Julissa Almánzar/Facilitadora de género de Programa ECI/ Especial para Acento.com.do

Altamira, Puerto Plata. – El olor a chocolate en el aire es embriagador, incluso me distrae un poco, mientras sostengo conversaciones con unas 10 mujeres trabajadoras de Chocolala y otras tantas de Chocal, dos fábricas ubicadas en Altamira. Ellas se congregaron para contar la historia de sus negocios, y de lo duro que han trabajado para sacarlos adelante, perseverando a pesar de importantes obstáculos personales y sociales. También cuentan cómo su empoderamiento económico fortalece, a su vez, a su comunidad y anima a otras mujeres y jóvenes a hacer lo mismo.

Los primeros tiempos fueron duros. Nelfi García, quien trabaja en Chocolala, recuerda cómo tenían que llevar a sus hijos a la fábrica para cuidarlos mientras trabajaban. "Los poníamos debajo de una mata de cacao y nos turnábamos entre nosotras para cuidarlos”, dice.

Además de hacer malabares entre la empresa y la crianza de sus hijos, este grupo de aspirantes a fabricantes de chocolate se cuestionó en todos los sentidos. ¿Serían capaces de dirigir un negocio? ¿Podría producirse chocolate fino en esta zona? ¿Tenían ellas las habilidades necesarias? ¿Valdría la pena el esfuerzo?

Tanto Chocal como Chocolala iniciaron con el apoyo de donantes internacionales como iniciativa de desarrollo comunitario para mujeres y jóvenes. En ese momento, no era raro que las familias abandonaran Altamira en busca de mejores oportunidades, por lo que era muy importante que cualquier empresa nueva a partir de esta iniciativa se basara en la comunidad y aprovechara los recursos locales disponibles. El cacao ha sido -y sigue siendo- uno de los cultivos más importantes de la zona, y muchas de las mujeres de Altamira tenían experiencia en hacer chocolate para consumo propio.

Pero hasta ese momento ninguna había considerado la posibilidad de iniciar un negocio para fabricar un chocolate fino y de calidad. La mayoría trabajaba en sus casas, cuidando a sus hijos. Muchas habían dejado la escuela para formar sus familias y educar sus niños. No sabían nada sobre cómo dirigir un negocio de chocolate.

Sin embargo, no fue la falta de educación, habilidades o experiencia lo que presentó el mayor obstáculo para iniciar un negocio. El mayor obstáculo fue encontrar su propia voz en un espacio donde no siempre eran escuchadas, donde los hombres llevaban la voz cantante, y las mujeres dependían exclusivamente de los ingresos generados por sus maridos.

Necesitaban entrenamientos intensivos, y las capacitaciones se llevaban a cabo fuera de la ciudad, lo que provocó aún más incredulidad en la comunidad, y especialmente en sus maridos.

"Yo soy la única que sabe lo difícil que fue y las dificultades que tuve con mi esposo", dice Noemi Crisóstomo, vicepresidente de Chocal. "Pero al final le demostré que realmente estaba aprendiendo y que necesitaba los cursos para llevar adelante el proyecto”.

Hoy, Nelfi, Noemi y las demás se refieren a sí mismas como "mujeres valientes y empoderadas" que son modelos a seguir para sus hijos y para la comunidad.

Además de mejorar su propia calidad de vida, están comprometidas a ayudar a otros tanto como puedan. Por ejemplo, a través de un programa de rotación de empleados, Chocal permite que cualquier persona que busca trabajo pueda trabajar allí durante dos meses. Durante ese tiempo, el empleado genera un ingreso, y la gerencia de la fábrica es capaz de identificar personas con habilidades que posteriormente puedan tener contratos fijos en la empresa. Las mujeres empleadas tienen entre 30 años y 85 años. Todas son valoradas sin importar su edad. Las más adultas se sienten muy satisfechas con su trabajo, aunque tengan limitaciones físicas para manejar las tareas más exigentes.

El viaje desde los inicios hasta convertirse en exitosas empresarias de chocolate ha sido largo. Pero, los efectos positivos de su éxito son de largo alcance. Para las mujeres, la generación de un ingreso tiene beneficios que van mucho más allá de las cosas materiales. El empoderamiento económico de las mujeres cambia mentalidades. Las mujeres de las fábricas de chocolate en Altamira han creado un espacio en el que tienen voz y son escuchadas, con más participación en la toma de decisiones en el hogar y con las responsabilidades domésticas cada vez más compartidas con sus compañeros.

Al acercarnos al final de nuestras conversaciones, el ambiente se siente cargado de amabilidad, casi alegre. La duda de sí mismas que experimentaron cuando iniciaron se ha ido y ha sido reemplazada con la creencia unánime de que están logrando sus metas a nivel personal, profesional y comunitario. Y sí, ellas fantasean con poder comprar cosas para ellas y sus familias, pero también sueñan con fábricas más fortalecidas, que proporcionen más oportunidades para las mujeres y los jóvenes en Altamira. Imaginan a sus hijos involucrados en el negocio y llevando a cabo el sueño que las unía a todas ellas. Y lo más notable es que detrás de estos sueños, subyace la convicción de que, impulsadas por el conocimiento de lo que ya han logrado, puedan hacer que otros sueños también se hagan realidad.