(Rafael Hernández*)

Los cubanos se han acostumbrado a prepararse para la guerra con los Estados Unidos, no para el diálogo y la negociación. Los políticos norteamericanos se han especializado en el ataque a la isla, lo que les ha impedido aprender a entenderla. Ninguna de las partes ha sido entrenada para hacer frente a un adversario, en lugar de un enemigo. El éxito de cada lado en un escenario de acercamiento depende de su capacidad para adquirir ese conocimiento y convertirlo en política real.

¿Qué tiene que ganar Estados Unidos en las negociaciones con Cuba? Espera moderar futuras acciones cubanas, aumentar su capacidad de influir en la política cubana, y obtener beneficios de las áreas específicas de la actividad bilateral haciendo lo siguiente:

1. Dar respuesta a un conjunto de grupos de interés (agroindustria, biomédica, turismo, transporte marítimo, servicios de salud, educación superior, deportes, entretenimiento, y tal vez petróleo), y liberar a personas y negocios cubanoamericanos del sur de la Florida, rehenes de las políticas establecidas, para organizarse a favor de vínculos más estrechos;

2. Preparar el camino para que las 5,911 empresas estadounidenses que fueron nacionalizadas en 1960 negocien algún tipo de indemnización en virtud de las leyes cubanas (como hicieron hace mucho tiempo españoles, canadienses, franceses, suizos, y otras empresas extranjeras);

Cuba tiene sólo dos principios de política exterior para negociar las diferencias, sobre todo con las grandes potencias como Europa y los Estados Unidos: no hay condiciones previas ni dobles raseros

3. Eliminar un punto de contención con América Latina y aliados de Estados Unidos que rechazaron la ley Helms-Burton por razones de libre comercio, y aliviar la tensión bilateral en las organizaciones internacionales, como la Comisión de Derechos Humanos de la ONU;

4. Mejorar el flujo de información entre los dos países mediante el intercambio legítimo de programas de radio y televisión entre las instituciones públicas, una conexión de cable de fibra óptica, y la mejorar el servicio de correo, teléfono e Internet;

5. Consolidar acuerdos migratorios (firmados en 1994 y 1995); y

6. Llegar a acuerdos formales para respaldar la cooperación en curso en la intercepción del tráfico de drogas, la seguridad naval y aérea, la coordinación militar y la guardia costera, la protección del medio ambiente, y otras áreas.

El reconocimiento de Estados Unidos del gobierno socialista favorece la independencia y la autodeterminación Cuba. Para Cuba, el diálogo con EE.UU. podría dar lugar a beneficios adicionales:

1. La disminución de los gastos de seguridad y defensa y la carga para el desarrollo económico impuesto por la hostilidad y un embargo multilateral que afecta a las relaciones de Cuba con el resto del mundo;

2. Lograr acceso a los mercados y los flujos de capital estadounidenses, con un efecto multiplicador en todas las relaciones exteriores de Cuba;

3. Formar alianzas con diversos sectores de la sociedad estadounidense;

4. Facilitar la cooperación en áreas relacionadas con la contigüidad geográfica, como el transporte y otras cuestiones relacionadas con el comercio, y las preocupaciones medioambientales, como la contaminación de los océanos en el Estrecho de la Florida y la protección de las especies migratorias; y

5. Conseguir la devolución del territorio de la base naval de Guantánamo para el control real soberano de Cuba.

Pero también hay costos: Estados Unidos tiene que enfrentar la resistencia de larga tradición dentro de la burocracia permanente y la derecha cubanoamericana, admitir que su política hacia Cuba ha fracasado (y ofrecer el reconocimiento de jure al mismo régimen cubano al que se le ha llamado ilegítimo durante medio siglo), y establecer acuerdos recíprocos en lugar del unilateralismo.

Aunque muchos cubanos favorecen la distensión y aprecian sus beneficios económicos, también siguen preocupados por las intenciones políticas e ideológicas de Estados Unidos. En su reciente declaración sobre la nueva política hacia Cuba (17 de diciembre), el presidente estadounidense Barack Obama hizo hincapié en que la política de Estados Unidos seguirá centrándose “en temas relacionados con la democracia y los derechos humanos en Cuba (…) y promoviendo nuestros valores mediante el compromiso."

La democracia al estilo estadounidense y los valores capitalistas se enmarcan como una estrategia de “evolución pacífica” cuando se aplica a otros casos (China, Vietnam) ‒otra versión de la vieja política de “cambio de régimen”.

Algunos cubanos están preocupados por los efectos de esta política, porque su objetivo es socavar el consenso socialista entre algunos grupos en un período de cambios durante el cual la cohesión social y la política son de valor estratégico. Las agencias del gobierno estadounidense y grupos anticomunistas acérrimos en Miami, así como sus representantes en el Congreso, podrían aprovechar esta oportunidad para encontrar nuevas formas de financiar la oposición política, el envío de propaganda antigubernamental y tratar de influir en el contexto nacional cubano.

El gobierno cubano se encuentra en una situación sin precedentes. Debe elegir entre jugar a la defensiva y desarrollar una nueva estrategia proactiva. Su capacidad para construir alianzas y consensos será decisiva.

Las identidades de los aliados de Estados Unidos en América Latina, Europa y Cuba son bastante obvias. Así, también, son las identidades de los aliados cubanos, entre ellos muchos gobiernos de América Latina y el Caribe, potencias emergentes como Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica (BRICS), y algunas paradójicas, como las corporaciones de EE.UU., la Guardia Costera y la Administración Antidrogas de Estados Unidos, el Servicio de Ciudadanía e Inmigración, y la mayoría silenciosa del pueblo cubanoestadounidense.

La principal debilidad que Cuba necesita superar no es su poder físico menor, sino su mentalidad de asedio. Estados Unidos, por el contrario, debe superar su sentimiento de arrogancia de superpotencia vis-à-vis con un vecino pequeño. La mayoría de las políticas contraproducentes en ambos lados, desde el fiasco de EE.UU. de Playa Girón (Bahía de Cochinos) hasta las restricciones de Internet en Cuba, han sido consecuencia de estas debilidades.

Mientras acercamiento bilateral avanza, nuevas cuestiones podrían aparecer sobre la tabla. Cuba tiene sólo dos principios de política exterior para negociar las diferencias, sobre todo con las grandes potencias como Europa y los Estados Unidos: no hay condiciones previas ni dobles raseros.

Cuba tiene que encontrar la manera de mantener los asuntos políticos internos en el ámbito del diálogo y el intercambio en lugar de la negociación. La transformación estructural en el sistema económico y político cubano, las libertades individuales (en particular la liberta de expresión, movimiento y asociación), el papel de los medios de comunicación, y otros temas relacionados con los derechos de los ciudadanos son asuntos internos. Someterlos a la dinámica de los acuerdos bilaterales con Estados Unidos podría ser políticamente contraproducente en términos de la opinión pública cubana, incluso a los ojos de los cubanos que presionan para tales cambios. Sería como la subordinación de los patrones de la vida dentro de una familia a los acuerdos con el vecino del piso de arriba.

Los miembros de la sociedad civil cubana, incluyendo los dirigentes y miembros de fila del partido (comunista), están de acuerdo en que el diálogo con los Estados Unidos puede despresurizar el ambiente interno y facilitar el cambio, fomentar el relevo generacional en el liderazgo, dar lugar a un sistema más descentralizado, y contribuir al empoderamiento de los elementos más constructivo de ambas culturas y pueblos.

Los que están a favor de un socialismo cubano reformado, no un capitalismo caribeño, apoyan una distensión con Estados Unidos que pueda ayudar a disipar la mentalidad de sitio y dar lugar a un ambiente político que facilite un modelo más democrático.

Los socialistas cubanos aspiran a un tipo de democracia que se defina por algo más que un compromiso con elecciones periódicas dentro de un sistema multipartidista altamente regulado. El pueblo cubano debate puntos encaminados a la democratización radical de la sociedad y del sistema en su conjunto, no sólo la política, sino también la comunidad, las escuelas, los centros de trabajo, la gestión económica, y las organizaciones sociales y políticas, incluido el Partido Comunista de Cuba.

Para el gobierno cubano, la cuestión ya no será cómo impedir que el enemigo ideológico penetre, porque, en cierto sentido, ya está dentro. En su lugar, el gobierno debe ocuparse de cómo reformar y promover el consenso interno, reactivar una cultura política socialista sobre una nueva base, y deshacerse de los viejos rituales que han perdido su significado.

Una nueva relación Cuba-EE.UU. sin duda podría mejorará las relaciones entre los cubanoestadounidenses y sus contrapartes en la isla. ¿Continuará la elite cubanoamericana pagando sus cuotas a la industria en declive del anticastrismo mientras prospera el negocio real entre las dos orillas? ¿Se aferrarán sus miembros a sus identidades como ideólogos más que empresarios, u optarán por comportarse como otras elites económicas históricas en el extranjero (vietnamitas, chinos)?

Por último, ¿en qué medida pueden esas redes hostiles soportar la aparición de intereses económicos y estratégicos que ampliarían la superficie de contacto entre ambos lados? Si surge esta nueva correlación de fuerzas, será menos probable que los torpedos clásicos lanzados por las redes hostiles para desestabilizar el proceso de acercamiento tengan éxito.

El conflicto ya entró en una fase de transición. Como ocurre a menudo entre los seres humanos, cuando se presenten circunstancias favorables, un primer paso puede desatar una marcha que supera todas las expectativas. Como dijo el presidente Obama en su declaración (adoptando una expresión cubana que hizo popular la Rana René), “It is not easy” ‒No es fácil”. Aunque el proceso resulte complicado, el punto más costoso para un presidente de Estados Unidos ya pasó: Se rompió el hielo.

Rafael Hernández es un politólogo, jefe de redacción de Temas, una revista de ciencias sociales con sede en La Habana.

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