa y al llenarse de agua se fortalece sosteniendo con más fuerza la tierra, lo que -según los mineros- los protege de un posible derrumbe.
Cientos de cucarachas cruzan a los lados, aunque es lo de menos para preocuparse, es posible sentirlas rozar las pieles de los que irrumpen en su territorio.
Charcos de aguas se mezclan con la tierra color castaño dejándolos mojados y cubiertos de un barro que al rato se torna gris. El calor es más fuerte en la medida en que transcurren las horas. La sofocación se hace más extrema luego de llegar al final y de haber descendido decenas de metros.
Los reporteros de Acento.com.do reflexionan, intercambian miradas de interrogación y asombro, como si todos al unísono asintieran sobre lo arduo del trabajo de estos mineros y del riesgo que toman todos los días para ganarse el pan.
Cooperativa e inversionistas
De generación en generación, se han convertido en mineros organizados en una cooperativa privada, ya que la mina fue otorgada al pueblo por un decreto del entonces presidente Salvador Jorge Blanco, en el año 1985.
“Son dos cooperativas mineras. Pero también en la comunidad hay una cooperativa de artesanos, fundada el pasado mes, y ya tiene unos 60 miembros. La mayoría jóvenes, artesanos de la comunidad de Bahoruco, del Arrollo, Juan Esteban y algunos que son de La Ciénaga”.
La Cooperativa Larimar Bahoruco lleva 30 años de fundada, su presidente Luis Arboleda dice que se rige por la Ley 127 de cooperativismo dominicano.
“Son de mineros y también inversores que son socios de la cooperativa, que a través de los años produciendo larimar pudieron capitalizarse y hacer grandes inversiones aquí en la mina, y decimos grandes para los pobres que somos nosotros”, declara.
Aunque todos son miembros, necesitan de inversionistas debido a que los gastos son millonarios, y los obreros no pueden cubrir esos costos.
“Si tenemos un inversionista, cuando nosotros encontramos las piedras se le vende al inversionista y se le reparte el dinero a los que trabajaron”, expone Reynaldo Arboleada.
Cincuenta, 40 y 10 es la división que se realiza en esta única mina de Larimar en la República Dominicana, la primera cifra para el capitalista inversor. Los mineros deben repartirse el 40 por ciento, y dejan el 10 por ciento para la cooperativa a la cual pertenecen.
Sin embargo, en ocasiones el minero puede convertirse en un inversionista. “A veces Dios nos da la oportunidad de que vendemos el larimar y luego que juntamos unos cuantos centavitos también podemos compartir una inversión”.
En nuestro próximo reportaje conoceremos la composición, origen y conflictos que rodean a el larimar.
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