II.- EL ASISTENTE A PRESENCIAR UN JUEGO DE BÉISBOL EN UN ESTADIO DE NUESTRO PAÍS.

Si no se analiza con certeza el desarrollo de la diversidad de las clases sociales en el país en los últimos cincuenta años, no podemos comprender el comportamiento de la generalidad de los que asisten a los estadios de béisbol en el curso de los campeonatos profesionales invernales.

El juego de pelota es de gran entretenimiento; permite ser analizado y comentado en un sano ambiente deportivo. Al estadio no solamente va el fanático de uno de los dos equipos en competencia en el terreno, sino también quien goza dando su opinión de la estrategia que conviene en un momento dado. Pero para esto se necesita de un espacio adecuado, de calma, tranquilidad para escuchar y exponer, lo que no es posible en medio de un bullicio ininterrumpido, generado por una música estridente que no permite el más mínimo comentario de una jugada o decisión de un árbitro.

El fanático que ayer estaba presente en los campos deportivos, lo hacía impulsado por disfrutar el juego como deportista o simple simpatizante de uno de los equipo en competencia. Aquel que hoy va al estadio, está movido por factores muy diversos.

El hombre o mujer que hoy sale de su casa hacia un estadio de béisbol, lo hace impulsado por ir sanamente a disfrutar el juego; por acompañar a un vecino, amigo o amiga; lo toma como motivo para escaparse del hogar e irse a otro centro de diversión; para jugar apostando dinero a uno de los equipos, en fin, a gozar presenciando un show degradante y de mal gusto que tiene como actoras a niñas diseñadas para que les den riendas sueltas a sus caderas, y que ponen locos y sin ideas a los fanáticos, sacan de concentración a los peloteros que llegan hasta hacer caso omiso cuando un jugador contrario deja de pisar el plato, y a los árbitros que han llegado a santificar el retraso de un juego para que concluya un baile de reggaeton.

Los santiagueros y santiagueras que tenemos la dicha de haber asistido a presenciar los juegos efectuados en Santiago por los Dodgers de Brooklyn, las Estrellas de Coimbre, y el renacer de la pelota rentada en los primeros años de la década del cincuenta del siglo pasado; y así ver jugar a la mejor combinación defensiva que ha tenido en toda su historia el equipo Águilas Cibaeñas, Julito Martínez y Daniel Rodríguez, ya hoy no tenemos nada que buscar en los estadios de béisbol profesional de nuestro país.

 

CONCLUSIONES

Las personas físicas y morales que intervienen en la distribución y ejecución de la promoción comercial en los estadios de béisbol profesional en nuestro país, no son santos ni demonios, buenos ni malos; simplemente hacen su trabajo procurando que su policitación llegue y sea aceptada positivamente por aquellos a quienes va dirigida

La forma como está organizada la sociedad dominicana de hoy acepta, en esencia, los mensajes difundidos por distintos medios en los estadios de béisbol; y lo demuestra la receptividad de como son asimilados y ejecutados por la generalidad de los fanáticos.

Creo tener mi reloj histórico, político y social en hora; estoy preparado para moverme en agua y en tierra firme, compartir en cualquier escenario con los buenos y con los malos; pero no estoy dispuesto a costear una mercancía espectáculo que me es servida en un ambiente donde pago para sentirme bien y no fastidiado.

En este escrito estoy fijando mi posición muy personal de porqué no me siento bien en los estadios de béisbol profesional del país. No persigo influir ni dictarle pauta a nadie; aquel que se siente a gusto con la forma como se maneja en el país el pasatiempo beisbolero, que le vaya bonito, que siga disfrutando; porque el ordenamiento social actual cuadra perfectamente con todo lo que se promueve en los estadios de béisbol.

Personalmente no me creo un puritano, no orino agua bendita, ni persigo ser un pontífice del civismo; pero, por formación familiar e ideológica, no estoy preparado para digerir y aceptar tranquilamente y con indiferencia, un fenómeno social nocivo que no cuadra con mi forma de actuar y pensar.

Cuantas veces asisto a un estadio de béisbol donde se respeta a los fanáticos que van solamente a presenciar y disfrutar el espectáculo, me siento como el ser humano más feliz sobre la tierra, pero lo que ahora está ocurriendo en el play me hace sentir reducido como persona, me creo fuera de ambiente, como si fuera un extraño en el estadio.

Debo decir con toda franqueza que ya no me siento bien presenciando un juego de béisbol profesional en ningún estadio de mi país. No me siento motivado para ir a ver un juego impulsado por un merengue o las nalgas de una niña.

Para sentirme alegre, contento y transmitir alegría, no tengo que estar en un ambiente contaminado por el reggaeton; no voy al play a caerle atrás a una camisilla con promoción de una empresa, ni voy a llevar a mi nieta a recibir un cursillo de cómo se hace un trabajo fino de aspirante a vulgar prostituta.

La alegría, ese sentimiento que expreso por algo que es de mi agrado; la felicidad la disfruto plenamente, y el júbilo me da satisfacción espiritual sin que tenga como muletilla una música permanente que persigue que una niña me esté, con disimulo, incitando a hacer lo que no fui a buscar al estadio, moviéndose cerca de mi asiento con sus rítmicas cadencias.

La forma como se está manejando la promoción comercial en los estadios de béisbol profesional del país, no puede seguir así; eso tiene que cambiar más temprano que tarde como, de igual manera, el ordenamiento social vigente tiene que ser renovado para bien de lo que en verdad se llama pueblo dominicano. Por ahora me limito a decir: Adiós a los estadios de béisbol profesional de invierno en el país.