(Por Karen Viviana Rodríguez Rojas/Cortesía de El Espectador)
Eligio Eloy Vargas Medrano fue asesinado a cuchillazos en la parte siete del Parque Nacional Sierra de Bahoruco. Con su muerte, Melaneo, como le decían, abrió una ventana por la que nadie quería mirar: el interior de la explotación ilegal y la deforestación masiva que sufre la selva entre Haití y República Dominicana.
En 2001, el ambientalista estadounidense Jake Kheel, codirector y productor del filme, empezó a estudiar la deforestación en la sierra de Bahoruco como parte de su tesis de grado. Tiempo después se dio cuenta de que a ese lado de la frontera había muchos haitianos, algunos como trabajadores agrícolas y otros dedicados a la producción de carbón. Extracción que sigue siendo un misterio por no estar clara su distribución.
En ese momento, Kheel vio una historia única que no había sido contada: entender el tráfico ilegal del carbón. En 2011 encontró al colombiano Juan Mejía Botero, que ya había trabajado con comunidades algunas temáticas de derechos humanos en Latinoamérica y se convirtió en el director de la pieza.
“El primer viaje que hice con Jake fue para conocer la zona y sus habitantes. Hicimos las primeras filmaciones. Cuando ocurrió el asesinato de Melaneo nos dimos cuenta de que podíamos contar la historia de forma más narrativa. Hicimos una película de crimen y pudimos llegar de lo personal a lo polémico, de lo personal a lo universal”, comenta Mejía.
Death by a Thousand Cuts (Muerte por mil cortes) es el resultado de la investigación de un doble asesinato: el de las circunstancias de la muerte de Melaneo y la erradicación sistemática de los bosques dominicanos.
La película examina y entrelaza la vida de las personas que viven a ambos lados de la frontera, llegando a reconocer su lado más humano y las causas económicas, políticas y medioambientales que las han llevado a tomar decisiones adversas cuando se cruza la línea imaginaria, la frontera.
El haitiano Pablo Tipal fue una víctima de las circunstancias. El asesino de Melaneo tomó un hacha: las dos manos separadas en el mango, los ojos llenos de pantano, de rabia, de hambre. El hacha era para cortar árboles, pero Eligio Eloy Vargas Medrano se atravesó en el camino: su deber era defender el bosque. Mantener a los haitianos al margen. Tipal clavó el hacha en el cuerpo de Vargas dos veces, tres, mil, y supo entonces que no había lugar donde pudiera esconderse. Huyó, sin embargo. Ni la ley, ni mucho menos los realizadores del documental, lo han podido encontrar.
Este tipo de actos son el resultado de una sociedad que ha convertido a los extractores de carbón vegetal en una amenaza para el ecosistema, sin comprender que tanto los haitianos como los dominicanos que viven en la zona baja del bosque seco son los más pobres. Su trabajo es apenas un eslabón más de la cadena que controla el tráfico, de quienes tienen los recursos para mover el codiciado oro negro.
“Todo lo que es el tráfico ilícito tiene un patrón: la gente de abajo, los cultivadores o productores de carbón lo hacen por supervivencia y no están ganando mucho dinero por ello. Sin embargo, saben que tienen mayores posibilidades de venderlo, a comparación del plátano, que se puede dañar si no se compra a tiempo”.
Después de haber viajado por cuatro años entre Haití y República Dominicana, Mejía se siente seguro al explicar que, mientras para el mercado sea más atractivo producir carbón, todo seguirá igual, pues en un país donde no hay agua para cultivar, ni trabajo, hacer carbón es la única alternativa.
“Queríamos aclarar que en el tráfico de carbón hay una complicidad muy grande del lado dominicano, por parte de los grandes comerciantes, que en su mayoría son de ese lado de la frontera”.
Lo más difícil para Mejía fue encontrar un balance entre el asesinato de un hombre, el dolor de la muerte y los temas de raza y clase.
Durante 48 meses, el equipo de producción conformado por Juan Mejía, Jake Kheel, Esteban Yepes y Juan Carlos Castañeda viajó a la zona. Una vez reunieron el material, Mejía se dirigió a Estados Unidos, donde la historia encontraría una sola voz, le mostraría al mundo lo que estaba ocurriendo en dos países del tercer mundo que, como muchos, suelen ser ignorados.
“Al principio teníamos estructurada una película con muchas acotaciones académicas, pero en la edición sufrimos mucho al tratar de lograr una transición entre la narrativa de la historia y los segmentos. Un día, con Adriana Pacheco, la editora, nos dimos cuenta de que no necesitábamos de dichos expertos porque ya los teníamos en el campo y ellos podían ser parte de la historia”.
Tanto narrativa como visualmente, el filme tiene un buen ritmo, y aunque por momentos es lento, no permite que el espectador se distraiga, pues cada uno de los personajes que aparecen en pantalla nos acerca a lo que está ocurriendo allí. A su vida.
El documental, que fue estrenado a nivel mundial en el Hot Docs de Toronto, nos lleva de forma secuencial a las profundidades de la frontera y del bosque que se encuentra en la sierra de Bahoruco, para al final retornar a esos bosques en donde el verde de la vegetación predomina. No hacen falta las palabras, pues el mensaje ha quedado claro corte a corte. Poco a poco, podemos terminar con nuestros bosques.
La corriente migratoria
De forma paralela, la película cuenta la historia del asesinato de Melaneo y la crisis ocasionada por la producción de carbón vegetal. La activista Yolanda León ayuda a descubrir cómo transcurre la vida de los dominicanos y haitianos en la frontera, cómo es su relación, ya que como en toda lucha por la supervivencia hay xenofobia y enfrentamientos entre las comunidades, y más ahora que se han creado políticas antimigratorias en República Dominicana.
Tanto para Juan Mejía como para Jake Kheel, las políticas contra los inmigrantes haitianos han sido promovidas por un selecto grupo de dominicanos extremistas, quienes desconocen que un fabricante de carbón dominicano y uno haitiano tienen más en común entre ellos que con las élites de su país. Por ello creen que este tipo de normas sólo representan un mayor grado de desigualdad entre estos países.
Death by a Thousand Cuts se convierte en una advertencia sobre el manejo que se les da a los recursos naturales a escala nacional y global. Es el reflejo de la lucha por mantenerlos.