ATLANTA, Georgia (EE.UU.).- Tan pronto entra uno al lugar, percibe que todos los clientes son de piel negra o ‘morenos’ -como llaman aquí a los afroamericanos-, mientras el eco del perico ripiao, la bachata y el peculiar olor a sazón criollo delatan un ambiente plenamente dominicano.
Una rutina similar se vive en por lo menos ocho de cada diez bodegas del ‘downtown’ o parte baja de la ciudad de Atlanta, que son propiedad de los emprendedores, habilidosos y arriesgados colmaderos criollos, líderes indiscutibles de este nicho comercial en varias regiones de Estados Unidos.
Los dominicanos vinieron mayormente de Nueva York, Boston y Nueva Jersey con una vasta experiencia a cuestas y desplazaron a comerciantes de otros orígenes gracias, entre otras cosas, al arduo ritmo de trabajo y el ‘toque personal’ que saben impregnarle a su oficio.
“Aquí se está dando un proceso más o menos igual a lo que pasó en Nueva York en los 70 y los 80, que cuando nosotros llegamos reemplazamos a los puertorriqueños, los colombianos, y prácticamente nos adueñamos del negocio minoritario de las bodegas”, indica Radhamés Fernández, bodeguero desde hace 23 años, 16 de ellos en la Gran Manzana.
‘Alitas’ e innovación, claves del éxito
“Lo que pasa es que el dominicano es muy emprendedor y siempre trata de innovar, de darle el toque personal a su negocio”, comenta Fernández aludiendo a las decenas de ‘grocery stores’ o bodegas criollas que se han expandido y predominan en los suburbios residenciales de Atlanta.
“Nuestras alas no saben al estilo americano, porque nosotros preparamos el sazón al estilo criollo, caribeño, y eso es lo que los hala a ellos (los afroamericanos)”
“Aquí en Atlanta nadie cocinaba en las bodegas, y nosotros hacemos sándwiches, pollo frito, ‘hamberguers’ y una cantidad de cosas con las que nos hemos adueñado del gusto de la gente”.
Si en algo coinciden a unanimidad los bodegueros es en atribuir buena parte del éxito alcanzado al sabor de sus célebres ‘alitas’ de pollo.
“Nuestras alas no saben al estilo americano, porque nosotros preparamos el sazón al estilo criollo, caribeño, y eso es lo que los hala a ellos (los afroamericanos)”, enfatiza Fernández, oriundo de Santiago de los Caballeros.
Narra que a su negocio “viene gente de lejos a buscar las alitas fritas de aquí, que las prefieren por encima de las de Kentucky y otras cadenas” de fast food o comida rápida.
Richard Guzmán, bodeguero hace 18 años aquí en Georgia, agrega que “parte del secreto es el trato que tú le das a los clientes y venderles lo que ellos les gusta, las alitas, los sándwiches; ellos vienen aquí y dicen que nuestros sándwich son mejores que los de Subway”.
“Aquí se compran las alas, se lavan, se sazonan, se guardan en cubos con toda la higiene y se colocan ahí a la venta”, asegura.
Un negocio familiar ‘de sol a sol’
“Nosotros trabajamos 24 horas, de sol a sol, porque la vida del bodeguero es dura. Yo trabajo 18 horas diarias sin vacaciones; esto deja sus beneficios, pero hay que fajarse”, afirma con su distintivo acento de Jamao al Norte (Moca) Johnny García, propietario junto a su hermano José de la Bodega 911.
“En Nueva York y en nuestro país la bodega ha sido siempre un negocio de familia”, añade Radhamés Fernández, dueño de la ‘Family Grocery’, establecimiento que administra y ‘atiende’ junto a su esposa y sus dos hijos, ambos profesionales del Derecho graduados en Estados Unidos.
Los bodegueros citan al alto costo que conllevan en estados como Nueva York los ‘biles’ u otros gastos corrientes, sobre todo la renta, como la mayor ventaja de establecerse en Georgia.
“Aquí los costos son mucho más bajos, pero el punto débil sigue siendo la seguridad en estas zonas de la ciudad”, apunta Fernández.
Aunque carecen de una asociación o entidad que defienda sus intereses, tanto Fernández como Lorenzo Santos (Dueño de la Brother’s Grocery) destacaron la ‘hermandad’ que con que se tratan los bodegueros dominicanos.
“Aún no estamos asociados, pero todos nos llevamos bien, nos visitamos, nos ayudamos unos con otros”, afirma Santos, santiaguero y más conocido como “Nao’, quien fue entrevistado por este reportero mientras giraba una oportuna visita -a la hora del ‘lunch’- al comercio de los hermanos García.
Pese a que casi ninguno de sus clientes son latinos ni mucho menos connacionales, ni hablan el idioma, el merengue y la bachata no paran de sonar en las bodegas criollas.
“A través de la música uno se identifica como dominicano, y a ellos (los afroamericanos) les gusta; ellos dicen ‘yo no sé lo que dice, pero me gusta el ritmo’”, comenta Richard, de los pioneros en el negocio y cuñado de Modesto Ottenwarden, comerciante radicado en Connecticut (Norte de Estados Unidos) a quien se considera el primero que abrió una bodega dominicana en Atlanta.
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