PUERTO PRÍNCIPE, Haití.-Mucho se ha reconstruido desde el terremoto de 2010, pero es más difícil asegurar el futuro económico del país, afirman los autores Andrew Jack y Andres Schaipini en su artículo publicado esta semana por el diario británico Financial Times

“Este gobierno ha hecho un enorme progreso”, dice Wilson Laleau, ministro de Finanzas desde 2011. “En cuatro años, ha habido una enorme cantidad de cosas que han cambiado. Hemos construido carreteras, puentes y más de cien escuelas. Hay proyectos en todas las comunidades de la República. Haití va a resurgir”.

La pregunta para los locales, que se están preparando para nuevas elecciones este verano -dicen los autores- no es si Haití puede reparar el daño físico que causó el terremoto de 2010. Ellos desean saber si puede liberarse del ciclo de debilidad y dependencia que contribuyó a la devastación del terremoto, en primer lugar, las décadas de abandono, debilidad de las instituciones y los caprichos de la injerencia extranjera.

Destacan, además, que simultáneamente Haití enfrenta una mengua en la ayuda extranjera y en la competencia por las inversiones que incluye ahora a su vecino del norte, Cuba, tras su acercamiento con Estados Unidos.

De menos de US$$200 millones al año, la inversión extranjera sigue siendo modesta y desequilibrada, bloqueada por una densa burocracia, una poco clara propiedad de la tierra, y carreteras, electricidad y el abastecimiento de agua de mala calidad, dicen los autores

Robert Maguire, el profesor de Práctica de Relaciones Internacionales de la Universidad George Washington en EE.UU. dijo a los autores: “Lo que veo es mucha palabrería y buenas relaciones públicas” (…) Si nos fijamos en la historia de Haití, los que tienen el poder económico siempre lo han utilizado para su propio beneficio y los que tienen el poder político lo han utilizado para conseguir el acceso al Estado”.  

También comentan que existe un fuerte contraste con la República Dominicana, el vecino mucho más rico al este de Haití, con el que comparte la isla caribeña de La Española. “Si bien ambos tienen la herencia de la esclavitud, dictaduras e inestabilidad, la República Dominicana se ha vuelto mucho más próspera en el último medio siglo. En 1960, Haití tenía el mismo ingreso per cápita que República Dominicana. Desde entonces, su vecino ha triplicado la cifra mientras que para Haití se ha reducido a la mitad”.

Señalan el criterio de Jared Diamond, profesor de la Universidad de California, en Los Ángeles, quien sugirió en su libro Collapse que la diferencia se reduce a la geografía: Una mayor densidad de población de Haití en un espacio más pequeño –argumenta-, unido a menor precipitación, suelos menos fértiles y terrenos más difíciles de cultivar, condujeron a una mayor deforestación y la disminución de la productividad agrícola.

Otros señalan a la historia. Mientras que República Dominicana era una colonia española que siguió atrayendo la inversión y la inmigración, Haití quedó aislado después de su lucha por la independencia de Francia, como el primer Estado negro del mundo, en 1804. “Sin embargo –apuntan- continuó siendo manipulado por potencias extranjeras, desde las demandas constantes de París por el pago de la deuda hasta las intervenciones militares más recientes de EE.UU.”.

“Y mientras que la República Dominicana equilibró la inversión interna con el autoritarismo, incluso después del asesinato del presidente Rafael Trujillo en 1961, Haití cayó bajo el control interno más represivo de François ‘Papa Doc’ Duvalier y su hijo ‘Baby Doc’ desde 1957 hasta 1986. Muchos ciudadanos se fueron al exilio, privando a su patria de talento y energía, mientras se creaba una diáspora de 4 millones, fuerte y próspera en EE.UU., Canadá y Francia”, resumen los autores.

El período posterior a la huída de Jean-Claude Duvalier en 1986, estuvo lleno de golpes de Estado y el derrocamiento de los líderes elegidos, entre ellos Jean-Bertrand Aristide, que fue depuesto dos veces. Citan a Leslie Voltaire, un exfuncionario de su administración: “Hemos tenido dos siglos de opresión para la mayoría, seguido de dos décadas [hasta mediados de la década de 2000] de liberación sin orden”. 

Sin embargo, esa diáspora todavía proporciona una quinta parte de la renta nacional mediante unos US$2 mil millones en remesas enviadas al país para apoyar a las familias. La asistencia extranjera aporta casi la misma proporción, eclipsando los recursos generados internamente en el país y, según los observadores, socavando sus sistemas de gobierno.

La ayuda externa

En enero, escriben Jack y Schipnai, los haitianos se manifestaron frente a la Fundación Clinton en Nueva York para expresar su frustración por lo que consideran una falta de avance, a pesar de miles de millones de dólares prometidos desde el terremoto. Argumentaban que proyectos de alto perfil respaldados por la Fundación, incluyendo el parque industrial Caracol y el hotel Marriott, habían progresado lentamente, y favorecido a los inversionistas extranjeros y más a la élite del país que a su mayoría empobrecida.

“Por más que la asistencia extranjera vierta adentro, hay pocas posibilidades para que Haití consiga una pista sólida a menos que el Estado pueda cumplir sus funciones básicas”, dijo a los autores Michael Shifter, presidente de Diálogo Interamericano, un centro de análisis. “[El Estado] no puede ser suplantado por otros participantes, incluso los bien intencionados”.

Mencionan que los optimistas apuntan a un progreso significativo en Haití desde 2010, sobre todo en infraestructura. En 2011, Michel Martelly llegó a la presidencia, “en una de las primeras transiciones políticas pacíficas desde la independencia de Haití”.

Refieren que las relaciones del Presidente con el parlamento eran tensas desde el principio, con un estancamiento de la reforma legislativa que llevó a la disolución de la Asamblea Nacional el año pasado y condujo a gobernar mediante el decreto presidencial. Las nuevas elecciones ya se programaron para agosto y se espera una elección presidencial en octubre.

El contexto

Los autores señalan que actualmente Haití enfrenta obstáculos para el crecimiento futuro. Uno es la identificación de nuevas fuentes de ingresos. Su base impositiva sigue siendo baja, el apoyo de la diáspora está estancado y el dinero de los donantes se está acabando.

“La comunidad internacional se ha desplazado hacia otras crisis como el ébola, por lo que Haití ya no es una prioridad”, dice Gregoire Goodstein, el jefe local de la misión de la Organización Internacional para las Migraciones. 

La ayuda anual de US$1 mil millones antes del terremoto se triplicó después, pero ahora está cayendo. Agustín Aguerre, jefe de la oficina de Haití del Banco Interamericano de Desarrollo, dice: "Algunos países han reducido las contribuciones y es cada vez más difícil de conseguir nuevos compromisos. (…) La pregunta es ¿cómo se pasa de una economía financiada por donantes a una sostenible gestionada y generada por los haitianos?”

El mayor golpe de suerte para Martelly fue Petrocaribe, el programa de petróleo subsidiado proporcionado por Venezuela desde 2008, que añadió US$400 millones al año al presupuesto del Gobierno. Con Venezuela ahora batallando económicamente, muchos creen que el programa está en peligro.

Gregory Brandt, presidente del Foro Económico del Sector Privado, que representa a una serie de empresas líderes, dice que el país ya está retrocediendo: “La imagen de Haití ha mejorado en los últimos cinco años, pero si rascas debajo de la superficie, estamos de vuelta [en el mismo lugar en el que estaban antes del terremoto (…) Tuvimos una ventana de oportunidad, pero ahora Cuba se está abriendo, y el dinero a volar por encima de nosotros para allá”.

De menos de US$$200 millones al año, la inversión extranjera sigue siendo modesta y desequilibrada, bloqueada por una densa burocracia, una poco clara propiedad de la tierra, y carreteras, electricidad y el abastecimiento de agua de mala calidad, dicen los autores.

La mayor parte del empleo formal proviene de la agricultura y el trabajo mal pagado, no calificado, en las plantas textiles. Una proporción significativa de la economía aún se mantiene en manos de unas doce familias locales, que durante mucho tiempo han sido considerados como agentes de poder que influyen en la política para limitar la diversificación o la competencia. Hay pocos banqueros extranjeros y los términos para los préstamos locales son altos.

Hay escasa inversión en la agricultura y Haití, que una vez fue autosuficiente para el arroz, depende ahora de las compras al exterior. La producción nacional está igualmente bajo la presión del bajo precio del pollo, los huevos y otros productos importados de Estados Unidos y a través de su frontera con República Dominicana.

Una cuestión más fundamental para Haití son sus débiles instituciones: en particular, el poder judicial y los controles y equilibrios en el gobierno, que es extensamente acusado de falta de transparencia y corrupción.

“El señor Martelly se centró en la construcción de edificios en lugar de instituciones”, dice un informe inusualmente franco lanzado por la Cámara de Cuentas Públicas de Haití, lo que pone de relieve la falta de transparencia en torno a la distribución de los fondos de Petrocaribe. También puso de relieve que la mayoría de los contratos de construcción fueron otorgados por el Estado a un pequeño grupo de empresas sin licitación, y que el trabajo a menudo no se completó.

Maryse Narcisse, un político cercano a Aristide que planea presentarse a las elecciones presidenciales, califica el informe de “alarmante” y al legado del señor Martelly de “catastrófico” para los haitianos. Advierte que “el nuevo gobierno se enfrentará a una situación desastrosa”.